El camino hacia adelante: la expansión de la guerra con aviones no tripulados suscita interrogantes en el nuevo mandato de Obama

El camino hacia adelante: la expansión de la guerra con aviones no tripulados suscita interrogantes en el nuevo mandato de Obama

The nEUROn, an experimental Unmanned Combat Air Vehicle (UCAV) developed under a European consortium led by French defence group Dassault is put on show at the Dassault factory in Istres on December 19, 2012. The drone is expected to remain in t...Getty Images

Sin aviso, en mitad de la noche del 3 de enero, en una carretera de tierra situada en una remota región de Pakistán, cayeron dos misiles sobre una camioneta descubierta de doble cabina y la hicieron estallar en pedazos, junto con los seis hombres que iban dentro. Podemos estar seguros de que las víctimas no habían oído el avión no tripulado (drone) estadounidense que daba vueltas por encima de ellos.

Uno de los fallecidos era un criminal conocido, Mullah Nazir, un caudillo talibán que presumía de sus vínculos con Al Qaeda y hace poco prohibió que se vacunara contra la polio a los niños de la región. Los demás hombres muertos, al parecer, eran jefes talibanes de menor rango.

¿Una muerte limpia, que demuestra la creciente capacidad de Estados Unidos para identificar, perseguir, localizar y eliminar amenazas peligrosas contra la seguridad norteamericana? Tal vez. Es lo que piensa la mayoría de los estadounidenses, que aprueban, en una proporción de 59 a 18, el uso de aviones no tripulados para matar a sospechosos importantes de terrorismo en el extranjero, según una nueva encuesta de HuffPost/YouGov. Pero cada vez son más los expertos en guerra y leyes, tanto militares como civiles, que dicen que la guerra de los drones del presidente Barack Obama es contraproducente e insostenible, y que además es posible que viole la Constitución.

Como consecuencia, la expansión de la flota de 375 aviones no tripulados y armados, que ofrece a la Casa Blanca una manera atractiva —por sencilla, barata, segura (para los norteamericanos) y fácil de ocultar— de hacer la guerra, tiene que ser una de las prioridades de la agenda de Obama cuando inicie oficialmente su segundo mandato, el 21 de enero. La posible reforma del programa de aviones no tripulados se topa ahora con una complicación: su principal arquitecto y defensor, el especialista de la Casa Blanca en terrorismo John Brennan, es el escogido por Obama para dirigir la CIA, que dirige en secreto muchos de los ataques con dichos aviones.

“Nuestros criterios para utilizar [los aviones no tripulados] son muy ajustados y muy estrictos”, insistió Obama en agosto. En una entrevista con CNN, Obama explicó que cualquier ataque que se propone debe cumplir las leyes estadounidenses e internacionales, y que el objetivo debe ser una amenaza real que sea imposible de capturar.

“Además, tenemos que asegurarnos en cualquier operación de hacer todo lo posible para evitar bajas civiles. Y de hecho”, continuó el presidente, “existe toda una serie de situaciones en las que no emprendemos una operación si pensamos que va a suponer víctimas civiles”.

La mañana del 17 de marzo de 2011, más de tres docenas de ancianos campesinos y autoridades locales se reunieron en un depósito de autobuses al aire libre en la ciudad de Datta Khel, en Waziristán del Norte, Pakistán. Iban a debatir cómo evitar verse arrastrados a la rebelión que cobraba fuerza allí y al otro lado de la frontera, en Afganistán. Alrededor de las 10.45 de la mañana, un avión no tripulado que sobrevolaba el lugar disparó un misil supersónico contra la concentración. Un hombre recuerda oír un ligero silbido antes de que la explosión le arrojara, inconsciente, a varios metros de distancia. Un segundo misil inmediato mató a muchos de los que habían resultado heridos.

Lo que sucedió en Datta Khel lo han contado de forma exhaustiva, y con cierto riesgo por su parte, periodistas de investigación de The New York Times, Associated Press, The Guardian y un órgano independiente, la Oficina de Periodismo de Investigación, entre otros. Los resultados los comprobaron y recolectaron en un informe varios investigadores de las facultades de derecho de las universidades de Stanford y Nueva York.

