¿Nos convienen los Juegos Olímpicos?
Madrid no necesita -como sí necesitaban Pekín, Río o Estambul- un evento de esta magnitud en el que mostrarse al mundo. Y no necesitándolo, hacer una inversión millonaria en estos tiempos de crisis en los que cualquier necesidad en España es más acuciante que las obras olímpicas parece un capricho prescindible.
Parece que a unas olimpiadas no se pueda decir que no, aunque hace unos meses Roma haya rechazado continuar con su candidatura para 2020 a instancias del entonces jefe del Gobierno italiano, Mario Monti. El mayor evento deportivo del mundo se celebra cada cuatro años en una ciudad diferente -y además, dice la costumbre que alternando continentes-, que tiene la posibilidad de sentirse, aunque sea por unos meses, algo así como una capital del mundo. Quizás sea por eso que la primera Caput Mundi renunció a los juegos. Ellos no necesitan sentirse algo que llevan siendo miles de años.
Los juegos olímpicos han sido una oportunidad única para muchas ciudades. Una justificación ideal para remozarse y presentarse al mundo rompiendo con estereotipos del pasado, dándole la vuelta a un urbanismo deficiente (al menos en las zonas más visitadas por los potenciales turistas olímpicos) o con a una red de transportes anticuada. Barcelona es, si no el mejor ejemplo, sí el que mejor conocemos. La España de 1992 aprovechó las olimpiadas para decirle al mundo que éramos modernos, que volvíamos a estar aquí para quedarnos. Barcelona cambió y se convirtió, a partir de entonces, en la ciudad que conocemos hoy. Fue el llamado Efecto Barcelona. ¿Pero puede Madrid 2020 repetir ese efecto?
Desde los años noventa hasta ahora parece haber cambiado el modelo de ciudad olímpica. Los juegos del siglo XXI servirán más para dar lustre a grandes urbes en vías de desarrollo que para renovar la imagen de las grandes capitales occidentales. Es el caso de Pekín y de Río de Janeiro, que Estambul pretende emular en la olimpiada que le disputa a Madrid y Tokio en 2020. Lo cierto es que parece que las ciudades del mundo desarrollado parecen beneficiarse menos que nunca de albergar este caro evento: Londres, en 2012, invirtió 9.000 millones de libras esterlinas en un evento que le reportó sólo un 5% de esa cantidad en beneficios y que no cambió, para nada, la imagen ni la realidad londinense. Londres ya era lo que es antes de las olimpiadas y seguirá siéndolo. Incluso hay un caso muy sonado de ciudad que acabó sus juegos olímpicos con peor imagen que con la que los empezó: fue Atenas, en 2004, donde las dificultades para acabar las infraestructuras empezaron a lastrar la imagen griega.
Hace poco leía que "la peor inversión posible es en un estadio deportivo", en referencia a las decenas de miles de millones que Catar va a gastar para la copa mundial de fútbol de 2022, y no le faltaba razón. No creo que Madrid necesite unas olimpiadas, ni mucho menos que estemos en disposición de destinar un solo euro a construir infraestructuras deportivas llamadas a dormir el sueño de los justos tras la clausura de los juegos, como ha pasado muy recientemente con las milmillonarias inversiones en la catastrófica Expo de Zaragoza y el Fórum de Barcelona. Por otra parte, del mismo modo que creo que los juegos de 2012 no cambiaron en nada la imagen de Londres, ni a la ciudad de Londres, tampoco ocurriría con Madrid. La capital del Estado no necesita, como sí necesitaban Pekín, Río o Estambul, un evento de esta magnitud en el que mostrarse al mundo. Y no necesitándolo, hacer una inversión millonaria en estos tiempos de crisis en los que cualquier necesidad en España es más acuciante que las obras olímpicas parece un capricho prescindible.
Todos celebraremos que Madrid sea elegida sede olímpica, y nos apenaríamos del que ya sería el cuarto fracaso matritense en su pugna por los juegos. Al fin y al cabo, siempre hace cierta ilusión poder presenciar un evento de tal magnitud en la propia casa de uno. Lo que no tengo tan claro es si renunciar a la candidatura, como hiciera Roma, no habría dado una mejor imagen de España y de Madrid que llevarla adelante.