Cómo piensa el líder más poderoso del mundo
Mientras la élite del poder se reúne en Davos para su foro anual sobre la situación del mundo, China entra en escena con más fuerza que nunca. Probablemente, dentro de una década sea la mayor potencia económica del mundo, inclinando así no solo el centro económico de gravedad, sino también la balanza geopolítica y cultural.
Con todo, la visión dominante de lo que Samuel Huntington una vez llamó “hombre de Davos”, todavía arraigada en la globalización occidental y americana, aún tiende a ser más provincial que universal.
Para entender cuál será el lugar de China –y de la globalización- durante la próxima década, es mejor cambiar el chip occidental y mirar al futuro desde el punto de vista del país que lidera el Partido Comunista.
No se trata de acoger su visión del mundo, sino de admitir que su manera de pensar y de actuar será la que gobierne a partir de ahora. Cada vez más, los objetivos de China, así como sus logros, son también los objetivos mundiales.
CONOCIENDO A XI JINPING
Junto con otros miembros del Instituto de Gobierno Berggruen, tuve la oportunidad de poder vislumbrar por mí mismo la mentalidad del nuevo líder chino durante una conversación extraña y muy diversa con Xi Jinping en el Gran Salón del Pueblo en noviembre, la víspera del Pleno del Comité Central. (Puedes leer la entrevista completa aquí, en inglés)
Miembros del Consejo del Siglo XXI se reúnen con Xi Jinping en el Gran Salón del Pueblo.
También conocimos al primer ministro Li Keqiang, así como a altos generales del Ejército Popular de Liberación y a oficiales de la Asamblea Popular Nacional, además de a gobernadores y a secretarios del partido en las provincias de Zhejiang, Guangdong y Yunnan.
A lo largo de nuestra charla, Xi se mostró relajado e informal. No daba la mínima impresión de la típica solidez de los tecnócratas, sino más bien la de un líder perfectamente preparado para hacer frente a los retos que, obviamente, se le presentarán.
Al igual que sus predecesores Deng o Mao, Xi aliñaba sus afirmaciones con alegorías clásicas. “Como decimos los chinos, hay que leer 10.000 libros y viajar 10.000 millas para llegar a entender”, murmuró al comienzo de nuestro diálogo. “Como China es una antigua civilización con más de 5.000 años de historia, a veces nosotros mismos no sabemos ni por dónde empezar. Hay un famoso poema sobre el monte Lu Shan que dice que si lo miras desde diferentes direcciones, obtienes una impresión distinta. Y quizás mi perspectiva personal tiene limitaciones. Como sigue diciendo el poema, no tendrás una visión completa del monte si estás en él”.
Desde su punto de vista privilegiado, Xi proclamó con evidente orgullo: “Nunca hemos estado tan cerca” de hacer realidad el sueño chino del rejuvenecimiento tras la derrota y la humillación de las Guerras del Opio hace 170 años.
Un póster de "el sueño chino" en una pared de Pekín.
Con confianza en que China pueda “evitar la trampa de la renta media” y alcanzar su objetivo de duplicar los ingresos per cápita para 2020, Xi predijo que la economía crecería en “los próximos diez o veinte años” hasta una tasa de, al menos, el 7%. Esto sería posible teniendo en cuenta las reformas estructurales orientadas al mercado, la acelerada urbanización y el paso de las exportaciones a bajo coste hacia un consumo doméstico.
“A partir de ahora, cada año se incrementará en un 1% la tasa de urbanización en China”, afirmó Xi, “pues varios cientos de millones de granjeros emigran a las ciudades… en cambio, aquí no hay barrios de chabolas, precisamente porque hemos sido capaces de mantener el crecimiento y de ofrecer oportunidades”. En 2014, dijo, se crearán 12 millones de puestos de trabajo en las ciudades chinas.
No obstante, aumentar el PIB no es el único objetivo, enfatizó Xi. Haciendo hincapié en que todos los problemas en China estaban relacionados entre sí y que no podían tratarse por separado, declaró que las reformas que estaba introduciendo “centradas en la gente” serían “razonables con la economía, la política, la sociedad y la ecología”, apoyándose así en las “bases del partido”.