Las autoridades de Estados Unidos aseguraron que todos los fallecidos eran insurgentes. Pero las entrevistas con los supervivientes y los familiares de los muertos, además de otros testigos presenciales y las autoridades médicas, indican que todos o casi todos los 40 que murieron eran civiles. La investigación de Associated Press llegó a la conclusión de que tal vez cuatro, de entre todos ellos, estaban asociados con los talibanes.

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En junio de ese año, tres meses después del ataque en Datta Khel, Brennan presumió de que, en los ataques con aviones no tripulados, “no ha habido una sola muerte colateral, gracias a la excepcional habilidad y precisión de los aparatos que hemos podido desarrollar”.

Pero ese ataque —entre los 350 o más ataques con aviones no triuplados que ha autorizado Obama— encarna lo que, en opinión de sus detractores, es una propuesta mala desde todos los puntos de vista para Estados Unidos en su guerra contra rebeldes islamistas y organizaciones terroristas en gran parte del mundo.

Los aviones no tripulados se encargan de casi todos los “asesinatos selectivos” de presuntos líderes terroristas involucrados en tramas o actividades contra Estados Unidos. Algunos se llevan a cabo con aparatos de combate AC-130 o comandos de operaciones especiales.

Entre los objetivos conocidos, aunque no reconocidos, de los drones hasta ahora, ha habido gente en Afganistán, Pakistán, Yemen y Somalia. Se dice que algunos miembros de la administración están pensando en llevar a cabo ataques con aviones no tripulados contra rebeldes asociados a Al Qaeda en el país sahariano de Malí y en el norte de África. Los aviones Predator y Reaper pueden transportar misiles Hellfire con cabezas de fragmentación o la bomba GBU-39, guiada por satélite, que puede planear durante 95 kilómetros y lleva una cabeza de composite de fibra de carbono que reduce la metralla letal. La Fuerza Aérea ha comprado 12.379 bombas de estas a Boeing.

Los sucesivos problemas causados por estas matanzas preocupan incluso a quienes reconocen que son un arma legítima para la guerra. Por ejemplo, a medida que las tropas estadounidenses vayan retirándose de Afganistán en los dos próximos años, es posible que Estados Unidos vea los ataques con aviones no tripulados como un instrumento cada vez más útil contra los santuarios rebeldes al otro lado de la frontera, en Pakistán.

“La verdad es que Estados Unidos quizá necesite mantener y sostener esta herramienta” ha dicho a The Huffington Post Micah Zenko, investigador en el Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense. “Pero tiene que haber unas restricciones importantes y mucha más transparencia”, tanto en las justificaciones legales de los ataques como en la forma de llevarlos a cabo.

El secreto es una preocupación clave. El gobierno no ha explicado nunca por qué tienen que ser secretos los ataques con aviones no tripulados, y no, por ejemplo, los ataques con infantería en Afganistán. Y con un programa tan protegido, no es posible confirmar de manera independiente las afirmaciones oficiales de que las incursiones cumplen las leyes nacionales e internacionales. La CIA y el Mando Conjunto de Operaciones Especiales del ejército —que tiene más papel ahora que cuando solo se ocupaba de manejar los ataques con drones en Afganistán e Irak— ofrecen unos paquetes de documentos para cada ataque.

El material, que incluye la identificación de los objetivos, la justificación de los ataques, los cálculos de posibles bajas civiles y la valoración de las repercusiones en la comunidad local, cuenta con la autorización de abogados y funcionarios en el Pentágono y la Casa Blanca, en secreto.

Obama ha eludido las preguntas sobre si revisa o no personalmente cada paquete.

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Al parecer, la base legal de los ataques con aviones no tripulados está en un memorándum de junio de 2010, del asesor legal de la Casa Blanca, que se utilizó para matar a Anwar al-Awlaki, un instigador extremista y ciudadano estadounidense, en Yemen en septiembre de 2011. El memorándum sigue siendo secreto después de que la jueza de distrito de Nueva York Colleen McMahon dictara el 2 de enero, con gran frustración, que la ley protege esas decisiones de la Casa Blanca. Eso, en la práctica, permite “al brazo ejecutivo de nuestro gobierno proclamar que son perfectamente legales ciertas acciones que, a primera vista, parecen incompatibles con nuestra Constitución y nuestras leyes, y mantener secretos los motivos para sus conclusiones”, escribió la jueza.

