Así ven los jubilados la cita crucial del 20-D

Así ven los jubilados la cita crucial del 20-D

En las calles del Parque Alcosa, en Sevilla, hay demasiada gente pasando los martes al sol. Comen pipas en el banco los ninis, callados y grises. Pasean sin rumbo sus padres, sin nómina y con ojeras, las manos vacías en los bolsillos. Renquean sus abuelos, que vienen de llevar a los nietos al colegio, de hacer las compras con las que resiste la familia entera, que dan una vueltecita del brazo de su señor o su señora o apoyados en muletas desgastadas, que aquí no hay para cuidadoras filipinas ni dominicanas.

Algunos jubilados toman lentamente el camino de Elda -de la calle Elda, que los viajes del Imserso son también algo lejano-. Es ahí, en la periferia del barrio de la periferia de Sevilla, donde se encuentra el centro de mayores Encina Real, un proyecto nacido en 1989 de pensionistas tenaces que, con ayudas pequeñas del ayuntamiento o de algún banco, han levantado un templo que cobija a 4.472 socios. Lo que no han hecho los gobiernos locales en todo el Distrito Este lo han montado ellos a seis euros de cuota por persona.

En la puerta del local, blanquiverde, José María se fuma un ducados. "Que no debo, pero vaya", se disculpa. Prende la conversación y llegamos a la pregunta: ¿y cómo ve las elecciones del domingo, tan distintas a las que se han visto antes? ¿Qué le pide a los candidatos? ¿Se cree las promesas, ahora multiplicadas por más siglas y colores? "No. A ninguno. Pero creo que el que menos pinta de mentir tiene es Rajoy. Le ha pillado una mala época pero ha sabido torearla. Vamos a dejarlo un poquito más de tiempo, que es lo mejor. Es que los que vienen… son blandos como un sobao, ¿no?", dice.

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Miguel, que observa a media distancia, se acerca cuando acaba el corrillo. "Es de Sevilla Este –el barrio de al lado, sin centro de pensionistas, cuyos mayores deben desplazarse a Alcosa para tener servicio-. Ahí se vive mejor, tú sabes, hay más posibles. Claro que les gusta Rajoy. ¡Pues a mí no! Tengo dos hijos de 30 y pico años en paro, sin poder tener nietos por lo mismo, mis nueras con medias jornadas pero ahí te callas y la das completa… Mi mujer tiene osteoporosis y está en cama muchas horas. ¿Sabe quién le da la ayuda de dependencia? El PSOE. Porque esto es Andalucía". ¿Pero le gusta Sánchez? "Pues no, hija, no, pero el partido es el partido…Ya le pedirán cuentas si lo hace mal".

José María: Creo que el que menos pinta de mentir tiene es Rajoy. Le ha pillado una mala época pero ha sabido torearla. Vamos a dejarlo un poquito más de tiempo.

Sale el anfitrión, Justo García, el presidente de la asociación, que hace de cicerone por las instalaciones: el bar, la peluquería de caballeros y señoras, más el podólogo y el fisioterapeuta -todo a precios muy bajos-, los salones de juego, el patio con aparatos de ejercicio para mayores, la sala de lectura y ordenadores… Hoy es el día del socio y hay cena especial, así que al fondo perpetuo de olor a café con leche y fichas de dominó en acción se suma el ajetreo de mesas y sillas y manteles. Irá una importante mayoría de mujeres, "que hay muchas viudas solas", explica Justo.

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Rafael, con 600 euros de pensión y un hijo en paro en casa.

Cuando se les pide que hablen de política bajo el patio acristalado y rodeado de pavos reales en el alicatado, tuercen el gesto. No es falta de ganas. Es que hace daño, se nota. Cada cual tiene su historia y habla según le va la feria. Enrique directamente desvela que no va a votar, porque los políticos ya no le causan respeto alguno. Palabras como "miseria", "ladrones", "mierda", salen con temple de su boca. El desengaño es grande.

A su mesa de dominó se acerca Pedro, que cabecea, negando la mayor. "Votar hay que votar, porque si no los cuatro que van harán con nosotros lo que quieran", replica, aún esperanzado. Pide, sobre todo, trabajo para los jóvenes y contratos dignos, "y no de basurilla como los que hay ahora". Al PP no lo quiere votar, explica, pero hay partidos nuevos "en los que hay que confiar un poco".

