Hillary Clinton es la legítima presidenta electa
Por fin, el pasado viernes, un importante miembro del Partido Demócrata lo dijo:
"No considero al presidente electo como presidente legítimo", declaró John Lewis, miembro de la Cámara de los Representantes, en una entrevista exclusiva para el canal NBC News. "Creo que Rusia ha ayudado a Trump a ganar las elecciones y a acabar con la candidatura de Hillary Clinton".
Al compartir esta polémica opinión, Lewis (conocido por su defensa de los derechos civiles) dio voz a una gran cantidad de estadounidenses que han observado horrorizados cómo está transcurriendo la transición del cada vez más conflictivo Donald Trump. Los constantes ataques y la cantidad de escándalos y conflictos han dejado al electorado cansado e inseguro sobre qué tipo de resistencia hay que seguir para enfrentarse a la época que sigue a las elecciones más volátiles de la historia.
En vez de buscar respuestas, los estadounidenses estamos predispuestos culturalmente a intentar pasar página rápidamente. Normalmente nos sentimos más cómodos expresando nuestra indignación ante lo que nos parece una injusticia que intentando buscarle una solución. Nos han enseñado a seguir este guion tanto en las desgracias como en el ámbito político.
La predecible respuesta ofensiva que Trump ha dedicado a Lewis (en una serie de tuits se ha referido al icono de la defensa de los derechos civiles como una persona que "habla mucho", pero que "no hace nada") supone la enésima vez que exprime esta predisposición cultural: ha hecho que los estadounidenses piquemos y discutamos sobre quién boicoteará la toma de posesión del magnate y no acudirá. Ha conseguido que dejemos a un lado lo que dijo Lewis el pasado viernes.
Hillary Clinton es la legítima presidenta electa de Estados Unidos.
Todas las agencias de inteligencia importantes del país han llegado a la misma conclusión: los hackers rusos han realizado ciberataques con el objetivo de conseguir que Donald Trump ganara las elecciones. Han seguido las órdenes del presidente Vladimir Putin, que odia a Hillary Clinton. Como secretaria de Estado, Clinton fue "con diferencia" la funcionaria de estado estadounidense "más agresiva y sin pelos en la lengua" a la hora de contrarrestar los esfuerzos de Putin por aumentar su influencia global: Clinton le criticó por alterar sus propias elecciones y le ha comparado públicamente con Hitler.
El exceso de confianza que mostró Clinton al enfrentarse de esta manera a Putin —un asesino a todos los efectos y un antiguo agente de la KGB que ha ordenado bombardear hospitales de Alepo y que es el principal aliado del dictador sirio Bashar Al Assad— debería haber recibido, por lo menos, respeto por parte de los conservadores.
En vez de eso, el índice de aprobación de Putin ha aumentado entre los republicanos. Los años de disputas partidistas han hecho que los dos partidos conviertan todos los conflictos políticos en un asunto de "demócratas contra republicanos" y, por eso, los conservadores prefieren ir del lado de Putin en vez de reconocer la legitimidad de una presidencia de Hillary Clinton. ¿Cuál es el resultado? Una preocupante tendencia a normalizar el comportamiento de Trump y una reticencia a ver las pruebas.
Las pruebas
1. La presidenta del pueblo
Clinton hizo historia al convertirse en la primera candidata de un partido importante a la presidencia de los Estados Unidos. Ganó el voto popular por una diferencia de casi 3 millones de votos (un 2,1% de ventaja) y se llevó más votos que cualquier otro candidato de la historia: comparte el primer puesto con Obama (Clinton igualó los votos que obtuvo Obama en 2012).
2. El hackeo de Rusia influyó en el resultado
Echelon Insights llevó a cabo una investigación sobre las polémicas relacionadas con las elecciones que han surgido en 2016. Han llegado a la conclusión de que la retórica anti Clinton dominó el panorama político durante los últimos días de campaña. La cobertura mediática negativa del tema de Wikileaks y de los correos de Clinton consiguió más de 50 millones de menciones en las redes sociales. En comparación, las grabaciones de Trump publicadas por Access Hollywood sólo se mencionaron 5 millones de veces. ¿Es posible que 50 millones de menciones negativas hayan otorgado 80.000 votos a Trump?
