El extraño avión estadounidense que iba a revolucionar los cielos y acabó fracasando
El peligro de diseñar una bala de ametralladora... con alas.
En la historia de la aviación hay grandes y curiosos ejemplos de aeronaves que uno nunca pensaría que sería diseñada en un plano. Tanto que casos como el del apodado 'barril volador' sueco para combatir a la aviación soviética nunca llegaron a enfrentarse a su adversario pero sí se ganaron un hueco en el legado de las aeronaves histórica.
Pero, ¿y si les dijesen que alguien pensó en una suerte de bala de ametralladora con alas y le dio para adelante a esa idea? Grosso modo, esta la historia de la serie X estadounidense -no confundir con los Ala X o X-Wing de la saga Star Wars-.
Fruto del departamento de investigación de la NASA en la base Edwards (California, EEUU), al calor del comienzo de los sesenta, surgió la incógnita de si un avión necesitaba alas para volar.
¿Una bañera... a velocidad Match?
Más allá de lo evidente, comenzaba a mascullarse la posibilidad de que en un futuro las cápsulas espaciales podrían regresar del espacio y aterrizar como un avión, permitiendo su reutilización -la Space X de Elon Musk completaría esa gesta décadas más tarde-. Se determinó que la forma más idónea era la de una aeronave en forma de bañera o de casco para mejorar su flotabilidad.
Así nacía la serie X, en una lista de aviones que fueron probados en las instalaciones hasta 1975, del que salieron los precursores de los transbordadores espaciales que coparían las fotografías históricas de la carrera espacial contra la URSS. Hablamos pues del X-24A y el HL-10, ambos consiguieron la gesta de alcanzar la velocidad Mach 1,8. El X-24B, con forma de hierro y motores cohete, fue el primero en deslizarse desde la estratosfera y realizar un aterrizaje de precisión en una pista sin utilizar los motores.
La realidad es que el gran logro de la serie X fue desterrar la equivocada idea de que existía una pared invisible de sonido que, literalmente, creían que destruiría a los aviones que tratasen de cruzarla a una velocidad elevada.
En octubre de 1947, el piloto de pruebas Chuck Yeager y los diseñadores del Bell X-1 demostraron que la barrera del sonido no existía más que en sus cabezas. Y que sí se podía traspasar. Prueba de ello fue lo que pasó seis años después. cuando el X-1A batió un nuevo récord de velocidad con 2,5 veces la velocidad del sonido.
Pero la mayor marca lograda la obtuvo, en octubre de 1967, William "Pete" Knight. Este piloto voló el X-15 a una velocidad de 7.273 km/h. Nunca se ha alcanzado mayor velocidad con este tipo de aviones. Y, a modo de anécdota, entre los distintos pilotos experimentales se encuentra el nombre de una persona que acabaría pasando a engrosar los libros de historia. ¿Les suena un tal Neil Armstrong?
¿Por qué fracasó la serie X?
Pero, como ocurre con buena parte de los avances tecnológicos, o acaban estando desfasados o dependen en gran medida de decisiones políticas que pueden acabar echándolos por tierra. Por ejemplo, el cambio de concepción sobre los bombarderos tripulados en virtud de los misiles balísticos intercontinentales acabó desechando el bombardero supersónico XB70 Valkyrie.
Otros modelos tampoco tuvieron fortuna, pero por diversos accidentes. El M2F2 -destacaba por ser uno de los tres formatos sin alas que ideó la NASA- se estrelló durante su aterrizaje número 16.