Tu bebé ve (y oye) cosas que tú no ves (ni oyes)
Las casillas A y B de esta figura tienen exactamente el mismo tono de gris:
Increíble, pero cierto: se comprueba cuando ambos cuadros se unen con una franja del mismo color que rompe la ilusión.
¿Cómo pueden nuestros ojos traicionarnos de esta manera?
En realidad no son nuestros ojos los que nos engañan, sino nuestro cerebro, pero lo hace por nuestro propio bien. Esta ilusión óptica, creada en 1995 por el profesor del MIT Edward H. Adelson, demuestra una cualidad de nuestro sistema visual llamada constancia perceptual.
Sabemos que estamos viendo un patrón ajedrezado y nuestro cerebro mantiene esa percepción cuando se proyecta una sombra que modifica los tonos de gris. La mente nos dice que seguimos viendo una cuadrícula de casillas oscuras y claras, descontando el efecto de las sombras. Imaginemos que no fuera así: continuamente tendríamos la sensación de que el mundo a nuestro alrededor está cambiando.
Esta capacidad de descontar el efecto del entorno sobre nuestra interpretación visual del mundo no es innata; la aprendemos cuando somos bebés, a partir de los seis o siete meses. Antes de esa edad podemos distinguir detalles sobre las cosas que escapan a los adultos, como demuestra un estudio elaborado por investigadores de tres universidades japonesas.
SUPERPODERES VISUALES
Los científicos crearon por ordenador tres imágenes de un mismo objeto, un caracol metálico, pero ligeramente distintas entre sí.
Luego las presentaron a 42 bebés de entre tres y ocho meses para que eligieran la que veían diferente. Naturalmente, un bebé no puede manifestar su opinión, por lo que los investigadores emplearon un método habitual en psicología consistente en registrar el tiempo de atención. Los experimentos han demostrado que los bebés se fijan más en los objetos nuevos que en los ya conocidos.
Para cualquier adulto es evidente que las dos primeras figuras son brillantes, mientras que la tercera es mate. Y de hecho, los bebés de 7-8 meses se fijaron más en la tercera imagen. En cambio, el resultado fue muy diferente para los de 3-4 meses, que prestaron más atención a la segunda figura. Para ellos, el cambio estaba allí. Y de hecho, lo está: según los autores del estudio, publicado en la revista Current Biology, las imágenes A y B representan distintas condiciones de iluminación, y el patrón reflejado es diferente en cada una. Los investigadores aseguran que, píxel a píxel, A y B son mucho más distintas entre sí que B y C.
"Los bebés de 3-4 meses son sensibles a diferencias triviales en las imágenes a causa de diferentes puntos de vista o iluminaciones", comenta a El Huffington Post el director del estudio, Jiale Yang, de la Universidad Chuo de Tokio. "Por otra parte, esto significa que les cuesta estimar las propiedades de los objetos con distintos puntos de vista o iluminaciones", razón por la cual no distinguen fácilmente entre un caracol brillante y otro mate. "El mundo perceptual de los bebés en esta etapa pre-constancia cambia mucho más drásticamente que el de los adultos", señala Yang.
A los 7-8 meses los bebés ya han adquirido esa constancia perceptual. La sensibilidad innata se ve recortada por el aprendizaje del entorno y dejan de ver esas sutiles diferencias; aprenden a entender que un objeto es el mismo aunque cambie la iluminación. "Este mecanismo hace nuestro sistema de percepción más flexible para adaptarse al entorno", apunta Yang. Lo peor se lo llevan los bebés de 5-6 meses: en esa etapa de transición no distinguen las diferencias de iluminación ni las de superficie, incluso cuando se les presentan juntas en una misma figura. A esa edad, su sistema de percepción está básicamente perdido.
El experimento confirma otros resultados previos que mostraban un efecto similar: en 2002, un estudio reveló que los bebés de corta edad distinguían las caras de diferentes monos con la misma facilidad que los rostros de las personas, algo imposible para los de nueve meses o los adultos.
CASI CIEGOS AL NACER
Yang y sus colaboradores comprobaron que los resultados del experimento no se debían a un efecto colateral causado por la inmadurez de la visión de los bebés. Lo cierto es que no venimos a este mundo con todo nuestro equipamiento sensorial plenamente desarrollado. Los recién nacidos disponen de un fino olfato que les permite reconocer el olor de su madre, de la leche materna e incluso del líquido amniótico, en el que han nadado durante nueve meses. También cuentan con un buen sentido del gusto, que inicialmente prefiere los sabores dulces antes de decantarse por los salados a partir de los cuatro meses.