Tampoco existe una gran supervisión de los ataques con aviones no tripulados por parte del Congreso. Después de toparse con una barrera durante años, en 2009 el Comité de Inteligencia del Senado obtuvo por fin permiso para enviar una delegación a la CIA una vez al mes con el fin de observar vídeos de los ataques y examinar algunas informaciones que los justifican, según confirma un asesor del comité. Sin embargo, los comités encargados de supervisar a las fuerzas armadas y las relaciones exteriores no han logrado nunca celebrar ni siquiera reuniones secretas a puerta cerrada sobre los ataques con aviones no tripulados.

“Las afirmaciones de los representantes del gobierno de Obama y de otros especialistas de que estas operaciones cumplen las leyes internacionales pierden credibilidad por la ausencia total de transparencia y la imposibilidad de pedir cuentas de manera verificable”, concluye Philip Alston, catedrático de derecho en la Universidad de Nueva York y antiguo asesor de Naciones Unidas en el tema de las ejecuciones extrajudiciales, sumarísimas o arbitrarias.

SELECCIÓN DE OBJETIVOS

Una segunda preocupación es el número de muertes de civiles que causan estos ataques. En la enorme violencia que se desencadena en la guerra, los civiles siempre sufren. Tras más de un decenio de guerra, los encargados de fijar objetivos militares han aprendido muy bien a organizar los ataques para minimizar o incluso eliminar las víctimas civiles. Pero no son perfectos. Los operadores de aviones no tripulados pueden observar un objetivo propuesto durante días o semanas para establecer las pautas de vida, y cuentan con la ayuda de espías y expertos culturales. Los programas de selección de objetivos como Bugsplat, que reproduce la zona de muerte segura y los daños y heridas colaterales en caso de ataque, son útiles. “Puedes utilizar todas las informaciones obtenidas”, dice el general de brigada del ejército norteamericano Rich Gross, que, como asesor legal de la Junta de jefes de estado mayor, revisa las órdenes de ejecución de ataques.

Contar el número de civiles muertos en estos ataques es muy difícil, porque las incursiones suelen producirse en zonas remotas, a menudo hostiles a los occidentales. En general se considera que el recuento más fiable es el de la Oficina de Periodismo de Investigación, que dice que los ataques con drones han matado a entre 558 y 1.119 civiles en Pakistán, Yemen y Somalia.

En cualquier ataque, cuenta Gross a The Huffington Post, “existe una gran labor científica sobre qué tipo de armamento se va a arrojar y el número de personas que puede preverse en esa cultura a esa hora del día”. Lo difícil, dice, es juzgar si los beneficios militares de un ataque pesan más que las pérdidas previsibles de vidas humanas, tal como exige el derecho internacional.

El uso reciente de “ataques por distintivos” o “asesinatos colectivos”, que en teoría están dirigidos contra un grupo de sospechosos anónimos y sin identificar, parece una violación aún más escandalosa del derecho internacional.

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IRA Y MIEDO

También hay que tener en cuenta el problema de la reacción. No hace falta ningún análisis militar detallado para comprender que tener unos aviones no tripulados que sobrevuelan constantemente y anuncian una muerte instantánea no es algo popular en zonas alejadas del campo de batalla como Pakistán, Yemen y Somalia. Las pruebas reunidas por periodistas e investigadores en Waziristán del Norte y otros escenarios de ataques con drones muestran que la ira, el miedo y el resentimiento que dejan los ataques entre la población civil parecen ser mayores que cualquier posible ventaja militar. Esos devastadores ataques, que matan sin avisar, “son objeto de un odio visceral”, dijo hace poco el general retirado y veterano responsable de la guerra en Afganistán Stanley McChrystal . “El resentimiento creado por los ataques no tripulados de Estados Unidos”, añadió, “es mucho mayor de lo que se piensa el norteamericano corriente”.

