¡A robar carteras!
¿Cómo es posible que llevemos tantos años tragando a estos políticos que se creen al margen del bien y del mal? Porque somos, gobernantes y gobernados, diferentes caras de una misma moneda y compartimos mentalidad y forma de ver el mundo.
Hace unos años escuché en la radio una entrevista a Antonio Muñoz Molina en la que afirmaba que la democracia sueca era fantástica pero que sería imposible que funcionara en España. La periodista le preguntó cuál era la causa de que pensara así. La respuesta fue que en España no vivían suecos sino españoles.
Y no le faltaba razón. En España la democracia es como es porque las relaciones entre los políticos a los que otorgamos el deber de gestionar el poder y la gente gobernada es diferente a la que se establece en Suecia. Me explico.
Por una parte, nuestros políticos han mostrado en numerosas ocasiones que el bien común les es un concepto ajeno. De ahí que dude que sean conscientes de que el dinero que gestionan tiene dueños concretos, con nombres y apellidos, y que son todos los españoles, uno por uno. Tengo la sensación de que los políticos piensan que una vez el dinero es recaudado, ya no tiene dueño al que se deban rendir cuentas y que el dinero, por tanto, se puede invertir en perpetuarse en el poder.
Cuando se decide construir un aeropuerto innecesario del que no despegarán aviones, ningún político tiene la sensación de estar tirando el dinero de personas concretas, sino que piensa que ya no pertenecía a nadie.
La lista de derroches es tan larga que asusta la cantidad ingente de ejemplos de desprecio por el bien común que nuestros políticos nos han proporcionado.
A mí no me consuela que derroches por el estilo y casos de corrupción se puedan encontrar por todo el mundo. No me vale que alguien me diga que en Alemania o Islandia ocurrió tal o cual caso de corrupción. Es como cuando un niño suspende un examen y la única justificación que tiene es que fulanito también ha suspendido. Pero además, niño, es que tú suspendes siempre y en cambio fulanito lo hace muy de vez en cuando.
Pero por otra parte, la democracia no está solamente formada por políticos. La sociedad civil, la gente que participa de la democracia, los votantes, son la base que sustenta el sistema.
En España la ciudadanía en cierta medida siempre ha sido condescendiente con la clase política. Quizá porque la primera, como la segunda, tampoco ha sido nunca consciente de la idea del bien común. Cuando alguien se lleva del trabajo una grapadora o un paquete de folios, nunca piensa que está robando a sus compañeros, sino a la empresa entendida como ente impersonal que puede ser que pertenezca a alguien que no echará en falta la grapadora o el paquete de folios. Vamos, que nos sentimos como unos modernos Robin Hoods, robando a los ricos para dárselo a los más pobres.
Seguramente tú, apreciado lector, no te sentirás aludido por mis palabras. Tú nunca has recurrido a la picaresca. Pero sabes que muchos de los que te rodean sí que lo han hecho. Si no, ¿cómo es posible que llevemos tantos años tragando a estos políticos que se creen al margen del bien y del mal? Porque somos, gobernantes y gobernados, diferentes caras de una misma moneda y compartimos mentalidad y forma de ver el mundo. E incluso sospechamos que si fuéramos políticos, tal vez haríamos lo mismo que ellos.
Sólo hay una forma de convencerme de lo contrario. El Gobierno ha hecho retroceder al país mediantes recortes salvajes como nunca se habían conocido en la democracia. Los bancos han 'robado' el dinero de miles de ahorradores con el beneplácito de todos los partidos políticos, representados en los consejos de dirección de las Cajas. El paro crece y la pobreza aumenta. Los derroches innecesarios continúan. Si la gente se lanza masivamente a la calle, es que no quiere ser parte de esta moneda. Pero si se calla, es que otorga.