Bernardino León: "La UE quiere apoyar militarmente a los rebeldes sirios, pero no que las armas se vuelvan contra nosotros"
Los miles de documentos secretos de EEUU filtrados por Wikileaks no reparaban en elogios a la hora de describir Bernardino León (Málaga, 1964). EEUU lo bautizó como "chico de oro" del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y aventuró que su carrera le llevaría "mucho más lejos de donde está ahora". Entonces era el principal asesor del presidente en materia de política exterior y en la actualidad es representante especial de la Unión Europea para el Mediterráneo Sur y una Primavera Árabe que no acaba de florecer.
Dos años y medio después, Egipto vive al límite, con una economía maltrecha, con altas deudas, un turismo en horas bajas y pendiente para sobrevivir de un préstamo del Fondo Monetario Internacional. En el país, como en Túnez, gobierna el islamismo y crecen las voces que reclaman restringir los derechos de la mujer o la libertad de prensa. Siria sigue siendo un polvorín y otros regímenes resuelven el descontento con las concesiones imprescindibles para perpetuar el poder. León, que espera ser renovado en el cargo en junio, afronta la situación con serenidad. El representante especial, que corre maratones, cree que en casi todo, también en la Primavera Árabe, la perseverancia es la clave del éxito.
-Han pasado dos años y medio del estallido de la Primavera Árabe. ¿Se puede decir que se ha pasado de una gran fiesta a una resaca muy dura?
Como europeos, estamos obligados a analizarlo desde una perspectiva histórica. Sabemos que las transiciones duran mucho y en algunos países de Europa todavía no se han completado. Pretender constatar resultados muy rápidamente y, sobre todo, vincularlos su falta a la voluntad real de democracia es un error enorme. Creo que el proceso sigue cumpliendo sus etapas lógicas. Los islamistas no están construyendo dictaduras y excluyendo a los demás.
-¿A la Primavera Árabe sigue un invierno islamista?
Acaban de terminar las fases de transición vinculadas a los regímenes anteriores y ahora vivimos un un proceso completamente lógico si tenemos en cuenta que esa revolución la hicieron grupos que tienen una visión de la política y la sociedad muy distinta. Ahora los islamistas han vencido en Túnez y en Egipto. Que haya polarización e inestabilidad es normal pero, al final, lo importante es un acuerdo entre islamistas y liberales. En Túnez, después de un momento muy difícil tras el asesinato de Chokri Belaid hubo un momento de mucha tensión. Sin embargo, se ha formado un gobierno de coalición. Han entrado incluso más partidos que en el anterior.
-Es decir, que el auge del islamismo no es un riesgo sino una etapa ineludible del proceso.
Estamos muy acostumbrados a ver el islamismo como un riesgo, pero no tiene per se por qué ser un peligro. Tenemos una tendencia a confundir islamismo con yihadismo o fundamentalismo. Pero el islamismo gobierna en Turquía y el país ha demostrado ser los más reformadores y proeuropeos de los últimas décadas.
-Son países con hechuras distintas. En el caso de Turquía siempre ha pesado la influencia y legado de Atatürk, el padre del país y su laicismo.
Ataturk y Habib Burguiba [presidente de Túnez entre 1957 y 1977] tienen muchas similitudes. El papel de la mujer en Túnez no tiene parangón en otros países del Mediterráneo. En definitiva, sabemos que el islamismo no es el problema. Hay distintos tipos de islamismo según el país. Cometerán errores. Lo estamos viendo y es algo habitual en este tipo de países.
-En Egipto hay menos parlamentarias que con Hosni Mubarak y hay voces que critican que hay presiones para restringir ciertos derechos que ya existían antes. ¿Contra Mubarak se vivía mejor?
No. Los líderes de los movimientos islamistas tanto en Túnez como en Egipto han insistido en que no habrá vuelta atrás. Las conquistas para la mujer son logros colectivos y de país. Lo hemos escuchado de Rachid Ghanuchi, el líder islamista tunecino. Sí es cierto que en el Egipto de Mubarak se dieron tímidos cambios. Su mujer, Suzanne Mubarak lideró una campaña contra la mutilación genital femenina.
-Precisamente grupos salafistas reclaman ahora la mutilación.
El salafismo es un movimiento difícilmente calificable como político y las distancias entre ellos y los islamistas son enormes. Incluso dentro del salafismo estamos viendo grandes cambios. Justo antes de la revolución había líderes muy toscos, con discursos muy básicos, y en estos meses han avanzado muchísimo. Cuando comentaba con ellos el préstamo del FMI a Egipto me decían que “el Corán dice que la necesidad hace aceptable lo inaceptable”.
-Muy pragmáticos.
