Lorenzo Silva, una conversación
"La primera novela que escribí la quemé, pero me pareció un acto excesivo. La quemé en una barbacoa y me dio pena, porque ahora me gustaría leer aquello. Era un plagio y por eso la quemé. Lo único que merecía la pena de la novela era la parte plagiada, y aquello me supuso una frustración considerable".
Han pasado casi dos meses desde que Lorenzo Silva (Madrid, 1966) ganara el Premio Planeta 2012 con La marca del meridiano, la nueva entrega de sus guardias civiles Bevilacqua y Chamorro. He quedado con él en la sede de Planeta a la hora de la comida, en Madrid, en un mediodía frío y despejado, para hablar de literatura, de sus libros y de la situación actual del país. Acaba de llegar de Barcelona en su coche propio, donde reside actualmente, y regresa al día siguiente. Mientras subimos en el ascensor le pregunto por la vorágine de entrevistas y encuentros con periodistas y lectores. Me dice que está feliz, que lo lleva bien pero que está algo agotado. En cualquier caso, esto mejor que las 12 horas diarias que pasaba trabajando como abogado en una multinacional hace muchos años, donde para escribir tenía que robarle horas a la noche o a las vacaciones.
Foto: S.V.
¿Con qué novela se queda de la saga de Bevilacqua y Chamorro?
Yo siempre me quedo con la última, lo que no quiere decir que no aprecie las anteriores. La serie va reuniendo historias diferentes, con tonos diferentes. En La marca del meridiano yo quería que el protagonista, Bevilacqua, dejase aflorar sus sentimientos, cosa por la que he recibido algunas críticas, ya que se supone que los tipos duros no tienen sentimientos. También es una novela en la que está muy presente la realidad más inmediata de España, y hay a quienes no les gusta porque piensan que eso hace efímera una historia.
Sí, de hecho hay alguna crítica que tacha la novela de historia efímera en la que has querido dar un repaso a todos los temas de actualidad: el paro, la crisis, el nacionalismo, la corrupción y hasta las líneas aéreas de bajo coste...
Sí, así es. Ha sido la peor crítica que he encontrado y me ha parecido honesto incluirla en mi blog. Pero no comparto esa visión. A mí me parece, por ejemplo, que el linchamiento de Gadafi, que ocurre el 20 de octubre de 2011, es un acto profundamente simbólico que probablemente se proyectará en el futuro. Ocurre lo mismo con Breaking Bad, una serie muy reciente que va por la quinta temporada, y que a mí me parece ya un clásico. El novelista debe apostar por episodios de la realidad inmediata que tengan la capacidad de trascender. Hay cosas sobre las que nunca escribiría como un Madrid-Barca o una Belén Esteban. Siento que esas cosas no se van a convertir en clásicos.
Una cosa que se preguntan muchos lectores de la saga: ¿qué hay de Lorenzo Silva en el brigada Bevilacqua?
Realmente no tanto. Compartimos una generación y una cierta extracción socio-económica y diría que cierta sensibilidad, pero llegado un punto, no tengo muy claro quién le presta a quién. Yo, por ejemplo, tengo prestada una sensibilidad de Bevilacqua que no tenía, por ejemplo, hacia las cuestiones de seguridad, desde cómo está configurado un aeropuerto hasta qué se hace con la prisión preventiva en España. Otra cosa que me ha trasladado es el interés hacia el servidor público. Tampoco yo veía a la autoridad con empatía, y ahora cuando veo una manifestación en la que se lían a palos, soy capaz de empatizar con los dos, con los manifestantes y con los policías. Me pongo debajo del casco y me pongo en el lugar del que está recibiendo una orden.
Yo te entrevisté allá por el año 2000 y recuerdo que trabajabas aún en una gran compañía como abogado. En aquel momento no te ganabas la vida como escritor, ¿llegaste a pensar que algún día podrías vivir de ello?
Yo siempre he tenido la determinación de llegar a ser escritor, pero en aquella época, en la que acababa de ganar el Premio Nadal, no lo tenía muy claro, la verdad. Lo que ocurre es que la determinación es una parte muy importante, pero no siempre cierra el círculo. El círculo lo cierran siempre los demás. Yo no contaba con esto, como no cuento con nada. El lector no te debe nada, eres tú el que tienes que seducirlo. Lo que has hecho antes da igual. Te la juegas en cada novela, como decía Chandler. En estas cosas que no dependen de ti, soy muy estoico. Y, si te soy sincero, en mi plan vital no estaba el ganarme la vida escribiendo. Yo invertí mucho tiempo y muchos esfuerzos en una formación que ahora mismo tengo en barbecho.
Ya no ejerces como abogado, ¿no?
No, ya no ejerzo, aunque alguna vez me he puesto la toga para defenderme a mí mismo.
Tú publicaste tu primera novela, Noviembre sin violetas, en una editorial pequeña y sufragaste parte de ella, ¿cómo fue aquella experiencia?
