El viaje forzoso de Khadija, la niña que huye de Boko Haram
A sus 15 años Khadija Kaku no ha podido ir al colegio, ni jugar con sus amigos, ni disfrutar de su familia en su casa. De todo eso le ha privado Boko Haram, el grupo terrorista que ostenta el primer puesto del más mortífero.
Khadi, como la llaman sus amigos, es el vivo ejemplo del peligroso viaje que miles de niños tienen que hacer cada día en África. En su caso, en los últimos cinco años ha tenido que hacerlo cinco veces. Con cada una de sus huidas ha visto miedo, desolación, asesinatos... Cosas que nadie, y menos un niño, tendría que ver.
De su historia se ha hecho eco Unicef, organización que denuncia cómo la violencia de Boko Haram ha provocado una crisis humanitaria que ha forzado el desplazamiento de 1,4 millones de niños. Deja, además, al menos a un millón atrapados en zonas de difícil acceso.
La joven vive ahora en el campo de refugiados de Daresalam, en la región del Lago Chad, y es consciente de que este no será su destino defintivo. Nació en Ariboye, un pueblo al noreste de Nigeria en el que no había escuela ni agua potable. "En 201, debido a la sequía, la cosecha no alcanzñi para aguantar el resto del año, así que dejamos nuestra casa y viajamos a Meltri, donde nos acogió nuestro tío". Allí descubrió el colegió, las películas de Bollywood y las nuevas tecnologías, pero la irrupción de Boko Haram les obligó a volver a huir. "Una mañana, cuando entramos a clase, encontramos una nota que alguien había deslizado por debajo de la puerta durante la noche. Era de Boko Haram. En ella, ordenaban a nuestros padres que nos mandasen a casa y a los profesores que abandonasen el lugar”.
Sintiéndose amenazada, la familia de Khadija decidió dejar Meltri y viajar a otro lugar, Madai, esperando encontrar seguridad allí. “Sólo pasamos cinco o seis meses en Madai. Iba aterrada a la escuela. Una mañana, unos hombres vestidos con turbantes y ropas negras atacaron el pueblo y destruyeron todo a su paso. Antes de aquello ya hacía días que queríamos marcharnos, pero no sabíamos hacia dónde ir”, recuerda Khadija. “Quise coger mis libros del colegio, pero ni siquiera eso pude llevar conmigo; sólo cargamos a la espalda algo de ropa. Caminamos descalzos durante días. Al llegar a Baga, mis pies estaban destrozados por haber caminado entre arbustos llenos de espinas, así que tuve que ir a la clínica para que me las sacaran con pinzas. Tardaron horas en conseguirlo”.
Por si no hubiera sido suficiente, en enero de 2015, la ciudad de Baga, su último refugio en Nigeria, también fue atacada. Khadija todavía recuerda el olor a humo, el sonido de los disparos y las explosiones, la huida a pie… Sentía que vivía una historia interminable. “Huimos haca el lago y tomamos un barco para huir hacia Chad. Estábamos en shock, la gente que iba en el barco hablaba de cuerpos sin vida abandonados en el suelo y casa incendiadas. Me tapé los oídos”, recuerda aterrada.
A su llegada a Ngouboua, en Chad, la familia creyó haber encontrado finalmente la paz. Sin embargo, otro ataque les obligó a hacer su enésima escapada, esta vez al campo de refugiados de Daresalam , en el que viven ahora. “Estoy segura de que esto no ha terminado, de que tendremos que trasladarnos de nuevo”.
De la mano de Unicef, estas imágenes muestran cómo es el día a día de Khadi.