El poder regional y local de la ultraderecha: dónde están, quiénes son, qué hacen
Los partidos de extrema derecha han ido perdiendo fuelle, desdibujándose, incapaces de forjar listas en el territorio. Pero ahora sus votantes tienen a Vox, que aglutina toda su fuerza, aspira a condicionar alcaldías clave y a ser muleta del PP.
España ha vivido en los últimos cinco años un crecimiento sostenido de la extrema derecha gracias al ascenso de Vox, un fantasma del que el país se había ido escapando desde que se recuperó la democracia. Los de Santiago Abascal entraron en su primer parlamento, el andaluz, en 2018, y consolidaron su racha en las elecciones de 2019, municipales, regionales y, finalmente, nacionales. Hoy, la formación verde se ha convertido en un referente para la ultraderecha patria: se ha nutrido de los populares más radicales -"Esta extrema derecha habita en los pliegues del PP, no en otro sitio", como dice Iñaki Gabilondo-, y ha cobijado a parte de los electores de esas otras fuerzas radicales que, hasta entonces, eran las únicas de ese espectro.
Así es como acude el extremismo de derechas a las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, con un Vox fortalecido en este lustro, instalado en las instituciones, forjado ya como un partido nacional y no a retazos -por muchas lagunas que tenga aún en su expansión territorial- y alimentado por algunos de quienes antes elegían las papeletas de Falange (FE de las JONS), España 2000, Democracia Nacional o Alternativa Española. Hoy, estas son hoy formaciones residuales, con una representación que no llega ni a diez concejales y que han decidido presentarse sólo donde tengan muy seguro el puesto, esto es, lugares pequeños donde la persona y la tradición pesan más que las siglas.
Ese caldo de lo que peligrosamente y equivocadamente se denomina nostálgico era el que se encontraba en las últimas locales y regionales, década tras década. Parecía que no iba a más ni surgía ninguna formación emergente en esa corriente, no conquistaban escaños ni ediles, sino apenas un puñado de votos de simpatizantes incansables. Informes como el del Real Instituto Elcano señalan que, básicamente, en España no se daban las condiciones para ello por la cercanía en el tiempo de la dictadura franquista, con la que se asocian todos los movimientos ultraderechistas y fascistas, así como los símbolos que emplean.
Más investigaciones, como la de la Fundación PorCausa, hablaban también de dos "vacunas" que nos habían protegido hasta ahora de un fenómeno que ya había roto en Europa, de Francia a Grecia pasando por Países Bajos, Austria o Alemania. La primera, el Partido Popular como hegemónico de la derecha española, que absorbía "el voto del 'franquismo sociológico', se presenta como el partido de ‘la ley y el orden’, y asume parte de las prácticas y discursos de la extrema derecha para neutralizar cualquier tipo de formación que aparezca por el lado derecho del espectro político". La segunda vacuna, ahonda, fueron "las movilizaciones sociales surgidas a causa de la crisis económica y los escándalos de corrupción en torno al 15-M, y la aparición de un partido populista de izquierda como Podemos, capaz de capitalizar el voto de protesta frente al establishment".
Ese era el escenario en las últimos comicios locales y regionales, en 2019, cuando la mayoría de estos partidos no pudo ni presentarse y, como media, perdieron entre un 40 y un 55% de sus votos respecto a la anterior cita con las urnas, de 2015, según datos recopilados en el Ministerio del Interior. Sin embargo, ahí estaba ya Vox en la pista de despegue y aprovechó la oportunidad, el cansancio, el hartazgo de los electores. Como dijo un Abascal eufórico tras conocer los datos en la noche electoral de hace cinco años, llegaba "la consolidación de la alternativa política a la izquierda". Ya eran quinta fuerza, con el 3,57% de los votos, 813.282.
Actualmente, Vox tiene representación en diez parlamentos, porque a Andalucía se sumaron Madrid, Murcia, Castilla y León, Cantabria, Aragón, Asturias, Baleares, Ceuta y Melilla. Tiene ediles en 16 capitales de provincia: Madrid, Alicante, León, Burgos, Palencia, Santander, Cáceres, Badajoz, Córdoba, Jaén, Granada, Huesca, Teruel, Zaragoza, Ciudad Real y Guadalajara. Si en 2015 tenían 22 ediles, en las últimas locales llegaron a 530, especialmente en zonas con un alto porcentaje de población inmigrante, y lograron cinco mayorías absolutas, ayuntamientos en los que han gobernado este tiempo: los de Cardeñuela Riopico (Burgos), Vita (Ávila), Navares de las Cuevas (Segovia), Barruelo del Valle (Valladolid) y Hontecillas (Cuenca). Cinco sobre 8.122 regidores españoles, el 0,06% del total.
Es verdad que en el plano municipal Vox no tiene el fuelle nacional, no es tercero en el Congreso. Le faltaba de estructura y notó desgaste, el de la gestión, en zonas donde había sido líder (El Ejido, Níjar, Torre Pacheco). Hubo muchos pueblos en los que no se llegó ni a presentar. Esta vez es distinto: ha presentado listas en 1.936 (precisamente 1.936) municipios de España. Son, en total, casi 1.200 ayuntamientos más que en 2019, cuando la formación de Abascal apenas acababa de lograr representación en el Congreso tras las generales de abril. Su cálculo es que, subiendo un 60% en candidaturas, llegarán a cubrir el 82% del censo electoral. El dinero que ha entrado en la formación, ahora en las instituciones, y la mayor base de militantes ha obrado la multiplicación de sus previsiones.
Su meta es condicionar alcaldías clave como Madrid, Sevilla, Toledo, Valencia, Murcia o Ciudad Real, y pelear, porque "hay partido", dice su presidente, por siete regiones: Baleares, Ceuta, Castilla-La Mancha, Comunidad de Madrid, Comunidad Valenciana, Extremadura y Región de Murcia. "No vamos a regalar nada al PP", advierte Vox.