“El argumento que ofrecen algunos es que, cuando matas a un terrorista, aunque no mates a ninguna mujer ni ningún niño, aunque no mates a no combatientes, aun así la población se va a enfurecer, dependiendo en cómo se haga”, dice Gross. “Ese es un factor con el que las autoridades siempre tienen que contar”.

El programa de aviones no tripulado suscita otros dos problemas. Uno es el de los imitadores. Es inevitable que la tecnología se difunda, y otros países están ya apresurándose a aumentar sus flotas de aviones no tripulados y a dotarlos de armas. También es probable que algunos no tengan tanto cuidado como Estados Unidos en respetar las leyes internacionales. Irán ya ha utilizado aviones no tripulados para vigilancia. Imaginemos el caos si amenazara con lanzar nubes de aviones armados contra los yacimientos de petróleo del Golfo Pérsico.

Por ese motivo, los expertos han instado al gobierno a que trabaje para controlar la exportación de la tecnología de los drones, igual que han hecho Estados Unidos y otros países con la tecnología de armas nucleares.

La otra cuestión es si los ataques con aviones no tripulados son, o no, un avance en la guerra contra el terrorismo. El uso de ataques secretos se justifica porque es una manera de eliminar “quirúrgicamente” (para emplear la descripción de Brennan) a altos dirigentes terroristas decididos a atentar contra Estados Unidos. Por ejemplo, se supone que el ataque del 3 de junio en el que murió Mullah Nazir acabó con un alto jefe en el campo de batalla.

Sin embargo, según la publicación Long Wars Journal, Nazir fue sustituido al día siguiente por Bahwal Khan, su mano derecha desde hacía 16 años, un combatiente afgano muy relacionado con Al Qaeda y otros grupos terroristas en la región. Como consecuencia, “va a cambiar poca cosa”, declaró un miembro de los servicios de inteligencia estadounidenses al Journal. “Pasará lo de siempre, seguiremos disparando contra los líderes de Al Qaeda y otros” en la zona, concluyó.

Con todas estas dificultades, dice Zenko, “la trayectoria de la política de Estados Unidos sobre los ataques con aviones no tripulados es insostenible”. Desde el punto de vista militar, una carrera armamentística mundial para adquirir y desplegar aviones no tripulados armados podría reducir la libertad de actuación de Estados Unidos y poner en peligro a sus amigos y aliados.

Desde el punto de vista interno, el creciente clamor de la opinión pública podría, o bien obligar a ocultar el programa todavía más, o bien impulsar reformas contraproducentes e inflexibles desde fuera; por ejemplo, la prohibición de todos los ataques con aviones no tripulados armados.

SEGURIDAD NACIONAL

Muchos expertos en seguridad reconocen que los drones armados dan a Estados Unidos un instrumento de seguridad nacional muy necesario y que habría que conservar; y dicen que es posible hacerlo con algo más de transparencia y salvaguardias.

Por ejemplo, Zenko sugiere, en un nuevo documentode orientación, que el presidente se dé prisa en dar a conocer más las justificaciones legales de los ataques, acabe con la práctica de los asesinatos colectivos, autorice las sesiones secretas de información al Congreso y, para mejorar la rendición de cuentas, asigne el programa de drones o al Mando Conjunto de Operaciones Especiales del Departamento de Defensa o a la CIA, pero no a los dos.

Aparte de eso, dice, sería útil que Estados Unidos estableciera un protocolo internacional para limitar la difusión de la tecnología de drones, igual que ha hecho con la tecnología de armas nucleares.

“Reformar las políticas de Estados Unidos sobre los ataques con aviones no tripulados será difícil y necesitará una atención sostenida para encontrar el equilibrio entre la transparencia y la necesidad de proteger fuentes de información y métodos delicados”, escribe Zenko.

Es su turno, señor presidente.

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Este artículo forma parte de una serie producida por The Huffington Post que examina con detalle los retos más acuciantes que aguardan al Presidente Obama en su segundo mandato. Para leer otros artículos de la serie (en inglés), entre aquí.

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