Cerrar la brecha de la desigualdad y acabar con la pobreza de los 200 millones de personas que han caído en el olvido durante las décadas de rápido crecimiento se encuentran entre las prioridades de su agenda, señaló. Como resaltó el Primer ministro Li, la senda de las reformas en China debe ir de la “cantidad” a la “calidad de vida”, también en lo que a la ecología se refiere.
Las nuevas políticas de Xi, adoptadas en el Pleno del Comité Central, prometen cerrar los programas de reeducación en campos de trabajo, flexibilizar la política del hijo único y los requisitos para adquirir la residencia en las ciudades, garantizar derechos de propiedad a los granjeros e impulsar muchos sectores nuevos que tendrán un “papel decisivo” en el mercado.
Aunque apenas se menciona en las noticias que nos llegan a Occidente, entre las reformas clave también se incluyen la obligación de los tribunales locales a rendir cuentas a los Tribunales de Circuito en vez de quedarse bajo el control de las autoridades locales y la retirada de la Comisión Central de Inspección Disciplinaria en su lucha contra la corrupción del partido, lo cual resulta muy criticable.
Al mismo tiempo, Xi ha reforzado las bases del Partido Comunista, ha acumulado más poder en el centro, ha reafirmado la ortodoxia ideológica y ha reprimido a los blogueros más escandalosos.
No existe la contradicción, según los líderes que conocimos, entre la liberación socioeconómica, por una parte, y un mayor control político, por otra. De hecho, en sus mentes, la última es condición previa para que se cumpla la primera. Relajar y tensar son las dos caras de una misma moneda.
"Relajar y tensar son las dos caras de una misma moneda"
Para ellos, solo un partido estatal y centralizado puede anticiparse a los conflictos en el extranjero y llevar a cabo reformas contra los intereses particulares de las empresas estatales, los jefes de los partidos locales y lo que ellos ven como “fabricantes virtuales del caos” en Internet.
A este respecto, Xi es un verdadero discípulo de Deng Xiaoping, aunque adaptado a una época menos dura. Deng era un pragmático que continuamente calibraba la apertura y las restricciones tanto para avanzar como para mantener la estabilidad. Sus medidas laxas en la economía permitieron que cientos de millones de personas salieran de la pobreza; su puño de hierro aplastó las protestas de la Plaza de Tian’anmen.
Xi citó a Deng Xiaoping lo suficiente como para demostrar que está siguiendo sus pasos; señaló que China estaba ahora inmersa en las reformas de Deng, que el antiguo líder dijo que durarían 100 años.
Nuestro interlocutor en estos encuentros fue Zheng Bijian, también miembro del Consejo del Siglo XXI y autor clave del famoso informe del “viaje de Deng”, que relanzó las reformas chinas en 1992 tras su bloqueo debido al episodio de Tian’anmen. Con su presencia, sin duda, trataban de conferir la legitimidad de Deng a la nueva ola de reformas.
Zheng Bijian y el primer ministro Li Keqiang en la inauguración del foro del Consejo del Siglo XXI.
CHINA NUNCA CERRARÁ SUS PUERTAS AL MUNDO
Para que se haga realidad “el sueño chino”, en el que tanto hincapié hacía el líder comunista, el país tiene que comprometerse con el mundo actual interdependiente. “Cuanto más desarrollado esté el país”, decía, “más abierto estará. Es imposible que China cierre una puerta que ya ha sido abierta”.
En este punto, China está “preparada para activarse” en los asuntos internacionales y para trabajar con los demás para establecer las nuevas reglas del juego. “Cargaremos con más obligaciones a nivel internacional y tendremos un papel más proactivo en la escena global de cara a la reforma del sistema mundial”; así respondía Xi a la pregunta del antiguo primer ministro británico Gordon Brown acerca de la idea de acceder a la presidencia del G-20 en los próximos años.