3. Trump no puede deshacerse de las acusaciones que recibe sobre Rusia
Donald Trump no ha sido sincero sobre su relación con Vladimir Putin y sus vínculos con Rusia. En un artículo de 1987 se detalla cómo el Gobierno ruso le regalaba a Trump viajes a Moscú con todos los gastos pagados y cómo le preparaba para una supuesta carrera presidencial.
Su falta de sinceridad a la hora de hablar sobre su relación con Putin, la petición que realizó abiertamente a Rusia para que hackeara los mails de Hillary Clinton el pasado julio, el hecho de que los miembros de la campaña de Trump se pusieran en contacto con funcionarios rusos después de las elecciones y, por último, la reticencia de Trump a presentar los bienes que tiene en el extranjero dan la imagen preocupante de un presidente electo preparado por una potencia extranjera hostil, de un presidente electo propiedad de esa potencia y de un presidente electo que actúa en concierto con ella.
4. El director del FBI, James Comey
En lo que supone una violación flagrante del protocolo, James Comey —director del FBI— publicó una carta la semana anterior a las elecciones en la que insinuaba que Clinton era objeto de investigación por cometer un delito penal relacionado con (sí, lo has adivinado) sus correos electrónicos.
Por supuesto, no hubo ningún tipo de delito. Comey intentaba influenciar a los votantes de última hora en un acto de abuso de la autoridad que está siendo investigado por el departamento de Justicia. En octubre, Comey ya tenía información de que los miembros del equipo de Trump habían tenido, supuestamente, contacto con Rusia. Información que no reveló y que se ha negado a abordar en el Congreso esta semana.
"Comey ha tenido un gran impacto cuantificable en las elecciones", afirma Nate Silver, redactor jefe de FiveThirtyEight. "Los votantes que se decidieron a última hora se mostraron en contra de Clinton en los estados pendulares y por eso perdió en Wisconsin, en Míchigan y en Pensilvania".
"Lo diré del siguiente modo", añade Silver. "Casi con toda seguridad, Clinton sería la presidenta electa si las elecciones hubieran sido el 27 de octubre".
Los tribunales tienen autoridad para intervenir
De sobra es conocido que los tribunales federales disponen de una amplia capacidad para aprobar decretos en favor de la equidad, y existen miles de decisiones judiciales que afirman que los tribunales pueden intervenir para proteger la integridad de unas elecciones libres y limpias. Si bien es cierto que nunca se han anulado unas elecciones presidenciales, en casos como Donohue v. Board Of Elections, que surgió a raíz de las elecciones de 1976, se declara que la autoridad puede convocar unas elecciones especiales, incluso a nivel presidencial. El juez reiteró que "proteger la integridad de las elecciones, particularmente las presidenciales, resulta esencial para una sociedad democrática y libre" (Donohue v. Board, 435 F. Supp. 957 (E.D.N.Y. 1976)).
Los tribunales federales han hecho uso de sus facultades a la hora de prohibir que ciertas personas tomen posesión de su cargo y de anular las elecciones.
En Marks v. Stinson, un controvertido caso de 1994 de Pensilvania, se destituyó a un senador del estado, que fue sustituido por su oponente cuando se descubrió que conspiró con funcionarios electorales para cometer fraude electoral. El Tribunal descubrió que un partido habría ganado, "pero por una mala praxis" de su oponente y con esa "mala praxis se aspiraba a beneficiar a un candidato y a poner en desventaja al otro" (Marks v. Stinson, 19 F.3d 873 (3d Cir. 1994)).
No sólo el fraude electoral, sino otros tipos de malas prácticas, se pueden juzgar como infracciones.
¿El hackeo ruso o la carta de Comey beneficiaron a un candidato y pusieron en desventaja al otro? ¿Podría haber afectado al resultado de las elecciones, hasta el punto de que el cómputo de votos certificado no fue un indicador de confianza de la voluntad del electorado?
Si la respuesta es sí, nuestra obligación cívica es pedir que intervengan los jueces y se celebren unas nuevas elecciones, por mucho que suene descabellado o que nunca se haya explorado esa opción. Los estadounidenses debemos resistir a nuestra tendencia a la cerrazón y hacer lo necesario para proteger nuestra democracia; si no, estamos condenados a revivir los errores del pasado.
En 1994, el tribunal que llevó el caso de Marks dio un mensaje poético y conmovedor sobre nuestro papel es una democracia que funcione, un mensaje tan profético y relevante que parece elaborado especialmente para los votantes del futuro de 2016:
Este artículo fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés y Marina Velasco.