La Expedición Malaspina viaja a la deriva y sus jóvenes científicos caen por la borda
Adiós a la Expedición Malaspina del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la que se echó a la mar en 2010 con los buques Hespérides y Sarmiento de Gamboa y recorrió 78.000 kilómetros por todo el mundo. Irónicamente, su abrupto final recuerda al de la aventura original que capitaneó Alejandro Malaespina entre 1789 y 1794, que acabó con la publicación de un Atlas con 34 cartas náuticas, su responsable en la cárcel y luego exiliado, así como ingentes cantidades de material guardado en cajas y cajones durante casi dos siglos. La expedición actual concluye con su coordinador, el oceanógrafo Carlos Duarte, en las antípodas; los científicos formados para el estudio de las muestras, en el paro; y miles de las muestras, almacenadas a buen recaudo para el futuro. Apenas se ha evaluado un 10% de las recogidas.
La mayoría de los jóvenes científicos participantes en esta expedición ya no tienen ni becas ni contratos. Algunos están a punto de que se les acaben y otros están haciendo las maletas para unirse a los miles de colegas que han emigrado buscando su futuro. Están "muy preocupados" porque en España no tienen perspectivas.
El proyecto, que se inició en 2008, se echó a la mar entre los meses de diciembre de 2010 y julio de 2011, cuando los buques de investigación oceanográfica Hespérides y Sarmiento de Gamboa iniciaron sucesivas campañas de recogida de datos en 78.000 kilómetros por todo el globo terráqueo. En la web del CSIC se lee todavía que uno de sus objetivos fundamentales era aunar "la investigación científica de frontera con la formación de jóvenes investigadores y el fomento de las ciencias marinas y la cultura científica en la sociedad".
Carlos Duarte, coordinador de la Expedición Malaespina
Cuatro años después de echarse a la mar, la gran apuesta española para el estudio de los mares del mundo ha terminado. La fecha de cierre, desde el punto de vista administrativo, fue el pasado día 15 de diciembre.
Y acaba con más resultados que el atlas que dejó su predecesora, pues ha servido para la realización de 29 tesis de máster (previas al doctorado) y unas 50 tesis de doctorado. "En ese sentido, se han cumplido con creces las expectativas, duplicando los indicadores marcados originalmente", reconoce Duarte, su coordinador.
Pero otra cosa es el futuro que espera al ingente material recogido —6.000 gigabytes de datos y 120.000 muestras— que queda por analizar. El equipo de investigación que se formó durante estos cuatro años se está desmantelando, como confirma Duarte. "El avance en capital humano que supone estas tesis para las Ciencias Marinas se ha producido, pero por desgracia, a la vez se han destruido con ensañamiento los muy frágiles mimbres sobre los que se había construido la ciencia en España, por un Gobierno empeñado en devolvernos a la España de Cuéntame", denuncia desde Australia.
Entre esos mimbres se encuentran María Isabel Cerezo Sánchez (IMEDEA-CSIC), Belén González Gaya (Instituto de Química Orgánica General-CSIC), Guillem Salazar (Instituto Ciencias de Mar-CSIC) y un largo etcétera de miembros de la expedición. De hecho, en el encuentro celebrado en la Universidad de Cádiz hace unos días, como colofón del proyecto, Cerezo tuvo la ocurrencia de proponer, durante la cena, que levantaran la mano aquellos de los 16 presentes que tenían un sueldo y sólo la levantaron dos, a los que les queda un año de beca.
"Yo participé en cuatro de las siete campañas de la expedición y llevo desde septiembre en el paro. No encuentro trabajo ni en el sector público ni en la empresa privada, así que sólo me queda la opción de emigrar, pero me resisto porque si me voy, no podré volver. Encima, ser doctora es un hándicap para encontrar empleo como técnica, pues los que te evalúan tienen menos formación y tienen miedo de que les quites el puesto, o ni saben lo que significa ser doctor", explica Cerezo (en la imagen de la izquierda).
Su área de investigación es, sin embargo, de gran interés (o debería serlo) para la ciencia a nivel internacional y nacional, ahora que se habla de prospecciones petrolífera en el mar. Su trabajo se centra en los efectos de los hidrocarburos sobre el fitoplacton marino, un asunto que hasta la Expedición Malaespina sólo se había estudiado en el Atlántico, y que con este viaje se amplió al Pacífico y al Índico.
Campaña de intercalibración, en mayo de 2010.
A Cerezo no le entra en la cabeza que un proyecto que contó con un presupuesto de seis millones de euros acabe de esta forma. "Me indigna que se gaste dinero en la Biblioteca Malaspina para recoger, guardar y etiquetar las muestras, o para su mantenimiento, sin tener la certeza de que se vaya a estudiar. Si este país no apuesta por la Ciencia, dudo que en el futuro tengamos una tecnología que permita nuevos descubrimientos. Ese dinero debería emplearse en seguir analizando los datos ahora, porque sino se hará en el extranjero. Al final, España invierte y otros se lleven el beneficio y la rentabilidad", denuncia.
La joven investigadora tiene muy presente el dinero que se ha invertido en ella: "Calculo unos 90.000 euros gasto de mis viajes, mis dietas, mi formación, como el de 40 doctorandos más, son muchos millones que tiramos por la borda. Y aún así se nos insulta diciendo que somos leyenda urbana ; para mí es una falta de respeto a mi trabajo porque yo sigo publicando por y para España sin reconocimiento alguno", acusa.