Exacto. Empiezan a entender que la política es el arte de lo posible y que no se puede trabajar sobre la base de principios irrealizables. Los Gobiernos islamistas saben que tienen que hacer de la necesidad, virtud. Su credibilidad exterior depende de asuntos como el avance en los derechos de la mujeres.
-La Primavera Árabe nació no sólo como una exigencia de democracia, sino de mejora del nivel de vida. ¿La inestabilidad económica pone en riesgo las transiciones políticas?
Las revoluciones se asentaron en torno a la dignidad, que no sólo se entendía desde el ámbito político. Egipto vive un momento muy difícil, con la mayoría de la población en la pobreza, en condiciones inadmisibles, con trabajos sin ningún tipo de protección. La inversión ha caído y también el turismo. La situación tiene que hacernos trabajar por soluciones de manera inmediata. El FMI está negociando un acuerdo pero todavía no está cerrado.
-¿Qué pasará si no llega?
Si no se llega a un acuerdo con el FMI pronto, algo que será una condición importante para que Europa o EEUU refuercen su inversión en el país, la situación será muy difícil. A Egipto no le quedan reservas. Está resistiendo porque ha tenido un prestamo de emergencia de Catar de 3.000 millones y otro de Libia 2.000 millones. El déficit presupuestario superará los 12.000 millones y las deudas con las empresas energéticas es de 9.000 millones. O le encontramos una solución en pocas semanas o existe un riesgo real de que los problemas económicos afecten a la transición política.
-¿La inestabilidad política y económica frena el contagio de las revoluciones a otros países, por ejemplo las monarquías del Golfo? Dicho de otra manera, ¿la experiencia de Túnez o Egipto frena las concesiones de monarquías ante sus ciudadanos y evita demandas de la sociedad?
Son dos fenómenos diferentes. No es el miedo a la inestabilidad lo que frena a las sociedades que tienen un ansia de la libertad. Sabemos que en Libia y en Siria la gente se echó a la calle contra regímenes que no tenían escrúpulos y cometen actos salvajes. No es ese miedo el que les frena. Pero no creo que se pueda hablar de un contagio hacia los países del Golfo. Salvo en el caso de Yemen, que es una sociedad muy tribal, el único país donde ha habido conflicto es en Bahrein, por un problema que venía de atrás.
-Es decir, que la Primavera Árabe sólo ha de consolidarse allá donde ya ha habido revueltas, sin más recorrido.
Tiene mucho recorrido. Egipto tiene una llave que puede abrir o cerrar una puerta. Túnez también, pero es un caso muy particular, porque se lo conoce como la Suiza o el Singapur del Mediterráneo, con características únicas. Si en Egipto se consolida una democracia que funciona, estoy convencido que poco a poco veremos cambios en todos los países del Mediterráneo. ¿Cuándo? Dependerá de cuánto tiempo tarde Egipto en darle la vuelta a la llave. Pero una vez lo haga, será irreversible.
-¿Que la UE y EEUU no sean capaces de derrocar a Bachar Al Assad, que masacra a su pueblo, qué dice de su capacidad para acompañar transiciones?
Siria es un país muy particular y en él hay más de 20 minorías. No estamos asistiendo sólo un conflicto entre los que quieren la democracia y no la quieren, sino que los distintos actores optan por apoyar a un bando u otro dependiendo de las consecuencias futuras. Las decisiones hay que tomarlas con muchísima cautela, porque hay elementos cercanos a Al Qaeda que hacen que todos nos lo pensemos dos veces. Muchos tienen el recuerdo de Afganistán, donde se apoyó a los talibanes. Hemos cometido errores en el pasado, apoyando a Mubarak, Ben Ali, a Muamar el Gadafi. Ese error no lo estamos cometiendo en el caso sirio.
-En marzo, la UE mostró su división entre los que querían armar a los rebeldes y los que no. Si el mínimo común denominador de la UE no sirve para lograr avances en Siria, cuando los 27 han intentado ir más allá no se han puesto de acuerdo.
A todo el mundo le gustaría pasar del apoyo económico y político a la oposición a un apoyo militar, que ayude a inclinar la balanza en favor de los rebeldes. Pero al mismo tiempo, todos quieren garantizar que esas armas que se pagan con el dinero de nuestros ciudadanos no terminan volviéndose contra ellos. Es necesario que esas armas lleguen a buenas manos, a quienes de verdad luchan por la democrtacia y la libertad y no sean elementos que refuercen a elemenos yihadistas o de Al Qaeda y que sea una amenaza para Europa. Chipre, Bulgaria o Grecia están muy cerca de Siria.
-Armar a los rebeldes no es ahora la solución.
No es el qué sino el cómo lo que preocupa en este momento.