María se va rápido del local. No encuentra a sus amigas. Habrán salido ya -de la sala de hacer punto o de coser, donde hacen ropa que donan a ONG, o de hacer competiciones de rummikub-. Se lo ha perdido porque ha tenido que llevar al nieto al oculista. Su hija, explica, trabaja y no puede. "Y así mejor, voy yo y le pago las gafas, que ella está regular", apunta. En su casa, dice, siempre se ha votado "derechas". "Yo no entiendo de estas cosas, pero hay cosas que no pueden ser: que no me toquen la pensión, que me dejen respirar y tener para los míos. Que mi nieto pueda estudiar sin tener un padre rey", resume.

Alcosa no sabe de riquezas. Un barrio parido en 1971, con muchos obreros de pueblos recién llegados a la capital, donde aquellos jóvenes entusiastas hoy caminan con gorra, jersey de pico y mucho esfuerzo. Vieron levantarse sus casas, llegar los autobuses, nacer esos comerciales viejos y nuevos, los epicentros de la vida comercial del barrio. Y la iglesia setentona, con ese pater que enzalama a los jóvenes sentándose en los escalones del altar o regalando banderines del Atleti.

En Encina Real, Rafael está con su café de media mañana, tranquilo, jovial, pero la sonrisa se le hace triste, de pronto, ante el interrogatorio. Porque le angustia, enumera, vivir con 600 euros, cuando una casa media cuesta 900 al mes. Porque tiene un hijo de 40 años viviendo con él porque no tiene empleo y está perdiendo el ánimo. Hijo de peones militares, trabajando desde los 14 años, no concibe que hoy tenga que ser el bastón de los suyos, a sus años. "No es justo", repite. "Si echo a mi hijo, ¿dónde va a comer? Que venga un político y me lo diga, a ver si tiene cojones de comer con lo que como yo", estalla.

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Un par de jubilados, viendo un partidillo de fútbol.

Lo acompañan en la mesa Conchi y Antonio, primos. Ella sólo pide "mejorar un poquito" si puede ser, "que por lo menos nos dejen lo que tenemos" y no bajen las pensiones. Ese es el fantasma que recorre el centro. La paguita a fin de mes, que no cambie si no es para mejor, que la necesitan. Se confiesa aficionada a la política, y tiene sus preferencias, pero reconoce que en el poder luego todos hacen "lo de siempre". ¿Cambiará algo el domingo? "Dios quiera", replica.

Úrsula: "Todo el día diciendo que los políticos no hacen o hacen lo que no tiene que ser... ¡Vale ya! Vamos a pararles los pies. Vamos a cambiarlo nosotros. Yo votaré a Podemos

Antonio no tiene fe. Ni en unos ni en otros. Recuerda a los que le rodean, a los que dan de comer a sus familias habiendo rebasado con creces los 65 años. "Y encima, nos vamos a quedar sin cárcel", se indigna con tantos corruptos. Es otro sentimiento generalizado: el de resentimiento con una clase política que "se lo ha llevado calentito sin doblar el lomo", resume desde la barra Manolo más que gráficamente. "Unos tanto, otros tan poco", lamenta.

"¿Que qué le pido yo al 20-D?", repite Úrsula -rimel azul, pizpireta de 83 años- paseando por su barrio. "Pues yo le pido a la gente que haga algo. Todo el día diciendo que los políticos no hacen o hacen lo que no tiene que ser... ¡Vale ya! Vamos a pararles los pies. Vamos a cambiarlo nosotros. A mí mi sobrina me va a llevar al colegio (electoral). Pienso ir temprano. Hay que hacer, para poder quejarse luego. Yo quiero pan para todos y escuelas y hospitales que no vengan a curarte cuando ya te has muerto", suelta, atrayendo las miradas de la estanquera. ¿Y todo eso quién se lo va a dar? "Pues Podemos, claro", responde sonriente. Y se va para el B4, el bus municipal. "Para dos paradas, nada más, es que la artrosis no me deja. Pero el domingo voto, que lo sepas".

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MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.