La “tendencia de estos tiempos” es evitar los conflictos que afectan negativamente al desarrollo y, en su lugar, tratar de construir, en palabras de Zheng Bijian, “comunidades de interés en base a la expansión de la convergencia de intereses” en ámbitos que van desde el mercado abierto hasta la estabilidad financiera, pasando por la lucha contra el cambio climático.
EVITAR LA TRAMPA DE TUCÍDIDES
Xi se hizo eco de la famosa doctrina de Zheng del “tranquilo ascenso” de China. “El argumento de que los países fuertes tienden a buscar la hegemonía no funciona con China”, aclaró Xi. “No está en el ADN del país, dado nuestro origen histórico y cultural”. Incluso hizo una sorprendente referencia histórica a Esparta y Atenas: “Tenemos que trabajar todos juntos para evitar la trampa de Tucídides, para evitar que surjan tensiones destructivas entre una potencia emergente y las potencias ya establecidas, o entre estas últimas”.
"Tenemos que trabajar todos juntos para evitar la trampa de Tucídides, para evitar que surjan tensiones destructivas entre una potencia emergente y las potencias ya establecidas, o entre estas últimas"
Aun así, el tono beligerante de los líderes del Ejército de Liberación Popular que conocimos, profundo a la vez que inquietante, no parecía encajar muy bien con este enfoque de un desarrollo calmado.
Japón y China nunca han sido grandes potencias al mismo tiempo. En la actualidad, ambas son “ramas dobladas que brotan de nuevo” y salen de su humillación, según la frase de Isaiah Berlin sobre el nacionalismo asertivo. Aunque China ya se ha repuesto y está orgullosa de ello, como mencionaba Xi, sigue herida por la Guerra del Opio y por la ocupación japonesa.
El orgullo de Japón se ha visto dañado en las últimas décadas por el estancamiento económico del cual trata ahora de recuperarse, entre otras cosas, mediante la firme postura militar del “pacifismo activo”. Esto choca frente a la postura china de la “defensa activa” del mar de China Oriental, marcada más recientemente por la declaración unilateral de diciembre como una “zona de identificación de defensa aérea”.
EL RÉGIMEN DE PARTIDO ÚNICO, GORBACHOV Y EL GLÁSNOST CHINO
Durante dos días de conversaciones intensivas en Pekín, nuestros anfitriones chinos expresaron su frustración ante la incapacidad de Occidente para ver el camino de las reformas en China en sus propios términos, en vez de actuar como si fueran los tutores de la humanidad en su peregrinaje hacia la perfección, como una vez dijo Reinhold Niebuhr.
El portavoz de uno de los comités más poderosos de la Asamblea Popular Nacional criticó este aspecto: “Occidente nunca creerá que China está avanzando hasta que creemos un Gorbachov”.
"Occidente nunca creerá que China está avanzando hasta que creemos un Gorbachov."
En el centro de esta disputa, desde su punto de vista, se encuentra la negativa de Occidente a aceptar el régimen de partido único como modelo legítimo de gobierno.
Incluso hay muchos liberales en China que actualmente dudan de que la democracia pluripartidista de “una persona, un voto” sea la mejor manera de gobernar en una sociedad tan amplia y compleja como la china. Aunque quieren acabar con la corrupción y el abuso arbitrario de las autoridades, muy pocos quieren reproducir la parálisis partidista, el estancamiento y la disfunción general que observan hoy en día en los tres cimientos históricos de la democracia occidental, es decir, Atenas, Roma y Washington.
En su opinión, el Partido Comunista, acusado de supuesta corrupción y de concesiones de privilegio, no es una dictadura. Para ellos, hay un cuerpo de fuerte consenso formado por 78 millones de personas que se ponen de acuerdo sobre las políticas a largo plazo y garantizan al liderazgo colectivo el poder para implementarlas de forma decisiva.