Vox adolece de un problema que han tenido otros partidos de ultraderecha europeos cuando se han lanzado a por todo el territorio nacional: que sus propuestas son generales y cuesta hacer un programa afinado pueblo por pueblo. Eso ha llevado a que, como desveló el diario El País, hasta hayan editado un programa electoral idéntico para este 28M, en el que sólo se cambia el nombre del municipio. Los compromisos son los mismos, incluso aunque tenga poco sentido hablar de una "defensa eficaz de las playas" en la Comunidad de Madrid o "ampliar el metro" en Almería, que no tiene ni una línea. Las propuestas, 34 páginas iguales, usan la fórmula común de "Cuida........, cuida lo tuyo", para poner el nombre de cada sitio. Y punto.
Abascal, furioso, ha dicho que es mentira y que por supuesto tiene programa y propuesta para todos, ajustadas a las necesidades de cada territorio. Le harán falta, cuando busca entre otros el voto rural, peleado duramente al PP, sin hacer alusión en esos programas a materias esenciales para ellos, como el agua o los incendios forestales. Sí aparece la promesa de derogar el estado de las autonomías, concurrir a los parlamentos para reventar el sistema desde dentro.
Los otros ultras
Más allá de Vox, el ramillete de partidos de ultraderecha es reducido. Hacen ruido en determinados momentos, muy puntuales, como le pasó a Falange el pasado 24 de abril cuando los restos de su fundador, José Antonio Primo de Rivera, salieron de Cuelgamuros, o en las protestas de Hogar Social, el grupo neonazi conocido por su islamofobia, constituido como formación en 2019. Sin embargo, no tienen un tejido electoral relevante. Son anecdóticos.
Falange es la que tiene un recorrido más largo, más historia, y la que más retiene, aunque sus datos sean irrisorios: en 2009, según Interior, donde más votos lograron de todas las capitales de provincia fue en Madrid, con 1.322; se dejaron en cinco años 700 votos en su feudo. Lograron apoyos en 12 ciudades más, oscilando entre los 30 votos de Palencia y los 220 de Zaragoza. Su falta de medios y de respaldo de militancia le impide presentarse más que en un puñado de territorios y, desde luego, la pelea regional que da lejos del alcance de todas estas formaciones. En elecciones autonómicas, sólo lograron votos en la Comunidad de Madrid (2.585 votos, 0,08%) y Castilla y León (627, 0,05%).
Su único edil estaba en Santoña (Cantabria), pero lo perdió en los comicios de 2015. Era Leoncio Calle Pila, 23 años en la corporación, quien llegó a gobernar con PSOE y con PP, los extraños compañeros de cama de la política y, más, de la que se hace entre vecinos. No hay motivos para esperar mucho más en este 2023. Hasta han tenido la mala noticia de que no han podido presentarse por Barcelona: su candidatura ha sido la única rechazada por no cumplir con la paridad en las listas y añadir a personas que ya aspiraban a representar a otros municipios.
En el caso de España 2000, ha llegado incluso a tener concejales en pueblos pequeños de Madrid. En San Fernando de Henares (hasta que se marchó al grupo mixto, en 2020), en Velilla de San Antonio y en Los Santos de Humosa, todos en el madrileño corredor del Henares -en la propia Alcalá tuvieron representación hasta las últimas municipales-. Los Santos es su mayor escaparate porque logró el apoyo de PP y Vox y se quedó con la alcaldía, pese a que el PSOE fue la lista más votada: 551 vecinos votaron socialista, 279 a E2000. Lázaro Polo es el regidor. La formación tiene también ediles en tres pueblos valencianos: Silla, Dos Aguas y Onda.
Alternativa Española cuenta con un edil en Bárcena de Pie de Concha (Cantabria), desde 2011, mientras que Democracia Nacional perdió en 2019 el único que tenía, en Cuenca de Campos (Valladolid).
Tanto Democracia Nacional como Alternativa Española y Falange se unieron en 2019 para concurrir a las elecciones europeas, bajo la etiqueta de ADÑ Identidad Española. Con ella siguen teniendo actividad, convocando actos conjuntos o moviéndose en redes sociales. Como hace cinco años no lograron nada, la coalición acordó sólo presentarse a los comicios municipales en aquellas poblaciones donde tengan posibilidades de obtener representación. En esas están.
Lo que son
La ultraderecha raramente ha aportado propuestas concretas en nuestro país. Aporta un marco, una visión del mundo, en el que el concepto de identidad nacional es el que marca la diferencia. En lo económico, se acercan a la derecha clásica, liberal, pero es en el grado de nacionalismo y en los debates morales donde se van al extremo: eutanasia, aborto o familia tradicional son temas centrales y en los que no hay términos medios.
La extrema derecha considera que las naciones son casas, en las que hay que poner muros, por eso sus programas hablan de cierre de fronteras, de expulsiones, de rechazo. A veces ni separan la emigración legal de la que no lo es pero es desesperada, como el derecho de asilo. Un rechazo de plano. Están los nativos, los buenos españoles, y los de fuera. Hay que proteger el Estado, creen, ante la amenaza que llega del exterior. Un mensaje que ha calado a la derecha de siempre y que se ha colado en las agendas europeas conforme han ganado en apoyos, en tiempos de crisis y cansancio.
Con esas ideas acuden a las urnas, muchas veces mezclando competencias de distintos niveles de la administración. Se ha visto en los primeros años de Vox en Andalucía, donde han hablado de cosas que no tocaban, pero con las que se hacía ruido.
Habrá que ver cómo les va cuando toca hablar de los problemas más cercanos a los españoles.