Tus ojos no te engañan, es tu cerebro

Tus ojos no te engañan, es tu cerebro

Parece que el ser humano lleva largo tiempo jugando con los misterios de la percepción visual. Mucho antes de que en 1892 se publicara la famosa Ilusión conejo-pato, que el filósofo Ludwig Wittgenstein consagró para la posteridad, Aristóteles ya había notado un curioso efecto: después de mirar durante largo rato una corriente de agua, si desplazaba la vista hacia las rocas de la orilla, estas parecían moverse aguas arriba.

Pero antes incluso, los artistas del Paleolítico ya habían jugado con figuras que parecían un mamut o un bisonte según los detalles en los que uno se fijara. Las ilusiones ópticas llevan milenios cautivándonos, pero hoy podemos comprender a qué se deben, al menos en parte. Éstos son sus tipos principales, y sus explicaciones.

ILUSIONES ÓPTICAS LITERALES

Hace años se corrió un rumor sobre una carretera cercana a la localidad malagueña de Ronda en la que, se decía, los coches en punto muerto rodaban cuesta arriba. Este curioso fenómeno se ha observado también en otros lugares del mundo. Pero naturalmente, no tiene nada de paranormal: en realidad los coches caen hacia abajo; la cuesta arriba es solo una ilusión óptica, un extraño efecto de la perspectiva en ciertos lugares donde no existe la referencia del horizonte y el paisaje circundante produce un efecto engañoso.

En casos como estos, la ilusión está en los propios objetos, que nuestro cerebro interpreta como buenamente puede. Se conocen como ilusiones ópticas literales. Quizá el ejemplo más conocido es la pareidolia, ese fenómeno que nos mueve a ver formas reconocibles en las cosas: caras en Marte, animales en las nubes o apariciones religiosas en las tostadas.

Las ilusiones ópticas literales son un frecuente recurso artístico que aprovecha la manera en que percibimos la interacción entre los objetos. Son famosas las obras del pintor renacentista italiano Giuseppe Arcimboldo, que creaba retratos con bodegones. Otros artistas han empleado la misma técnica, como el ilustrador estadounidense Charles Allan Gilbert o, más recientemente, el mexicano Octavio Ocampo.

Una curiosidad: la calavera de la polilla en el cartel de la película El silencio de los corderos no es en realidad tal calavera, sino una obra de Dalí y del fotógrafo Philippe Halsman que muestra a siete mujeres desnudas.

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ILUSIONES ÓPTICAS FISIOLÓGICAS

Nuestro sistema visual es potente y versátil, pero cuando se le imponen condiciones excepcionales puede reaccionar de forma extraña. Es lo que ocurre cuando recibimos un exceso de estímulo de algún tipo. El ejemplo más sencillo es la imagen fantasma que percibimos después de mirar al Sol o al flash de una cámara. Se conoce como imagen remanente, y se denomina fisiológico porque se debe a nuestra biología, normalmente a la saturación y agotamiento de las neuronas encargadas de transmitir un estímulo.

Las ilusiones fisiológicas suelen requerir mirar fijamente a una figura, ya que a menudo aprovechan la imagen remanente negativa que se produce cuando un tipo de neuronas de la retina, las células ganglionares, se sobreestimulan por un color y después se apagan. Dado que los colores se transmiten al cerebro en pares complementarios, blanco-negro, rojo-verde y azul-amarillo, cuando después del esfuerzo la detección de un color cae por debajo del nivel basal es cuando nos parece ver su complementario, como el negativo de la imagen.

El primer ejemplo de estas ilusiones creado por el hombre fue obra del alemán Ludimar Hermann en 1870, y se conoce como Ilusión de la cuadrícula, en la que un patrón de cuadrados negros sobre un fondo blanco nos produce la impresión de ver inexistentes manchas grises en las intersecciones de la cuadrícula.

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Durante décadas los científicos asumieron que el efecto se debía a una inhibición de los receptores del ojo adyacentes a los estimulados; los cuadrados negros provocarían que los receptores de la intersección blanca se volvieran perezosos, transmitiendo un tono gris. Sin embargo, investigaciones recientes han demostrado que esta teoría no se aplica a la ilusión de Hermann, y que en realidad es un caso del tercer grupo, una ilusión cognitiva de constancia perceptual.