Sus quejas son el espejo del naufragio al que está condenada una generación de científicos, de una valía que sí saben ver investigadores de primera fila internacional, como el propio Duarte: "Estoy seguro de que estos investigadores serán los líderes de las ciencias marinas en las próximas décadas, pero mucho me temo que habrán de ejercer su liderazgo desde instituciones de otros países. En el fondo, la ciencia es un ejercicio compartido, por lo que el conocimiento que generen en esos terceros países también será nuestro". Para el experto esta reflexión sirve de escaso consuelo, porque "las oportunidades que la ciencia genera como motor de una sociedad innovadora y de alto valor añadido, basado en el conocimiento, se origina en donde se produce el conocimiento y no se comparte ni se exporta". Más claro el agua.
UN FUTURO INCIERTO
La situación se presenta complicada para los miembros de la Expedición Malaespina. Fuentes del CSIC apuntan que no hay nada específico previsto para los investigadores formados en Ciencias del Mar durante la expedición y que deberán presentarse a las convocatorias, como los demás; añaden que los datos recabados están a disposición de los científicos que los soliciten y que ya se están realizando muchos trabajos con ellos.
Ante esta situación, Duarte asegura que le gustaría ""tener palabras de ánimo y esperanza para los jóvenes investigadores de la Expedición Malaspina, pero en ciencia la evidencia y el rigor prevalecen sobre opiniones o deseos". Su anhelo es que el futuro sea distinto y que tanto estos como otros jóvenes encuentren oportunidades para desarrollar su capacidad científica en España. "Sé que este deseo choca con la dolorosa destrucción, en tan solo tres años, de buena parte de la capacidad científica que habíamos tardado tres décadas en construir. Esta es la realidad que no puedo ocultar", declara.
Tampoco la oculta el catedrático de la Universidad de Cádiz Fidel Echevarría (en la imagen de la izquierda). Echevarría fue el responsable del Buque 10 de Formación de la Expedición, y el organizador del encuentro en Cádiz. "Desde el principio quisimos que el proyecto formara a una nueva generación de investigadores de los océanos. Planificamos unas 35 tesis y han salido 80, y con datos muy relevantes. Pero tienen que salir muchas más porque las muestras son muy valiosas, y eso requiere tiempo", explica. "Ahora, las becas se están acabando, o lo han hecho ya, y casi no hay contratos para científicos. De hecho, están trabajando sin financiación y si tiran la toalla, repercutirá en el buen término del proyecto", se lamenta.
El experto cree que habría que haber puesto en marcha alguna fórmula de contratos para cuando acabaran las becas porque la campaña fue muy larga. " Un proyecto de ámbito planetario debería haber tenido otro año más de vigencia porque faltan por culminar muchas tesis", apunta el catedrático.
Reunión de jóvenes investigadores de la expedición celebrada en Cádiz hace unos días.
Pero la realidad es muy distinta a lo que Echevarría hubiese querido. Tanto Guillem Salazar como otros miembros de la Expedición están trabajando gratis para la ciencia de Malaespina. Será sólo hasta que su tesis sobre microbiología llegue a su fin. Gracias a sus investigación se han descubierto un buen número de nuevas especies de bacterias que viven a 4.000 metros de profundidad y que ahora están siendo secuenciadas, pues podrían tener genes que no se conocen.
Guillem se embarcó en la Malaespina con una beca del Programa “Junta para la Ampliación de Estudios” (Programa JAE) del CSIC (de las que ya no existen), que acabó hace tiempo. Tras ella, su centro le contrató por siete meses, pero de nuevo está en el paro. "Espero conseguir otro contrato hasta el verano para finalizar el trabajo, y si no me tendré que buscar otro empleo y se resentirá el resultado. Aún así, después me espera el abismo. Como científico, quiero irme fuera, pero con la perspectiva de volver. Y no la hay, como tampoco hay doctorandos a los que nosotros podamos enseñar. En la Expedición Malaespina recogimos muestras con un esfuerzo bestial y ahora estamos sin recursos para aprovecharlas al máximo. Es tirar el dinero. Si el país decide no ser puntero en ciencia, que no lo sea, pero estos bandazos son un sinsentido", añade el biólogo.
Duarte, con algunos de los investigadores, en la Expedición Malaespina.
En septiembre de este año, Duarte, que dirige el Oceans Institute (Universidad de Western Australia) y es investigador del CSIC, señalaba que los resultados científicos a los tres años del desembarco sólo representaban "un 10% del total de piezas que compondrán el mural cuando esté acabado". "El año que viene tendremos un 30% de las piezas colocadas, dos terceras partes en 2016 y espero que esté ya acabado para 2020", indicaba en El Huffington Post. Allí apuntaba las primeras y trascendentales conclusiones del proyecto.
El capitán Alejandro Malaespina acabó en una celda, acusado de revolucionario, y después exiliado por criticar a Manuel Godoy . Sus enemigos quisieron destruir todo el material que había traído de su larga travesía. Afortunadamente, algunas mentes ilustradas lo evitaron en una buena medida, pero quedó abandonado hasta bien entrado el siglo XX. En pleno siglo XXI, tenemos al responsable máximo de la Expedición Malaespina 2010-2011, y también crítico con el Gobierno español, investigando en las antípodas. Y de nuevo, un material que daría para muchos años de trabajo, clasificado y almacenado con muchos de sus misterios por descubrir