La moda de los atardeceres mata a las dunas de Maspalomas
Esta Reserva Natural Especial sufre como nunca los malos hábitos de los visitantes.
El paisaje desértico de las Dunas de Maspalomas, en San Bartolomé de Tirajana (Gran Canaria), se ve afectado a diario este verano por el maltrato, a priori inconsciente, al que los turistas y visitantes lo someten debido a sus ganas de ver el atardecer desde una posición privilegiada, según informa Lucía Marrero, periodista del medio regional La provincia.
Muchas de esas personas acuden a los médanos y suben hasta la cima de estas dunas con la intención de poder sacar las mejores fotografías de la puesta de sol para sus redes sociales. Sin embargo, esa actitud tiene también consecuencias nefastas para la zona, que está declarada como Reserva Natural Especial desde 1994. Aunque desde 1987, sus 404 hectáreas son consideradas como un espacio protegido.
Según informa el rotativo canario, el propósito de este distintivo es la preservación de hábitats singulares, especies concretas, formaciones geológicas o procesos ecológicos naturales de interés especial y en la que no es compatible "la ocupación humana" ajena a fines científicos, educativos y, excepcionalmente, recreativos, o de carácter tradicional.
El impacto humano y los distintos procesos urbanísticos han modificado, desde hace varias décadas, la dinámica del viento y, por tanto, también la de las dunas deteriorando el emblemático paraje árido, el cual pierde aproximadamente 45.000 metros cúbicos de arena al año, que terminan en el fondo del mar.
Ante esta situación, el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de San Bartolomé de Tirajana, ponían en marcha, a finales de 2018, un proyecto de conservación para preservar el sistema dunar. El Plan de Protección Medioambiental de las Dunas de Maspalomas, llamado también 'Masdunas', pionero a nivel mundial para la regeneración del médano costero, pretendía "recuperar el ecosistema" a través de varias fases de actuación.
La señalización de los recorridos recomendados, la reposición de zonas en mal estado, el cuidado de la fauna del entorno y la ubicación de nueva cartelería informativa en los accesos son algunas de las medidas que las administraciones públicas han llevado a cabo desde entonces para paliar el acelerado deterioro del espacio protegido.
También se efectuó la rehabilitación de los ocho kilómetros de caminos y senderos que transcurren dentro de la reserva para recorrer el espacio, delimitados por 1.500 bolardos. Las cinco sendas delimitan el tránsito en el interior de las Dunas por lo que circular fuera de ellas está prohibido.
La cuantía de las sanciones por deambular en una zona de acceso restringido oscila entre los 150 y los 300 euros, cifra que no ha detenido a cientos de visitantes que invaden la reserva y que puede ascender hasta los 60.000 euros en casos de grave atentado ambiental.
El impacto humano no ha sido el único motivo por el que la reserva se ha visto gravemente dañada. Un estudio elaborado en 2021 por el Grupo de Geografía Física y Medioambiente del Instituto de Oceanografía y Cambio Global (IOCAG) de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) revelaba que los quioscos de las playas aledañas ponen en riesgo la conservación del espacio protegido.
El análisis, titulado El impacto de los quioscos de playa en las dunas áridas, evidenciaba que estas infraestructuras provocan una desviación del viento que impide que se acumule la arena en la zona trasera de cada uno de los quioscos contribuyendo así a que se erosione el terreno y se incorpore una menor cantidad de material árido al sistema dunar que se localiza en el interior.
Los investigadores Abel Sanromualdo Collado, Leví García Romero, Irene Delgado Fernández, Manuel Viera Pérez y Nicolás Ferrer Valero, apuntaban que la solución es cambiar estos quioscos por otros más aerodinámicos o añadir a los actuales alguna estructura que permita al viento circular con mayor facilidad y que permita el transporte de arena hacia la propia reserva natural.