Bueno, sí. Era una edición en la que el editor pagaba parte y tú pagabas otra parte contra anticipos, pero no quedé muy contento, y al final resolví aquel contrato de mala manera. Hay editores que viven al día, y yo quise liberar ese libro que tenía pillado por contrato, y al final lo liberé casi manu militari. Ves, ahí sí me sirvió ser abogado (se ríe). Pero no soy rencoroso, para nada. Cuando estás empezando en esto, te cuesta mucho encontrar a alguien que confíe en ti. Cuando lo encuentras, aunque sea en condiciones muy modestas, tienes la sensación de si el libro existe o no. Yo tenía la duda de si ese libro existía realmente o no. Por una parte, era una novela que ya podía publicar, y nunca me he arrepentido de hacerlo.
Pero hay una gran diferencia entre aquella primera novela y las que vinieron después, ¿no? Me refiero al estilo, a la voz y al propio lenguaje, mucho más barroco, más adjetivado, más influido por autores como Onetti.
Claro, yo era muy joven cuando escribí esa novela. En aquella época practicaba la sobrescritura. Había influencias de Onetti, de Proust, de Chandler, lecturas más o menos digeridas, y por eso creo que el libro se podía publicar, pero no del todo procesadas.
Un detalle que me gusta de tus libros es que los feches, y me asombra que haya novelas que has escrito en tres meses, en seis e incluso en uno...
Sí, eso fue El lejano país de los estanques, que la escribí de emergencia, en unas vacaciones en un mes de agosto. Tenía que aprovechar el tiempo al máximo, porque yo por entonces trabajaba doce horas diarias y no tenía tiempo para escribir.
Foto: S.V.
¿Cómo es tu proceso de escritura? ¿Lo tienes claro cuando te pones a escribir o empiezas y te vas dejando llevar por el azar y la improvisación?
Es un proceso engañoso. Esas fechas que recojo al final de las novelas son las fechas de la escritura. Las otras, las de fermentación de la historia, no sabría ponerlas. Una novela empieza siendo siempre un germen de una historia o el germen de un personaje. Yo llevo siempre en la cabeza 30 ó 40 gérmenes de esos, de historias que te has encontrado, de personajes que conoces, de anécdotas, de detalles. Vienen por las vías más insospechadas, y hay cosas que guardas durante meses o años. Pero hay un momento en que un germen de esos madura y dice "soy una novela que debes escribir". Y a partir de ahí se activa otro proceso que en mi caso es que si yo quiero escribir una historia de ficción tengo que conocerla como si fuera de verdad. Y para conocerla como si fuera de verdad tengo que contármela todas las veces que sea necesario hasta que la tenga clara en mi cabeza. Eso puede llevarme uno, dos o tres años, depende de la historia.
¿Y vas tomando notas?
No, qué va, no tomo notas jamás. Lo que se te olvida no tiene importancia. Tienes que acabar recordando las cosas como si alguien te las hubiera contado o tú mismo las hubieras vivido, incluso con ese grado de incertidumbre que aportan los recuerdos. Tú escribes lo que está en tu mente. Cuando ya lo tengo claro, sí tomo notas, pero para estructurar lo que voy a contar, es el mapa de la novela, los capítulos que va a tener, los personajes, la extensión.
¿Y ahí hay margen para la improvisación?
Siempre. Siempre hay un personaje que empieza a crecer más de lo que tenías previsto. Pero la estructura básica de los hechos para mí ya es inalterable, sobre todo los finales. Yo concibo los comienzos de las historias a partir de los finales, y los finales los tengo muy claros.
¿Has reescrito alguna de tus novelas?
Ya publicadas, no. Pero antes de publicar, sí. La sustancia interior, por ejemplo, la reescribí dos veces, porque era una novela muy complicada para escribirla tan joven.
¿Y te has deshecho de alguna?
La primera novela que escribí la quemé, pero me pareció un acto excesivo. La quemé en una barbacoa y me dio pena, porque ahora me gustaría leer aquello. Era un plagio y por eso la quemé. Lo único que merecía la pena de la novela era la parte plagiada, y aquello me supuso una frustración considerable. Por eso actué así. Ahora mismo tengo cinco novelas inéditas, guardadas en el cajón, de las que dos son largas y tres cortas.
Esa primera experiencia con tu primer libro publicado ¿ha sido lo que te ha llevado a crear Playa de Ákaba?
Lo que me ha llevado a crearla han sido dos cosas: un empeño romántico y otro empeño pragmático. La editorial la he montado con mi mujer. Mi mujer, después de una larga experiencia profesional, tanto en la hostelería como en la Administración Pública, fue una de las víctimas de la crisis hace dos años. Su alternativa era regresar a la hostelería, pero en condiciones nefastas y pésimas. Ella escribe desde siempre y se planteó que, mejor que infraemplearse para otro en cosas que ya conocía y que estaban peor que antes, era el momento de hacer una pequeña aventura. Por otro lado, habíamos hablado varias veces de la cantidad de libros que no tienen quien les quiera. Pero no comparto ese discurso que ve al editor como un señor que sólo publica bazofia para lucrarse con ella. El editor es un señor que trabaja por cuenta ajena y que le tienen que salir los números cada trimestre y si no le salen, quiebra. Y es muy difícil publicar a un escritor desconocido, en un país deprimido, con pocos lectores y en el que, para remate, la gente se compra cacharros que carga siempre sin pedir permiso a los autores. En este contexto, es normal que los editores no apuesten por libros que no les compensa el viaje. Así que pensamos que era posible otro tipo de edición, y en ello nos hemos embarcado.
