Francisco Paesa, el hombre de humo
Industrial, embajador, multimillonario, estafador, agente del Ministerio de Interior, fugado, espía, muerto, resucitado, amigo y traidor de Roldán… Francisco Paesa. La única denominación que falta en esa lista es quizás la que mejor describe su vida y sus modos: humo. Eso es, o fue, Paesa. Tanto que hasta hace muy poco, casi cuarenta años después de su primer golpe, en Guinea Ecuatorial y un lustro después del último conocido, a un empresario ruso que todavía le persigue, no se ha sabido a ciencia cierta si estaba muerto o vivo.
Tuvo, o quizás tiene, la capacidad del humo para introducirse en las cámaras blindadas donde se guarda el dinero. En los despachos cerrados donde el poder se ejerce. En los armarios herméticos donde el Estado guarda sus secretos. Y mostró, sigue mostrando, la capacidad del humo para salvar los obstáculos. Esa misma naturaleza inatrapable es la que le permitió escapar sin un solo rasguño físico o penal de un largo rosario de situaciones de las que cualquier otro, menos hábil y menos templado, habría salido como mínimo magullado.
Esa capacidad para salir indemne de casi cualquier circunstancia límite, es el rasgo de la personalidad de Paesa que más fascina a José María Irujo. El periodista de El País que destapó el Caso Roldán en 1993, es uno de los que con más perseverancia ha seguido la pista, durante dos décadas, del escurridizo personaje. Un hombre cuya atribulada vida ha sido convertida por Alberto Rodríguez en una película que se estrena en el Festival de cine de San Sebastián: El hombre de las mil caras
AMIGO Y TRAIDOR DE ROLDÁN
La película de Alberto Rodríguez retrata los años en los que la vida de Paesa y la de Luis Roldán estuvieron férreamente entrelazadas. El lazo, o las esposas, eran los 1.600 millones de pesetas que el segundo había cobrado en concepto de comisiones ilegales durante su etapa al frente de la Guardia Civil, entre 1986 y 1993. Tras su cese, acosado por las informaciones publicadas por Irujo en Diario 16, Roldán recurrió a Paesa para poner el dinero, y dos de sus casas, a salvo.
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Paesa fue entonces más Paesa que nunca. “Dio forma”, detalla el periodista, “a una complicada trama de operaciones y testaferros que hizo perder el rastro del dinero para siempre”. Fue una estrategia perfecta, desde el punto de vista del delito: el dinero, unos 10 millones de euros, no ha aparecido nunca. Además, mediante la ‘Operación de las Esmeraldas’, puso a salvo dos propiedades queridas por Roldán: un apartamento en París y una casa en San Bartolomé (Antillas). Dos testaferros seleccionados por Paesa las adquirieron a través de sociedades ficticias con dinero facilitado por el propio Roldán.
La evasión del dinero fue algo más complicada: “Era preciso moverlo a mucha velocidad, en lo que se conoce como efecto helicóptero, por bancos de todo el mundo”. De Madrid a Londres, de Londres a Suiza, de Suiza a Singapur, de Singapur de nuevo a Londres… y así varias veces más en un baile mareante que acabó, al parecer, en el Overseas Union Bank de Singapur. Allí se le perdió el rastro para siempre.
Sólo con la perspectiva del tiempo fue posible apreciar la inteligencia con la que Paesa diseñó la operación. No sólo logró salvar las dos casas, esconder el dinero y salir indemne del proceso. También consiguió no dejar ni un solo cabo suelto: los dos testaferros con los que contó, Jean Henry y Jean Pierre Aberlé, habían sido elegidos por su afinidad con el abismo. “Uno fue hallado muerto, alcoholizado, en un albergue para mendigos de Ginebra y el otro, al parecer, se suicidó sumido en la ruina”. Irujo lo cuenta con cierta admiración por la audacia del hombre al que ha seguido durante años.
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Paesa prestó sus servicios a Roldán y a su mujer, Blanca Rodríguez-Porto, que sería más tarde condenada por encubrimiento. Se convirtió en la persona de confianza del matrimonio. Fue el “amigo” que refugió a Roldán en París tras su huida, en abril de 1994. Y después, sin despeinarse demasiado, fue el hombre que colaboró con el Ministerio de Interior de Juan Alberto Belloch para la entrega de Roldán.
UN SOLITARIO CON ESPÍRITU PELICULERO
De su mente salió la farsa de los papeles de Laos. El ministro que quería apuntarse una medalla se encontró con el escándalo de unos documentos falsificados; el delincuente que confiaba en sortear la pena los delitos más graves se encontró con una detención nada más poner un pie en Barajas y con una condena de 31 años. “Cumplió 15, más de los que haya cumplido nunca un funcionario público en España”, recalca Irujo.
Y recuerda: “El único que salió de aquello sin perder una sola pluma fue Paesa”. Solo unos años después, cuando la instrucción de la jueza Ana Ferrer en el Caso Roldán hizo aparecer su nombre una y otra vez, se vio obligado a orquestar una nueva performance: fingir su muerte por infarto en un país del Sureste asiático y publicar una esquela en El País. Era 1998, y antes de ‘morir’, vació sus cuentas. Nunca se sabe qué va a encontrarse uno en el Más Allá.
“A Paesa siempre le ha gustado darle a sus cosas un aire literario o de película”, explica el periodista. Ha sido escurridizo y al mismo tiempo exhibicionista. Unos años antes de convertirse en un prestigioso agente de Interior, por hacer caer a la cúpula de ETA en la Operación Sokoa de 1985, Paesa había aparecido en el papel cuché como un próspero millonario español afincado en Ginebra y casado con la viuda del dictador Sukarno.
Su imagen de banquero exitoso ginebrino se resquebrajó a finales de los setenta, cuando se descubrió que todo su éxito era fingido. Su papel como agente al servicio del Ministerio de Interior durante los años ochenta fue desvelado por una fotografía: frente al Gran Hotel Velázquez de Madrid, intentando convencer a las novias de Amedo y Domínguez de que cambiaran su declaración sobre los GAL.
“Esa imagen puso a muchos tras su pista”, explica Irujo. “Era la primera vez que se veía su rostro y todos nos pusimos a indagar”. El personaje desaparecería hasta volver a aparecer con el caso Roldán, pero el periodista de El País, mientras trataba de seguir sus movimientos de entonces, reconstruyó también sus movimientos pasados.
ELEGANCIAS DE VIEJO PREMATURO
Lo que apareció ante sus ojos, tras muchas conversaciones con personas que lo conocieron, fue un pasado coherente con su presente. Irujo recuerda la imagen que le transmitieron: “Era como un viejo prematuro. Vestía trajes de raya diplomática, fumaba el tabaco más caro de la época, se le veía en Las Ventas con entradas caras que nadie sabía de dónde sacaba”... Ya entonces, los trajes que sigue vistiendo hoy, el tabaco que sigue fumando hoy, los relojes caros que sigue llevando hoy.
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Y la misma escasa capacidad de empatía. En sus primeros años conquistó a una estudiante francesa de intercambio, con la que tuvo una hija a la que apenas ha tratado. Murió su madre y no acudió al funeral, aunque podía al no existir entonces causas abiertas en su contra. Tampoco asistió al entierro de la que fue su leal secretaria durante años. José María Irujo recuerda estos episodios antes de señalar: “Es un rasgo clave de su carácter. Un tipo frío, muy solitario, capaz de resistir durante mucho tiempo la soledad y la fuga”.
Un tipo con mil identidades pero el suficiente amor propio como para afirmar, en una entrevista, que el mayor amor de su vida ha sido... él mismo.