Luis Mateo Díez, un viaje onírico
"La soledad de los perdidos es la historia de un hombre amenazado por la depuración de la posguerra que decide huir para no perjudicar a sus seres queridos, pero es una huida comprometida porque es un intento de desaparición absoluta, de disolución, de hibernización", apunta el autor.
El día en que voy a entrevistar a Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) hay un anticipo del otoño en Madrid, uno de esos días nublados, frescos y con olor a lluvia anticipada. Llego a la zona en que reside el escritor bajo el influjo poderoso de su última novela, La soledad de los perdidos (Alfaguara), una obra compleja, oscura y de atmósfera sonámbula, donde la niebla preside, como un omnipresente símbolo, el viaje al fin de la noche que hace Ambrosio Leda, un antihéroe que debe huir de su hogar tras la depuración decretada en la posguerra, condenado a vagar por Balma, ciudad de sombra donde el tiempo inmovilizado mantiene a quienes la habitan apresados por la desgracia y el remordimiento.
Quizá bajo ese influjo el barrio en que vive Luis Mateo Díez se me hace laberíntico, calles umbrías aplastadas por edificios altísimos que apenas dejan pasar la luz del cielo nublado, extrañas calles donde los números pares y los impares están en la misma acera. Ya en su edificio, el ascensor me deja en la planta séptima donde vive el escritor. Delgado, vestido con una camisa a cuadros y unos vaqueros, Luis Mateo Díez, Premio Nacional de Literatura, Premio de la Crítica y miembro de la Real Academia de la Lengua, me acompaña hasta el amplio salón, donde tomamos asiento para hacer la entrevista. El sofá en que se sienta el escritor deja su rostro afilado en sombra. Tiene la ventana a sus espaldas y el visillo que la cubre le deja en un contraluz onírico. Su voz sale como proyectada desde una figura irreal, lejana, imprecisa como las voces que hablan en La soledad de los perdidos y van interrumpiendo el itinerario de Ambrosio, como a nosotros nos interrumpe el reloj de pared de su salón que repica cada poco tiempo. Sobre la mesa de centro hay varios libros: Alfabeto de las pulgas, de Bernardo Atxaga, Nápoles 1944, de Norman Lewis, y Así empieza lo malo, de Javier Marías.
Luis Mateo Díez es autor de las novelas La fuente de la edad, La ruina del cielo o Camino de perdición, y del notable conjunto de novelas cortas titulado Fábulas del sentimiento, entre otras muchas. De la primera ha vendido nada menos que cien mil ejemplares. Todas sus novelas transcurren en espacios legendarios y míticos, fantasmales y ruinosos, salvo una, La piedra en el corazón, que transcurre en el Madrid de los atentados del 11-M. Son ciudades viejas, sin esplendor, detenidas en medio del tiempo, con atmósferas muy plásticas, casi físicas, donde la noche, la niebla y el frío son símbolos de lo que podemos encontrar en la atmósfera social. La soledad de los perdidos, deudora de Faulkner y Rulfo por su complejidad técnica, y de Valle-Inclán, por su expresionismo estético, es una verdadera obra maestra. Amaino la pregunta para empezar la entrevista.
Luis Mateo Díez, junto a la biblioteca de su casa. Autor: S.V.J.
Tengo la impresión de que La soledad de los perdidos es tu obra más ambiciosa, ¿estás de acuerdo?
Bueno, no lo sé. Lo que sí sé es que soy un escritor ambicioso. Cuando me pongo a escribir, escribo para la eternidad, qué le voy a hacer, es como hay que sentarse a escribir. Es algo un poco absurdo, pero es un reto que me autoimpongo y que persigo. Piensa que toda mi obra anterior me sustenta para hacer indagaciones más incisivas o de más largo alcance, y en el límite de mis personajes y de mis asuntos está La soledad de los perdidos: la fragilidad humana, la perdición, la soledad, el acabamiento, en fin, grandes temas del siglo XX y desgraciadamente, por lo que vamos viendo, del XXI.
Por su complejidad técnica y sus escasas referencias internas, claramente no es una novela para el gran público, ¿te preocupa la recepción que pueda tener la novela?
No, no me preocupa. En realidad, creo que es una novela para mis lectores. A estas alturas de mi vida, ya tengo una clientela (dice riéndose), lectores cómplices, a quienes creo que la novela les va a interesar por las obsesiones de mi mundo que se recogen en ella, con una escritura más ascética y estilizada, plagada de elementos simbólicos y metafóricos. Es un viaje onírico donde uno puede tener la sensación de estar perdido.
Es verdad: hay cierto sonambulismo, cierta sensación de extravío.
La novela tiene un desarrollo lineal que encauza un tipo de lectura normal, pero está cortada por las voces de Balma, voces de seres perdidos en el anonimato, lo que dificulta la novela, pero da otra dimensión a la historia. Es la historia de un hombre amenazado por la depuración que decide huir para no perjudicar a sus seres queridos, pero es una huida comprometida porque es un intento de desaparición absoluta, de disolución, de hibernización.
Hay un intento también por retomar lo grotesco, ¿no?
Así es. Lo grotesco es algo que había ido adelgazando en mis novelas anteriores. Esa visión de lo grotesco y de lo humorístico estaba en La fuente de la edad, donde había una celebración de la vitalidad en unos tiempos de miseria y ruina. El humor es un elemento de lucidez importante para la vida y para la literatura.
