Los rinocerontes de Manuel Vilas, pura creatividad
Si un medico como yo se permite la osadía de acometer una crítica literaria como esta es porque tiene muy claro que autores como Vilas han venido para salvarnos. De su mano, asistiremos a asesinatos, pasiones, hundimientos, derrumbes y toda clase de exabruptos humanos. El derroche de creatividad es magistral, toda la obra es una lección de ingenio con el toque de humor ácido que tanto gusta al autor.
Cuando uno tiene entre sus manos un libro que podría perfectamente haber sido escrito en el año 2666, lo menos que siente es un profundo asombro. Setecientos millones de rinocerontes es la última novela de Manuel Vilas, y su título, como ven, es ya una declaración de intenciones. La obra no nos cuenta una historia al uso con su introducción, nudo y desenlace, es mucho más ambiciosa. Nos propone un universo, directamente.
El autor se permite la libertad de acompañarnos por incontables mundos poblados de un sinnúmero de personajes en la novela que más rinocerontes tiene entre sus páginas desde la Torre de Babel. De la mano de Vilas asistiremos a asesinatos, pasiones, hundimientos, derrumbes y toda clase de exabruptos humanos. El derroche de creatividad es magistral, toda la obra es una lección de ingenio con el toque de humor ácido que tanto gusta al autor. La irreverencia, sarcasmo, acritud, impostura, belleza, violencia, sequedad y ternura que descubrirán en sus páginas ilustran la brillantez de uno de los mejores narradores en castellano de todos los tiempos.
La literatura de ficción es un arte que permite al que lo disfruta trasladarse a mundos nuevos. En la novela de Vilas, encontrarán bastantes; y si se atreven a mirar dentro de los personajes, igual descubren caras conocidas. Tras el viaje a las profundidades del deseo humano que nos propuso con El luminoso regalo y a los abismos de la desazón que narró en El hundimiento, ahora asistimos a una invitación distinta que trata de abordar la sima de la profundidad humana desde la gravedad de la carne, desde su peso y consistencia, cuyo epítome es el animal totémico que da nombre a la obra. ¿Qué es el ser humano sino carne, una materia densa apresada por fuerzas que la ligan irremisiblemente a la tierra? Si un medico como yo se permite la osadía de acometer una crítica literaria como esta es porque tiene muy claro que autores como Vilas han venido para salvarnos... de nosotros mismos, a recordarnos que es posible la creatividad máxima y que, ante todo, el ser humano es una hermosa maquina de adaptación. Espero que la obra les guste, a su salud.
De izquierda a derecha: Gabriela Wiener, un servidor, Manuel Vilas y Christina Rosenvinge