A las madres agotadas que intentan dar la talla
Si nos preocupamos constantemente por lo que no estamos haciendo y lo que no estamos consiguiendo nos perderemos todo lo que está pasando delante de nuestras narices. Deja de intentar seguirle el ritmo a los demás. Deja de pensar que estarías más orgulloso de ti mismo si hubieras hecho las cosas de otra manera.
Nuestro día empieza y acaba de la misma manera: de repente. El brillo de las estrellas se ve interrumpido por las pisadas de unos pequeños pies, por el estruendo de las piezas de Lego al caer al suelo o las preguntas sobre cuándo estará listo el desayuno. Así comenzamos con el día, que más ajetreado no podría ser, y por eso ha llegado el momento de que nos relajemos un poco. Después de pasarnos los días lidiando con juguetes, peticiones, preguntas, construcciones de fuertes y deseos de tomar más postre hasta que, finalmente, acostamos a los niños.
Y justo en ese momento empezamos a sentir que por fin podemos respirar. Cuando por fin ya están dormidos de verdad, podemos darnos un respiro, tomarnos una copa de vino y celebrar haber podido con otro día.
Porque hay días que son salvajes. Hay días que pueden ser al mismo tiempo caóticos, mundanos, ajetreados o aparentemente sin fin. Y estos ritmos, los ritmos de dar de comer a mis hijos, jugar con ellos, recoger y acostarlos, son mucho más agotadores de lo que nunca pensé.
Pero, al mismo tiempo, son más alegres, más completos y más vivificantes de lo que nunca imaginé.
Así que un día, cuando una amiga hablaba de que estaba consiguiendo grandes logros -de esos que cambian la vida a los demás- en vez de sentirme feliz por su éxito y por las decisiones que había tomado en su vida, me sentí pequeña. Me sentí inferior.
Ese día, mi jornada había consistido en todo lo contrario a lo que estaba haciendo mi amiga: me había pasado el día enseñando a usar el orinal a mi hijo de dos años, una de las tareas menos glamurosas de la que se puede hacer cargo un padre. ¿Que puede llegar a parecer adorable? Quizá. ¿Que es un hito? Por supuesto. Pero glamuroso... en absoluto.
Y, aunque las clases de orinal no reflejan cómo es un día típico en nuestra casa, sí que reflejan la etapa de la vida en la que me encuentro ahora mismo: estoy criando a niños pequeños, pasamos el día juntos y hago lo que puedo para educarlos con amor para que sean personas fuertes y decentes.
Si comparo un día típico de mi vida con un día típico de la suya, mi día parece mucho más simple. No salgo por la televisión, no cojo aviones, no doy conferencias, no soy un personaje reconocido.
Si ser madre es mucho más de lo que nunca pensé que sería, ¿cómo es que a veces me siento inferior?
Ahí está el miedo oculto que se esconde detrás de esos sentimientos (de ¿envidia? ¿infelicidad? ¿inseguridad? ¿cansancio?). Tengo miedo de no ser suficiente.
Porque a veces regaño a mis hijos. A veces me preocupo por si debería haber fomentado más la creatividad en vez de frustrarme con el desorden. A veces me pregunto si lo he hecho bien, cómo impartir disciplina o si tengo lo que hace falta para hacer esto bien. A veces, me pregunto cómo habría sido todo si me hubiera centrado más en mi vida profesional. A veces desearía volver a tener el cuerpo de mi yo de 25 años.
¿Soy la única que piensa esas cosas? ¿Soy la única que se preocupa y se pregunta si no está dando la talla?
Y yo me pregunto: ¿dando la talla para qué?
No estoy segura de que ninguno de nosotros sepa cuál es el listón al que tenemos que llegar, por eso seguimos intentando alcanzarlo y quedándonos sin aliento en el proceso. Llevamos la cuenta de todas las formas en las que no damos la talla y nos recordamos a nosotros mismos lo que necesitamos para convencer a los demás y a nosotros mismos de que somos suficiente:
Perder 10 kilos.
Apuntar a las niñas a una actividad extraescolar.
Invitar a los vecinos a una cena gourmet.
Dar una fiesta de ensueño por el quinto cumpleaños de la niña.
Hacer limpieza en casa y donar lo que no necesites.
Tener la colada doblada y guardada.
Dejar fascinado al jefe con una presentación brillante.
Responder a todos los correos electrónicos en menos de 15 minutos.
Levantarse a las seis de la mañana para meditar o hacer ejercicio.
Vestir a la moda.
Simplemente agotador.
Pero, entre tanto dar la talla, compararse y preocuparse, me he dado cuenta de una cosa: no merece la pena.
Así que acábate ese café y abre los ojos: mira todo lo que tienes y lo bien que lo estás haciendo.
Y eso es lo difícil, ¿no? En vez de llevar la cuenta en nuestra contra, felicitarnos como felicitaríamos a nuestro mejor amigo. No creas ni por un segundo que los momentos simples y mundanos no valen para nada. No pienses ni por un segundo que no das la talla o que tu trabajo no tiene ninguna importancia.
Todo es importante. Los madrugones, las noches sin dormir, las reuniones con los profesores, preparar el almuerzo, construir fuertes, jugar al veo-veo, doblar la colada, leer un cuento antes de dormir. Todos esos momentos ordinarios y corrientes están llenos de significado y, ahora mismo, lo que estás haciendo es muy importante.
Lo importante no es solo perder el peso que habías ganado en el embarazo o entregar un proyecto a tiempo. Ni escribir un libro. Ni conseguir un ascenso, criar a los niños o mantener la casa ordenada durante más de una hora. No es solo viajar, dar conferencias y escribir.
En los tiempos que corren es muy importante vivir el presente, y si nos preocupamos constantemente por lo que no estamos haciendo y lo que no estamos consiguiendo nos perderemos todo lo que está pasando delante de nuestras narices.
Deja de intentar seguirle el ritmo a los demás. Deja de pensar que estarías más orgulloso de ti mismo si hubieras hecho las cosas de otra manera.
Coge aire y recuerda que eres suficiente tal y como eres. Todos los momentos que estás viviendo, incluso los más difíciles, son importantes.
No podemos tenerlo todo. Esa es la realidad.
Pero ¿qué pasa con lo que sí tenemos? Que es maravilloso.
Sarah Sandifer escribe sobre sus experiencias con la vida, la maternidad y el matrimonio en www.thejellyjars.com.
Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.