ILUSIONES ÓPTICAS COGNITIVAS

En muchos casos nuestro sistema visual cumple su trabajo a la perfección y sin respuestas extrañas, pero es nuestro cerebro el que inconscientemente percibe cosas que no existen. La idea fue propuesta en el siglo XIX por el médico y físico alemán Hermann Helmholtz.

Un ejemplo es la constancia perceptual luminosa, la capacidad de nuestro cerebro de descontar el efecto de la iluminación del entorno a la hora de percibir los objetos. Esta idea explica el famoso caso del vestido que cada uno veía de un color u otro según su cerebro descontara una iluminación fría o cálida. También es una ilusión cognitiva la del tablero de ajedrez, en la que dos casillas son exactamente del mismo tono de gris aunque creamos percibir una negra y otra blanca.

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En el caso de las ilusiones cognitivas, el ejemplo clásico más sencillo es el llamado cubo de Necker. Es simplemente un dibujo de líneas, pero nuestro cerebro construye un cubo tridimensional, que además podemos ver alternativamente desde la cara superior o la inferior.

Esta alternancia define uno de los tipos de ilusiones cognitivas, las llamadas ambiguas, como la del conejo-pato. Otras son ilusiones de distorsión, como la que nos hace ver líneas curvadas o inclinadas cuando son rectas paralelas. Es el caso de la denominada Ilusión de la pared del café, ya que fue modernamente redescubierta por casualidad en los azulejos de la pared de un café en Bristol. Otro grupo es el de las paradójicas, como las arquitecturas imposibles pintadas por M. C. Escher.

Uno de los casos más sorprendentes es el de la habitación de Ames.

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En 1946 el oftalmólogo estadounidense Adelbert Ames Jr. creó un modelo de una habitación en la que la pared del fondo tiene una de sus esquinas más alejada del observador que la otra, compensando esta distancia a la vista con una mayor altura de la pared. Cuando se observa en dos dimensiones, como en una fotografía o un vídeo, la apariencia es la de una habitación normal, y el resultado es que el objeto situado junto a la esquina más alejada parece más pequeño, aunque ambos sean del mismo tamaño.

Según el oftalmólogo Javier Benítez-Herreros, del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares, la ilusión de la habitación de Ames ha sido empleada con frecuencia en el cine, por ejemplo, en la trilogía de El señor de los anillos. "Los decorados construidos según los principios de la habitación de Ames permitieron percibir a los hobbits como seres de menor tamaño que los humanos", escribe en la revista Archivos de la Sociedad Española de Oftalmología.

La habitación de Ames demuestra que la mente humana sabe percibir la perspectiva, y precisamente por eso se la puede engañar. Un ejemplo: nuestro cerebro sabe que cuando observamos dos estructuras altas y próximas entre sí, como dos rascacielos, la perspectiva hace que tiendan a converger en la parte superior. A partir de este principio, tres investigadores de la Universidad McGill de Canadá crearon la Ilusión de la Torre Inclinada. Es tan simple como situar una junta a otra dos imágenes idénticas de la Torre de Pisa. Dado que no convergen en la cúspide, nuestro cerebro piensa que la imagen de la derecha está más inclinada, cuando realmente son copias idénticas.

¿Qué hay de la ilusión más antigua de la historia de la ciencia, la descrita por Aristóteles? Se propuso una explicación fisiológica, basada en el agotamiento de las neuronas que transmiten el movimiento del río o la cascada; cuando miramos a una zona estática, estas neuronas actúan por debajo del nivel basal, por lo que la mayor actividad de las células que transmiten el movimiento en sentido contrario nos hace percibir un desplazamiento a contracorriente. Sin embargo, los estudios han mostrado que no es tan sencillo: no se trata sólo de fatiga neuronal. "Incluso más de 2.000 años después de la observación de Aristóteles, es difícil hacer afirmaciones firmes sobre la verdadera naturaleza de esta ilusión", dice un estudio. Nuestro cerebro nos sigue engañando.

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