Trump nos está arrastrando a otra guerra... y nadie habla del tema
En silencio, mientras los estadounidenses siguen centrados en el continuo drama sobre la derogación del Obamacare y en las nuevas revelaciones sobre los vínculos de la campaña de Trump con Rusia, el presidente Donald Trump ha estado dramáticamente ocupado con su misión de expandir la presencia de tropas americanas en Siria. Y prácticamente nadie se ha dado cuenta en Washington. Los estadounidenses tienen derecho a saber lo que Trump está planeando y si esto acabará en una ocupación de Siria al estilo de la de Irak.
Sin ninguna notificación oficial, Trump envió 500 nuevas tropas a Siria, aparentemente para participar en el inminente ataque sobre Raqa, bastión de ISIS. Los últimos informes señalan que este despliegue podría ser sólo la punta del iceberg, e incluso se dice que Estados Unidos planea enviar más cientos de tropas en las próximas semanas. Nadie sabe en realidad cuántas tropas hay en Siria actualmente, ya que el Gobierno se ha encargado de que este aumento quede en secreto.
Este despliegue supone un riesgo considerable —y potencialmente catastrófico— para Estados Unidos y para el futuro de Siria y de Oriente Medio. El Congreso no puede permanecer callado sobre este asunto. Llevo mucho tiempo en contra de enviar tropas estadounidenses a suelo sirio —me opuse a la idea durante el Gobierno de Obama y me opongo ahora— porque creo que estamos destinados a repetir los errores de la guerra de Irak si tratamos de forzar la estabilidad política simplemente a través de balas y cañones. A mis colegas que no han estudiado la cuestión de la presencia de tropas americanas en Siria les pido que, al menos, exijan que el Gobierno responda a dos preguntas básicas antes de aprobar el presupuesto para financiar esta peligrosa escalada.
Primero: ¿cuál es nuestra misión y cuál es nuestra estrategia de salida?
La explicación pública de la escalada militar ha sido la preparación para el ataque de Raqa. Tomar Raqa es un objetivo necesario y ampliamente deseado. El problema reside en hacer de las tropas americanas una parte indispensable de la fuerza de invasión, que posiblemente requerirá que nos quedemos y nos convirtamos también en una parte indispensable de las fuerzas de ocupación. Esto es lo que ocurrió en Irak y Afganistán, y no veo motivo por el que no nos enfrentemos a la misma trampa en Siria. Si este no es el plan del Gobierno, deberían decirlo explícitamente. Deberían asegurar al Congreso y al público que estamos en Siria sólo hasta que caiga Raqa, y nada más.
Hay otras preguntas importantes que deberían responder. Recientemente, Trump envió un pequeño grupo de agentes de Fuerzas Especiales a Manbij (Siria) para mantener la paz entre las fuerzas kurdas y turcas que luchan por el control de esta zona remota del norte de Siria. Esto da a entender que la misión militar es mucho más amplia —y más complicada— que el mero objetivo de recuperar Raqa.
Muchos expertos en Siria coinciden en señalar que cuando Raqa sea arrebatada del ISIS, la lucha sólo habrá comenzado. El conflicto empezará entonces entre las fuerzas externas (Arabia Saudí, Irán, Rusia, Turquía y los kurdos) en torno a quién acabará controlando la ciudad. ¿Llegados a ese punto, se irán las tropas americanas o Trump planea quedarse para mediar el futuro control de amplios sectores del campo de batalla? Esto sería un espejo de Irak, donde miles de estadounidenses murieron tratando de resolver la liquidación de cuentas post-Sadam entre los suníes, los chiíes y los kurdos. Estados Unidos ya sufrió su propio derramamiento de sangre.
Y segundo: ¿tenemos una estrategia política o sólo una estrategia militar?
Este jueves pasado me reuní para comer, junto con otros miembros del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, con el secretario de Estado Rex Tillerson. Me alegró ver que Tillerson estaba dispuesto a abrir las puertas del Departamento de Estado a un grupo de senadores de ambos partidos, y nuestro debate fue franco y honesto. En el encuentro, Tillerson mostró una sinceridad admirable al admitir que la estrategia militar estaba muy por delante de la estrategia diplomática en Siria.
Pero en realidad esto era un eufemismo bastante dramático. A menos que exista un proyecto secreto que Trump está ocultando a los senadores y a su propio secretario de Estado, no tienen planes en absoluto para quien controle la Raqa post-ISIS o la Siria post-Assad.
Los obstáculos para un plan político para el futuro de Raqa van creciendo a lo largo de la semana. Los líderes militares quieren confiar en los combatientes kurdos y árabes para recuperar Raqa, pero esperan que los kurdos abandonen la ciudad después de haber perdido a cientos de miles de sus soldados en el ataque. Aunque esta fantasía fuera a hacerse realidad, sería a un precio: los kurdos esperarían algo a cambio por su esfuerzo. A día de hoy no tenemos ni idea de cómo ejecutar estos dos pasos sin que hagan peligrar la paz los turcos, que se siguen oponiendo de forma violenta a ceder a los kurdos el territorio. Para añadir complicaciones, las fuerzas respaldadas por Rusia e Irán, que ahora están fuera de Raqa, no van a permitir que un gobierno árabe apoyado por EE.UU. o un gobierno kurdo-árabe se instale de forma pacífica dentro de la ciudad. Querrán parte en la acción y de momento no tenemos un plan creíble para acomodarlos.
Sin un plan político para el futuro de Raqa, el plan militar es prácticamente inútil. Sí, sacar a ISIS de Raqa es una victoria en sí misma, pero si ponemos en marcha una serie de acontecimientos que simplemente prolongan el conflicto principal, ISIS recuperará las piezas sin problema y usará el creciente caos para reagruparse y volver a emerger. Deberíamos haber aprendido en Irak, en Afganistán y en Libia que una victoria militar sin un plan para lo que esté por venir no es una victoria en absoluto. Por increíble que parezca, estamos a punto de volver a cometer este error por el (comprensible) entusiasmo de combatir a un enemigo feroz.
Quiero que ISIS se vaya. Quiero que sean destruidos. Pero quiero que se haga bien. No quiero que mueran estadounidenses ni que se malgasten miles de millones de dólares en una guerra que comete los mismos errores que la desastrosa invasión de Irak. Lo que sé es que no quiero que la guerra comience en secreto, sin que ni siquiera el Congreso lo sepa. El Congreso tiene que entrar en el juego y tiene que empezar a hacer preguntas. Antes de que sea demasiado tarde.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano