¡Descubramos el vino! La vista
Aparte del color, hay una cualidad muy importante que nos hará ver en qué condición está el vino que vamos a beber: su brillantez. Da igual que sea blanco, tinto o rosado, generoso o espumoso, un vino que tiene un color apagado se está muriendo y muy probablemente no esté ya en buenas condiciones.
A partir de esta entrada vamos a compartir qué es lo que hace que un vino sea bueno de verdad. Ya sé que me vas a decir lo subjetivo que es el gusto y lo difícil, casi imposible, que es valorar objetivamente un vino. Tienes toda la razón, pero hay factores que nos pueden ayudar a ver por qué un vino nos gusta, haciéndonos menos dependientes de modas comerciales y de la influencia de otros.
Comenzaremos esta entrada por la apariencia del vino. Aparte del color, hay una cualidad muy importante que nos hará ver en qué condición está lo que vamos a beber: su brillantez. Da igual que sea blanco, tinto o rosado, generoso o espumoso, un vino que tiene un color apagado se está muriendo y muy probablemente no esté ya en buenas condiciones.
Hace unos años, la transparencia del vino era un factor que se tenía también muy en cuenta a la hora de valorarlo. Esto para mí no es muy importante, especialmente si tenemos en las manos un vino natural o un vino sin filtrar, que pueden tener algunas pequeñas partículas en suspensión. No tiene importancia, siempre dentro de un orden, si tienes que andar escupiendo trocillos de piel de uva, aunque puede ser un poco molesto. Realmente, un filtrado muy agresivo que deja un vino completamente transparente puede retirar, además de las partículas en suspensión, componentes que dan identidad al vino, haciéndolo más plano. De cualquier manera no lo tendremos en cuenta, en principio.
Lo último que la vista nos dice del vino es su color, y esto nos pueda dar pistas muy interesantes. Si se trata de un blanco, podemos encontrarnos con un color amarillo muy claro, incluso con irisaciones verdosas, lo que nos dice que se trata de un vino muy joven. Por el contrario, si tiene más intensidad, nos encontramos ante un vino más añejo. ¡Sí! Los vinos blancos no siempre hay que beberlos en el año, hay algunos que envejecen pero que muy bien, pero eso será tema de otra entrada.
En el caso de un tinto, haz la prueba siguiente: toma un fondo blanco e inclina el vino, ¡sin verterlo!, y observa el menisco, el borde del vino. Si el color es azulado o violáceo se trata de un vino joven, no debe tener más de uno o dos años. Si es de color rojo, estamos ante un vino con algo de crianza, podría ser de hace tres o cuatro cosechas. Si es anaranjado, estamos ante dos opciones: o se ha picado o es un vino viejo. El color del menisco evoluciona por una sustancia presente en el vino, los antocianos, que originalmente son de color azul; al irse oxidando llegan a ser anaranjados o amarillos, de ahí que el vino, con el tiempo, vaya cogiendo ese color.
Además de tintos y blancos, hay vinos rosados, que aunque en España estén algo hechos de menos, pueden darnos grandes alegrías, especialmente en verano. Déjame compartir contigo un rosado que es un fijo en mi bodega: Amanda, de Alfredo Maestro, es un vino que en nariz es pleno de fruta roja fresca. Encontramos con facilidad grosellas y arándanos muy frescos que alegran el olfato y hacen difícil no llevarlo tomarlo con rapidez. Al paciente le gratifica con notas de manzana verde. Es hora de llevarlo a la boca, donde lo encuentras crujiente y con un final muy agradable de limón con cerezas rojas. Agradable y fresco. Larga vida a los rosados.
En la próxima entrega empezaremos a hablar del aroma, pero eso será otra historia.
Si aún eres capaz de leer más, prueba en mi blog.