¿Pretendes ganar dinero con esto o es una locura quijotesca, como se ha dicho en algún foro?
Hemos fundado una empresa y no una ONG. Es una sociedad limitada en la que tienen que salir los números. Yo no hago esto para tirar el dinero. Fui auditor de cuentas durante mucho tiempo (se ríe) y las empresas están para ganar dinero. Se trata de generar un puesto de trabajo en mi familia y de que genere algo más, tampoco es que te vayas a hacer rico. Nuestra editorial es un Mac en la buhardilla de nuestra casa, con programas pagados religiosamente. Hemos producido ya cuatro libros, en ebooks sin DRM (derechos digitales de autor) y en impresión bajo demanda. Vamos a publicar cosas minoritarias y de gente desconocida.
¿Os están llegando manuscritos?
Sí, muchísimos. Estamos leyendo mucho y tenemos seleccionados ya cinco o seis. Queremos sacar algún título de narrativa, pero estamos hablando de que, en términos generales, sacaremos unos diez títulos al año, incluida la poesía.
¿Eres entonces eso de lo que tanto se habla ahora: un emprendedor?
Bueno, soy un emprendido (se ríe). Pero es que hay que hacer cosas. Qué vamos a hacer todos, ¿ponernos a llorar y a mirar al rincón?, ¿nos vamos a ir todos del país? Yo entiendo que hay gente que se tenga que ir, y además me gustaría que se fuera mucha gente para ver si de verdad hay en este país una revolución de una vez por todas. España se está desmantelando, esto es una catástrofe. Hay que hacer cosas, y no vale eso de que vamos a reactivar el mercado inmobiliario trayendo rusos o con los permisos de residencia. Vale ya. El próximo que diga esas cosas habría que pegarle un tiro en la frente.
¿Ves salida a la crisis?
Bueno, esto es como una partida de ajedrez. Las negras mueven todos los días. Tenemos las blancas y algo hay que hacer. ¿Movemos o no movemos? El que lleva las negras mueve todos los días y además sabe jugar. España tiene fortalezas y posibilidades. Hemos cometido errores garrafales, como invertir en una parte de nuestra gente a la que no le hemos hecho hueco y la estamos expulsando para que se aprovechen otros. Y hay otra parte de la gente que no la hemos formado, y esa es la que nos estamos quedando. Este es un error enciclopédico, cósmico. Pero creo que estamos a tiempo para salvarlo. No es cuestión de izquierdas o derechas, ni de Madrid o Barcelona, es cuestión de que la gente que está al mando tenga dos dedos de frente y se siente a buscar una solución, pero de verdad.
Hace poco Javier Marías escribía lo siguiente en un artículo de El País Semanal: "Si los escritores renuncian a ser los amos de los mundos que inventan, si se pliegan de antemano a las preferencias de sus clientes y ya no los pueden sobresaltar, si abandonan sus necesarias torres de marfil y se pasan media vida contestando correos y tuits, no les quepa duda: la literatura que nos interesa y deslumbra tendrá los días contados". ¿Qué te parece esto? A ti ¿te influye la opinión de tus lectores?
Bueno, esto es una simplificación. ¿Por qué tenemos que comparar al escritor que jamás escucha a los lectores con el escritor que es un lacayo de ellos?, ¿es que no hay un punto intermedio? No me parece mal que el escritor escuche a sus lectores y procese lo que le dicen. Lo importante es que tenga claro que el proyecto es del escritor, es su proyecto, y el autor es quien toma las decisiones, no sus lectores, ni su novia, ni su editor, ni sus amigos. A mí cuando me preguntan, siempre digo lo mismo: escucha a todo el mundo y después haz lo que te dé la gana, pero primero escucha. Por otro lado, yo creo que el escritor que no escucha a nadie, el que está en la torre de marfil, no existe, y a veces es más influenciable que lo que él cree.
¿Qué le recomendarías a quienes están empezando a escribir?
No tengo muchos consejos que dar. A un poeta no sabría qué aconsejarle. En todo caso, podría aconsejar a alguien que quiera contar historias. Le diría que lea todo lo que pueda, que aprenda a observar y que aprenda a escuchar, que es lo más difícil de todo. Y, lo más importante, no hay que tener prisa. La impaciencia es matadora para el novelista.
¿Cómo ves el futuro de la literatura?
La literatura como expresión de la condición humana a través de la palabra y que se puede compartir entre todas las personas es algo imperecedero. Yo estoy convencido de que siempre habrá alguien que escribirá novelas y habrá quien las lea. A lo mejor no mucha gente, pero seguro que la literatura no desaparecerá.