A altas horas de la madrugada
Esto es tener hijos, así de sencillo. Ponerse a prueba constantemente, ver cuánto puedo presionar o cuánto puedo ceder, cómo de blanda y maleable puedo permitirme ser mientras satisfago las necesidades de mi hijo. Y, como padres que somos, tenemos que encontrar la magia.
Son las 3:38 de la mañana y oigo que llueve con fuerza. Mi marido está fuera por trabajo. Esta semana estoy yo sola.
Mi hijo se despierta y me pide que lo desarrope. Me pide que lo abrace y que le cante. Así que aquí estoy, andando de un lado para otro en la oscuridad mientras canto. El peso del sueño sigue intentando cerrarme los párpados, pero yo sigo aquí de pie en el silencio de la oscuridad, meciendo y cantando a mi hijo. Está calentito y relajado en mis brazos y contento de que haya cubierto sus necesidades, ignorando felizmente que mamá también necesita dormir.
Estando aquí sola me siento como si fuera la única persona que no está durmiendo en el mundo. El silencio me rodea, en vez de las sábanas del lugar al que estoy deseando volver, lo único que se oye por encima de mi propia voz es el crujido de las baldosas bajo mis pies.
Son momentos duros. Momentos que todos los que han sido padres conocen bien. Momentos de agotamiento y de intentarlo todo. Momentos de probar del modo que cabría esperar siendo una madre con falta de sueño, pero también una oportunidad para mí de intentar mejorar. De cavar profundamente y de ser recompensada con tesoros de incalculable valor.
Porque, aunque lo único que quiero es dormir y volver a mi cama calentita, aquí es donde está la magia.
La dulce sensación de saber que en este momento soy la única persona que puede reconfortar a este pequeñín. Si no le demuestro mi amor y no le doy lo que necesita, se sentirá abandonado. Vulnerable. Y se pondrá a llorar. O puedo proporcionarle seguridad y confort inmediatos cogiéndolo en brazos y cantándole con esta voz horrible que tengo.
Esto es tener hijos, así de sencillo. Ponerse a prueba constantemente, ver cuánto puedo presionar o cuánto puedo ceder, cómo de blanda y maleable puedo permitirme ser mientras satisfago las necesidades de mi hijo. Y, como padres que somos, tenemos que encontrar la magia. Cuando la encontramos en los momentos más impensables, parece mucho más simple tener hijos. Mucho más fácil.
Y por eso yo elijo concebir este momento como el fugaz regalo que es. Mis ojos se adaptan a la oscuridad y miro mi silueta en el espejo que está al otro lado de la habitación. Una fuerte mamá oso y su osezno con los brazos entrelazados, meciéndose y esperando a que el sueño vuelva.
Estas conexiones diarias y fugaces que tenemos con nuestros hijos a menudo pueden concebirse como tareas. A veces se necesita un momento en la oscuridad para que se nos encienda la bombilla y nos demos cuenta del privilegio del que gozamos al ser padres.
En los momentos más difíciles, lo que más me ayuda es pensar en las cosas por las que me siento agradecida. Le doy la vuelta a la negatividad. Así que me siento agradecida por estar cuidando de mi hijo sola esta semana. Siento el peso de la responsabilidad. Completamente sobre mí. Sin respaldo. Sin apoyo familiar. Si mi marido estuviera aquí ahora mismo, quizá no habría encontrado la magia. Quizá estaría aquí, andando de un lado para otro, molesta por que él se quedara en la cama mientras yo le canto a nuestro hijo.
Así que reúno fuerzas para seguir adelante a estas horas de la madrugada. Si soy capaz de reunir la positividad y el altruismo para seguir adelante, y ser como el junco que se dobla con la brisa en vez de romperse, me siento realizada y feliz. La intimidad de esas horas de somnolencia y silencio fortalece nuestra relación. Y al educar a mi hijo también estoy educando a mi propia alma. Amar es un verbo.
No puedo parar de sonreír.
Y entonces me doy cuenta. Me apoya la carita en el hombro. Se relaja y vuelve a quedarse dormido. Sin hacer ruido, volvemos a deslizarnos juntos entre las sábanas. Él se apoya en mí y yo oigo la lluvia caer. Pienso en todos los padres que estarán haciendo exactamente lo mismo que yo esta noche y me reconforta. No estoy sola.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.