Gaza, o la construcción de una distopía moderna
La distopía más perturbadora de nuestro tiempo no es una ficción. Es un lugar real con gente real. Es Gaza. El lugar más trágico para vivir en la Tierra. No puedo hacer justicia a tanto sufrimiento sólo con estas palabras. Tan solo puedo dar testimonio de su existencia.
Normalmente, las sociedades distópicas se retratan en las páginas de novelas como Los Juegos del Hambre o Divergent. Nos muestran sociedades distorsionadas donde se ha suprimido la justicia y la libertad, donde las privaciones son una forma de vida, y donde las vidas son prescindibles. Nos piden que imaginemos una sociedad donde se empuja a la gente hasta los límites de su resistencia, y donde son asesinados si no aguantan.
Pero es sólo una ficción, ¿verdad? Después de la última página, se acaba todo.
Falso.
La distopía más perturbadora de nuestro tiempo no es una ficción. Es un lugar real con gente real.
Es Gaza. El lugar más trágico para vivir en la Tierra.
Mientras algunas personas en el mundo luchan contra la pobreza o la violencia o los prejuicios o la intimidación o el hambre o la falta de sanidad o la libertad de movimientos o el encarcelamiento o el desempleo masivo o la vigilancia constante o la inseguridad o la falta de bienes básicos o la desesperanza o la falta de educación o el aislamiento forzado o el desprecio por sus derechos humanos o el dolor por la pérdida de sus seres queridos, el millón ochocientas mil personas que viven en Gaza luchan contra todo a la vez, todos los días.
Bajo la mirada de una comunidad global, en su mayoría indiferente.
Mujeres. Niños. Bebés. Ancianos. Personas con discapacidad. Inocentes. Ellos luchan contra todas estas injusticias cada día porque, durante los últimos ocho años, han existido -que no vivido- bajo el cerco impuesto por Israel.
Un palestino de 17 años, detenido en una prisión israelí, describe la miseria cotidiana que soportan los gazatíes.
"Es como ser una sombra de su propio cuerpo; pegado al suelo, imposible liberarse. Te ves a ti mismo tendido pero eres incapaz de llenar esa sombra de vida".
En otras palabras: una muerte lenta.
A menos que hayas vivido día tras día entre el asfixiante asedio y los ataques, es imposible entender la desesperación que soportan los habitantes de Gaza. No olvidemos que el 70% de la población de Gaza son refugiados.
No puedo hacer justicia a tanto sufrimiento sólo con estas palabras. Tan solo puedo dar testimonio de su existencia.
Imagine estar preso en una árida franja de tierra de apenas 40 kilómetros de largo y entre 5 y 11 kilómetros de ancho.
Imagine que su hijo necesita asistencia médica urgente que las clínicas de Gaza no le pueden ofrecer. Un día tras otro, espera en la aduana sin saber si finalmente se le permitirá cruzar para buscar la ayuda que necesita.
Imagínese criando a niños que no tienen acceso al agua, donde el sistema de alcantarillado tiene fugas y donde apenas hay electricidad la mitad de los días. O imagínese dependiendo de los paquetes de alimentos de la UNRWA (la agencia de la ONU para los refugiados) para poder mantener con vida a su familia.
Y ahora imagine que, además, la gente de Gaza tiene que vivir bajo bombardeos diarios.
Más de un cuarto de las personas asesinadas en las últimas semanas eran niños: 161. Cientos más mutilados y huérfanos. Decenas de miles de familias destrozadas y desplazadas.
Imagínese sentado a la mesa para cenar con su familia y que sólo tenga unos minutos para evacuar su casa antes de que sea bombardeada. Los misiles arrasan su hogar. Adiós a las fotos irremplazables de sus abuelos. Los dibujos de sus hijos cuando eran pequeños, destruídos. Los documentos de identidad, perdidos. Su historia personal, borrada.
O imagínese tratando de salvar vidas en un hospital con instrumental oxidado. Sus zapatos se pegan al suelo ensangrentado. Y entonces, bombardean el hospital.
Gaza está en estado de shock.
Todo lo que la gente de Gaza quiere es lo que cada uno de nosotros queremos. La oportunidad de vivir una vida normal con dignidad y seguridad, y de construir un futuro en el que sus hijos puedan crecer, soñar y cumplir sus ideales. Tenemos que permitirles que lo hagan.
Primero, es necesario un alto el fuego. Pero no es la única solución. No podemos permitir que se vuelva a un status quo infernal: la batalla cotidiana por la supervivencia. Debe continuar rápidamente con un esfuerzo global para devolver la vida a las sombras de Gaza. La apertura de las fronteras. El reconomiento de los derechos. La garantía de la libertad. La reparación de las infraestructuras. La restauración de los flujos comerciales. La equipación de las escuelas. La renovación de los hospitales. La heridas deben curarse; la esperanza debe renacer.
Pero nada de esto pasará sin los esfuerzos colectivos de la comunidad global. Debemos insistir en una vida digna para el pueblo de Gaza. Cada uno de nosotros puede hacer algo. Siendo activos. Despertando las conciencias. Rechazando la violencia. Donando a UNRWA.
Permanecer silenciosos ante esta injusticia sin fin hace que nuestra comunidad global no sea mejor que la masa de gente que mastica cacahuetes en la arena de Los Juegos del Hambre, diciendo "ohhh" y "ahhh" y sacudiendo la cabeza ante cada nueva prueba y cada nueva muerte.
¿Vamos a permanecer desde la barrera, mientras contemplamos cómo se asientan los terribles cimientos de una moderna distopía? ¿O nos unirá nuestro sentido humanitario para empujarnos a actuar y a salvar a la gente de Gaza?
Al salvarles a ellos, nos estamos salvando nosotros.