Desde su punto de vista, es preferible lograr el consenso interno a través de interminables rondas de consulta y de encuentros con accionistas, antes que dividir el cuerpo político e invitar a la polarización y a la parálisis mediante la competición externa, como se hace en Occidente. En teoría, todo irá bien mientras haya competición interna de ideas y de personal basada en el mérito y en la eficacia, en lugar de en los intereses especiales que gobiernan el sistema.
Tal y como afirma Pan Wei, investigador de la Universidad de Pekín, “el principio meritocrático de competición ocupa la misma posición en la historia del gobierno de China que el principio de la mayoría electoral ocupa en la democracia occidental”.
De lo que nadie parece estar completamente seguro es de cómo un sistema unipartidista que debe mantener su estilo de gobierno puede manejar la explosión de la expresión individual con los medios de comunicación social y los micro-blogs.
Weibo, donde cientos de millones de usuarios se quejan de la leche contaminada, de los trenes averiados, de los robos y de los corruptos, ha sustituido al Tian’anmen de la época de Deng Xiaoping convirtiéndose en la plaza pública más poderosa de la China moderna. La gran pregunta es si el partido logrará “controlar y equilibrar” Weibo o si será Wiebo quien controle y equilibre el partido.
"La gran pregunta es si el partido logrará 'controlar y equilibrar' Weibo o si será Wiebo quien controle y equilibre el partido."
Lo que todavía se desconoce es la destreza o la habilidad con la que Xi manejará el cambio de poder. Por ahora, el partido pretende detener a las personas que queden por Internet para verse en la calle en grupos de dos o más personas. Hace poco, fueron arrestadas tres personas relevantes muy críticas con la corrupción por “congregarse” sin permiso.
Las nuevas normas también amenazan con castigar a cualquiera que difunda “información falsa” a otras 500 personas.
Hoy en día hay una sensación de miedo instalada entre muchos blogueros que temen que los arresten, como a muchos otros, por pasarse de la raya, pues ya se aplica mano dura con los “grandes blogueros” que cuentan con millones de seguidores (a pesar de que a veces solo se hacen eco de las medidas del Gobierno contra la corrupción o defienden la Constitución, que garantiza la libertad de expresión y un tratamiento igualitario).
El Partido Comunista de China, por temor a correr la misma suerte que el de la antigua Unión Soviética que cayó con Gorbachov, intenta dominar el glásnost -o la transparencia- que Weibo proporciona.
Con esto, paradójicamente, deciden arriesgarse asomándose al destino del que ellos mismos tratan de huir. Cuando se levantó el velo a las mentiras y a las afirmaciones falsas del Partido Soviético, ya no les quedaba nada, pero en China ocurre todo lo contrario. En China, el emperador tiene ropa porque el partido y el Gobierno se han ocupado de la sociedad en los últimos 30 años.
Asimismo, un “glásnost con las características chinas” podría reforzar el partido en vez de debilitarlo si permite abiertamente al público airear sus preocupaciones y dirigirse a ellos.
"Un 'glásnost con las características chinas' podría reforzar el partido en vez de debilitarlo si permite abiertamente al público airear sus preocupaciones y dirigirse a ellos."
Como comentábamos en un panel sobre los medios de comunicación social durante nuestra visita a Pekín, todo el mundo sabe lo que está ocurriendo en nuestras vidas y lo comparte con el resto. Intentar censurar la realidad solo conseguirá minar más el discurso político, y no consolidar la autoridad del partido.
¿EL LADO BUENO O EL LADO MALO DE LA HISTORIA?
En las décadas que han pasado desde el final de la Guerra Fría, a menudo se ha predicho el derrumbe del modelo Chino; sin embargo, no solo no ha llegado a suceder, sino que China ha escalado hasta las posiciones más elevadas de la economía mundial.
Para que el panorama sea realmente internacional, las élites de Davos deben ampliar su visión y tener en cuenta la senda iniciada por los líderes chinos. Los próximos diez años de mandato de Xi Jinping serán la prueba definitiva para evaluar si el sistema de gobierno chino acaba siendo el bueno o el malo de la historia. Sea cual sea el resultado, sin duda, afectará a la situación mundial.
Traducción de Marina Velasco Serrano