4.000 kilómetros en moto para ayudar a los refugiados
"Joder, ¿cómo puede estar pasando esto y yo aquí, tan tranquilo en mi casa comiendo pipas?" Esa fue la cuestión que asaltó la cabeza de Carlos Lameiro allá por el mes de marzo después de ver en televisión las terribles imágenes de la crisis de refugiados en Europa. "Me llamó demasiado la atención lo que estaba pasando, me despertó", cuenta Carlos a El Huffington Post. Desde ese momento este joven vigués y aspirante a bombero comenzó a investigar cómo podía ayudar a las miles de personas que llegaban a las costas griegas. Se planteó empezar con donaciones y transferencias bancarias, algo que no le aportaba mucha satisfacción, hasta que se dio cuenta de que podía utilizar una de sus aficiones: el motociclismo. "Caí en la cuenta de que me gusta viajar en moto, es mi pasión, y de que podía llamar la atención en el mundo del motor".
Así nació En moto por el refugiado, un proyecto que fue explicando a sus padres y a sus más allegados que poco a poco se fueron sumando a la iniciativa. "Me puse a buscar contactos, patrocinadores y maneras de recaudar dinero". Desde la venta de pulseras de tela y camisetas con el nombre de su asociación, hasta eventos en la ciudad de Vigo con el objetivo de dar más visibilidad al proyecto. Organizó una jornada de surf, una concentración de motos en el parque de Castrelos y conciertos en pequeñas salas de la ciudad para los que el ayuntamiento envió los equipos de música necesarios después de entrevistarse con el alcalde, Abel Caballero, y explicarle lo que querían conseguir con el proyecto. "Fue todo como una bola de nieve que iba bajando y cada vez se iba haciendo más grande", comenta todavía sorprendido.
A finales de julio, Carlos y su amigo Fran de la Cruz (uno de los que se habían sumado a la iniciativa desde el principio), pusieron rumbo a Grecia a bordo de sus motos con la idea de acudir a Lesbos para colaborar con la asociación Proem-Aid, para la que estaban recaudando fondos. Asturias, Salamanca, Barcelona... todos los lugares en los que pararon durante su viaje recibieron a los chicos de En moto por el refugiado de la misma forma: apoyo y agradecimiento. "Cuando contabas a la gente lo que estabas haciendo te daban las gracias. En España no pagamos ni un plato de comida". Una vez en Italia comenzaron a ser conscientes de la magnitud de su aventura y se dieron el gusto de disfrutar del recorrido hasta Grecia. "Estábamos menos en contacto con la gente y allí fue un poco más de disfrutar del paisaje y del andar en moto".
GRECIA Y EL PROYECTO EKO
Carlos y Fran sabían que se adentraban en una aventura en la que vivirían situaciones inesperadas y en la que sería difícil planificarlo todo, pero no se imaginaban cuánto. Sus planes de acudir a Lesbos con Proem-Aid se fueron al traste cuando les informaron de que los voluntarios abandonaban durante un tiempo Grecia para formarse y estar capacitados para asistir en alta mar las futuras llegadas de refugiados. Volverse a casa no se les pasó por la cabeza, así que después de buscar durante tres días la mejor opción para colaborar descubrieron Proyecto Eko en Tesalónica, al norte del país. "Tiramos en esa dirección sin tener nada hablado, a la aventura. Tuvimos la suerte de llegar allí y nos acogieron con el mayor cariño del mundo".
A 100 metros del Campo de refugiados de Vasilika, en el que conviven más de 1.200 personas, un grupo de voluntarios catalanes puso en marcha el Proyecto Eko, una iniciativa para que durante el día "esas personas se olviden de lo que tienen encima". Compraron y acondicionaron un terreno en el que prepararon una zona de juegos, una escuela, una zona para las mujeres, y en el que organizan numerosas actividades que permiten a los refugiados descansar de las condiciones en las que viven durante unas horas. "No es para nada humano ni digno y mucho menos para estar ahí seis meses", dice Carlos sobre el campo de refugiados que, según lo que le habían explicado otros voluntarios, no es de los peores que han visto. "Ahora mismo si no existiese este proyecto estarían durante todo el día allí en el campo sin ninguna esperanza, sin nada que hacer. Es totalmente agotador mental y físicamente", destaca Carlos.
En cuanto llegaron allí, Carlos y Fran se ofrecieron a empezar a ayudar en lo que fuese necesario. "Había que seguir construyendo infraestructuras de madera, como una biblioteca y un espacio para los niños, y como nosotros somos un poco manitas nos metimos en el equipo de construcción". Pero sus dos semanas en Grecia no se limitaron a eso: "Con algunos entablas un poco más de relación porque, a pesar de lo que pueda pensar la gente, son como nosotros. A veces les decíamos: hoy vienes a nuestra casa o te vienes a tomar una cerveza o te invitamos a cenar. Aunque parezca que no, les alegraba el día y era un plus que no costaba nada".
A pesar de que intentaban mantener una actitud positiva, Carlos recordaba la crudeza de la situación que vivían y la inutilidad que sentían al no poder ayudar más a los refugiados. "Había días bastante duros y de impotencia pero hacías un poco de fuerza, apretabas los dientes y teníamos que seguir tirando". Especialmente impactante para ellos fue la desesperación de muchos y la perdida de la esperanza después de seis meses sin poder moverse: "No tienen a dónde ir. Su opción es ir a un campo de refugiados que está al norte o irte a otro en el sur, pero vamos, no tienen ninguna esperanza". Muchos se plantean volver a Siria. "Algunos decían 'allí me puede caer una bomba o no, pero es que aquí estoy tirado como un perro en la calle'. Se planteaban irse pero hay varias ONG intentando convencerlos para que no lo hagan".
"No te podría dar un porcentaje exacto, pero habría un 40% de niños", destaca Carlos, que nos contaba algunas de las historias que tuvieron tiempo de conocer durante su estancia en Grecia. "Algunos están sin padres, hay otros casos en los que una madre se hace cargo de cuatro niños más que no son suyos". Historias terribles que, según Carlos, contaban con una normalidad pasmosa. "Es una situación que ellos llevan mamando desde hace cinco años". Muchos han crecido en un ambiente tan duro que se han convertido en niños soldado: "uno nos contaba como tenía un fusil y le mandaban disparar. Te preguntas, ¿cómo puede ser que en 2016 esté escuchando estas barbaridades y que nadie haga nada?".
PLANEANDO LA VUELTA
Después de quince días conviviendo con estos refugiados, la palabra que se les viene a Carlos y Fran a la cabeza es "injusto". "Somos todos iguales y eso es lo que debería ver la gente", dice Carlos. "Esta experiencia se la recomendaría a todo el mundo, a todos los que pudieran permitirse otro tipo de vacaciones. Incluso lo disfrutas más, ves cosas nuevas y tienes la oportunidad de estar con estas personas que te enseñan un montón". Además, quieren hacer hincapié en las personas que están allí "desaprovechándose" y en lo poco que necesitan: "un poco de estabilidad, un sitio donde dormir y esperanza de que al día siguiente van a estar en su casa con su familia y con comida. No hace falta mucho".
Ahora, ya en Vigo, se llevan el recuerdo de una experiencia que les ha cambiado la vida y de la que han aprendido que no necesitan todo lo que tienen para vivir. Se llevan con ellos la certeza de que volverán para seguir ayudando y el recuerdo de las personas que allí conocieron. "La humildad de esa gente es lo más importante, que aún no teniendo nada te lo daban todo".