El humor hace respirar la obra. Elevar el tono sería excesivo, ¿verdad?
Sí, de hecho creo que en algunas novelas anteriores me he excedido elevando el tono, hasta hacer desaparecer el humor, estaban muy volcadas en lo trágico.
¿Como cuáles?
Pájaros sin vuelo, por ejemplo, y algunas historias de las que componen La cabeza en llamas.
Eres uno de los escritores que mejor titula sus libros, títulos siempre simbólicos y bellos, que suelen contener de manera muy sugerente la historia o idea del libro. ¿Pones los títulos antes o después de tener la historia?
Toda novela tiene un primer atisbo, una semilla, que encierra una idea poética, algo vagaroso, donde estaría el sentido y el significado de lo que vas a escribir. Yo siempre busco un título para esa idea previa antes de ponerme a escribir. Sin el título, no escribo.
¿Cómo te has enfrentado a esta novela coral, tan compleja desde el punto de vista técnico? Para escribir un libro así, la experiencia es un grado, ¿no?
Se me haría difícil pensar que La soledad de los perdidos fuera mi tercera novela, por ejemplo. En la escritura hay un largo proceso de aprendizaje, donde el escritor va acumulando experiencia y conocimiento de su propio mundo y de sus propias herramientas. Esta novela está escrita con mucha naturalidad y sin grandes esfuerzos, sin graves detrimentos ni dudas existenciales, parecía como si la novela se estuviera escribiendo sola en mis manos. La soledad de los perdidos es una novela de llegada, no de partida. Sólo se puede llegar a ella cuando eres dueño de tus recursos y sientes absoluta libertad creadora.
Es curioso lo que dices. Hay autores como Philip Roth que dicen que cada vez que se enfrentan a un nuevo libro se enfrentan al amateur que eran cuando empezaron. A ti no te ocurre eso.
No, no me pasa. Creo que uno va aprendiendo con el tiempo pero lo que sí pienso es que, como decía Marsé, cada novela es un reto, te la juegas en cada página y en cada obra. La experiencia te sirve para saber si has descarriado y lo que has escrito no funciona. Yo he sido muy impío conmigo mismo, no me he perdonado ni una coma. Suscribo aquello que decía Conrad: "Nunca estés conforme con la frase que acabas de escribir".
El escritor acaba de publicar "La soledad de los perdidos". Autor: S.V.J.
¿Cuánto has tardado en escribir La soledad de los perdidos?
Unos dos años. Invierto mucho tiempo en los apuntes previos, lo que yo llamo los cuadernos. Durante el tiempo de preparación anoto muchas cosas, sugerencias, asuntos, es una especie de bitácora para la navegación, que me acompaña durante la redacción de la novela. Tengo muy claro por dónde quiero ir, aunque no sé exactamente todo lo que va a ocurrir en la trama. Sé, por ejemplo, la última frase. Pero en general me concedo mucha libertad.
El expresionismo de la novela y ese viaje en la noche de Ambrosio Leda, el protagonista, conducen de inmediato a hablar de Valle-Inclán. ¿Cuánto hay de Valle en esta novela?
Me siento muy deudor de todo lo que se ha escrito anteriormente. No tengo una ambición de originalidad extrema, yo sé que hago lo que hago porque muchos antes que yo hicieron lo que hicieron. Lo que más me ha interesado siempre es el expresionismo, muy cercano a lo que antes había sido el esperpento, y el arquetipo. Y, en este sentido, qué duda cabe que Luces de bohemia está de alguna manera presente, aunque no deliberada. También está Faulkner, que para mí es uno de los magisterios literarios absolutos. Ese aliento faulkneriano, ese aliento bíblico, me dejó mucha huella.
Vas a contracorriente con una novela que apuesta por la experimentación cuando ahora lo que predomina es la narración lineal y sin mayores complicaciones.
Sí, es cierto. En nuestro panorama, hay dos divisiones. Aquella en que hay autores que son fieles a una obra literariamente comprometida, y otra, de escritores que buscan una narrativa absolutamente complaciente, no literaria, que persigue el entretenimiento y la fascinación de medio pelo, con un nivel de escritura mínimo, casi deleznable, y que para hacerla vale cualquiera. Por ese conducto, la novela se ha ido llenando de gente que no se sabe por qué vienen y a qué vienen. Bueno, sí, supongo que a obtener notoriedad y dinero. La novela, que ha sido un objeto crucial en la historia de la humanidad desde que nació y que es el espejo que nos permite viajar en el tiempo y vivir otras vidas, se ha convertido en un desdeñable objeto de menor cuantía, risible y caricaturesco. Esto ha hecho que el mundo editorial esté más pendiente de encontrar un bestseller de medio pelo que de apostar por autores con ambiciones literarias.
¿Dinero? ¿Pero se puede ganar dinero con la literatura?
Los novelistas que no son novelistas de verdad, es decir, los advenedizos, sí pueden llegar a ganar dinero. El escritor literario, veo muy complicado que se pueda ganar la vida con la literatura. El defecto editorial de nuestros días es que se buscan novelas para lectores que no leen, lectores a quienes les puedes atrapar con un título cualquiera (esotérico, disparatado, televisivo, da igual, todo vale) y que compran y, por tanto, te hacen ganar dinero.