Por el contrario, su vista comienza siendo un desastre. En el útero materno no hay estímulos visuales, por lo que la visión no empieza a ejercitarse hasta después de nacer. Los recién nacidos sólo ven sombras y luces borrosas, con una gama de colores pobre y sin visión tridimensional. Su agudeza visual ronda el nivel de 20/400, que en adultos se considera ceguera según la Organización Mundial de la Salud.
Desde el primer día de vida su visión comienza a mejorar gradualmente, aunque no es equiparable a la adulta hasta los seis años. Una app de Apple llamada BabySee permite ver el mundo a través de los ojos de un bebé en cada etapa de su desarrollo.
A la izquierda, cómo ve un bebé de cinco días; a la derecha, uno de tres meses
El oído está más desarrollado que la vista en el momento del nacimiento, aunque a un nivel bastante inferior al adulto. Pero con este sentido sucede lo mismo que con la visión: también aprendemos a escuchar lo importante e ignorar lo irrelevante. En los años 80, un grupo de investigadores demostró que los bebés de 6 meses pueden distinguir matices fonéticos en idiomas con los que nunca han tenido contacto, como el hindi de India o el salish de los nativos norteamericanos y que esta capacidad se pierde a lo largo del primer año de vida.
SINESTÉSICOS DE NACIMIENTO
Curiosamente, esto supone perder capacidades que tenemos al nacer. Como subraya Yang, "el desarrollo no sólo es un proceso progresivo", sino también "regresivo". Y en realidad aún tampoco sabemos con total exactitud hasta qué punto lo es, o cuáles son las habilidades que olvidamos. Al fin y al cabo, ningún bebé puede contárnoslo, y no conservamos recuerdos de aquellos primeros meses de vida. Pero ciertos expertos llevan al menos un par de décadas sospechando que esa pérdida podría ser mucho mayor, si se confirmara la hipótesis de que todos los bebés son sinestésicos al nacer.
La sinestesia o unión de sentidos es la capacidad de algunas personas de comunicar entre sí distintos sentidos corporales, de modo que pueden, por ejemplo, ver la música o saborear los colores. Existen muchas formas de sinestesia, siendo la más frecuente la grafema-color, que asocia tonos a los caracteres escritos. En 2015 un estudio dirigido por Helena Melero, investigadora en neurociencia cognitiva de la Universidad Rey Juan Carlos y especialista en sinestesia, determinó que una de cada siete personas de una muestra española era sinestésica.
En 2011, las investigadoras Katie Wagner y Karen Dobkins, de la Universidad de California en San Diego (Estados Unidos), obtuvieron la primera prueba experimental de la sinestesia en los bebés, al demostrar que formas como triángulos o círculos determinan preferencias de color en niños de 2-3 meses, pero no en los de ocho meses ni en adultos. "Estos resultados son consistentes con la posibilidad de que una conectividad neuronal exuberante facilite las asociaciones sinestésicas en los bebés que típicamente se eliminan durante el desarrollo, pero que un fallo en el proceso de retracción lleva en pocos casos a la sinestesia en adultos", escribían las autoras.
Sin embargo, para Melero habría una diferencia entre estos casos y la sinestesia tal como la conocemos. En los bebés "los estímulos auditivos producen activación de las regiones del cerebro que se encargan del procesamiento visual", señala la investigadora. Es decir, que estímulos dirigidos a distintos sentidos producen patrones comunes de forma inespecífica, mientras que "en el caso de la sinestesia existe especificidad sensorial". Melero cree que en el caso de los bebés sería más correcto hablar de "monestesia". Aunque todavía, puntualiza, "esta afirmación no cuenta con suficiente respaldo experimental".
Con todo, ¿no sería útil que pudiéramos conservar esos superpoderes sensoriales que tuvimos de bebés? "Es pronto para posicionarnos en un debate evolucionista y para determinar si las ventajas que proporciona la sinestesia son un rasgo que debería conservarse", dice Melero, sugiriendo que ciertos estudios recientes atribuyen una mayor inteligencia a las personas sinestésicas. Pero por desgracia, no podemos elegir; nuestro cerebro elige por nosotros cuando aún no tenemos uso de razón. Y para la gran mayoría, cumplir el año de vida es como nuestra kryptonita.