Puigdemont, el independentista "insobornable" a quien todos miran tras las elecciones
El expresident catalán, desde su casa de Waterloo, concentra sorprendentemente la atención en la resaca del 23-J, porque de la abstención de su partido, Junts, depende que siga o no en el Gobierno la coalición de izquierdas.
Lo que ha llovido. Era un 9 de enero de 2016 cuando El HuffPost adelantaba en exclusiva que el alcalde de Girona, Carles Puigdemont, sucedía a Artur Mas como president de la Generalitat catalana para contentar a la CUP. "Retén bien su nombre", pedíamos a nuestros lectores ante un perfil desconocido fuera de su región, aparentemente anodino. A la postre, Puigdemont ha sido un político que ha marcado la historia reciente de España. Y lo sigue haciendo: las cuentas endiabladas que dejaron las elecciones generales del domingo obligan al bloque de la izquierda de PSOE y Sumar a buscar al partido del exmandatario, Junts per Catalunya, si quiere seguir en La Moncloa. Necesita al menos su abstención.
Su nombre, ese que ya todos recordamos, también está en primera plana en estas horas porque la Fiscalía pide su busca y captura e ingreso en prisión tras la retirada de su inmunidad por la justicia europea, ahora que es parlamentario en la Eurocámara. Se le persigue por un presunto delito de malversación, que acarrearía pena de prisión de entre seis y 12 años debido a la elevada cuantía de los fondos que presuntamente habría desviado para financiar al procés, la hoja de ruta independentista que llevó a un choque formidable con Madrid, la aplicación del artículo 155 de la Constitución en Cataluña y la práctica ruptura de relaciones con el Ejecutivo central, ahora ablandándose a base de esfuerzo.
Puigdemont ya no es el presidente del partido, dejó de serlo el año pasado, pero por mucho que se hable de diferencias a veces con la generación actual, con la que lo relevó cuando se fue de Cataluña (huida o exilio, según quién), su voz decide. Se han acabado imponiendo los miembros de su corriente, los llamados maximalistas. De ahí que la cabeza de lista de JxCat al Congreso, Míriam Nogueras, haya dicho este lunes que el factor Puigdemont "no dejará dormir" al presidente Pedro Sánchez. "El señor Sánchez decía que Puigdemont era una anécdota y me temo que, estos días, esta anécdota no le dejará dormir", ha sido su frase. "España, capital Waterloo", escribió también en la madrugada postelectoral Josep Lluís Alay, hombre de confianza de Puigdemont. Queda claro que su peso en la decisión será total.
La primera reacción del expresident al conocer la posición de llave de gobernabilidad de Junts ha sido clara: "Nuestros votantes, nuestro programa, nuestros compromiso han sido y son las referencias de nuestra acción política. Nos debemos a ellos", dijo en Twitter. Son horas de recuperar, por ejemplo, la entrevista que dio desde Bruselas al diario Ara, en campaña, en la que afirmaba: "Pedro Sánchez no será primer ministro con los votos de Junts, no puede serlo, por muchas razones (...). Miente e incumple. Y como ya lo ha hecho varias veces, ¿exactamente qué incentivo tenemos nosotros para hacer primer ministro a un mentiroso y un incumplidor?".
Entonces, se quejaba de que ERC -un día socio, ahora alejado- hubiera apoyado a Sánchez durante la pasada legislatura, una decisión que "no entendió", porque con el socialista, a su entender, hay que tomar "todas las precauciones". Y remataba: "Pagar por adelantado a un tío al que no le comprarías un coche de segunda mano es un deporte de riesgo".
Cuán flexible será su opinión ahora que tenemos los votos contados es la gran pregunta. Qué hará Puigdemont, qué pedirá (amnistía y referéndum es lo que ya anuncia) al Gobierno, qué se puede hablar, hasta dónde se puede tensar la cuerda, hasta dónde se puede ceder, cuáles van a ser las líneas rojas que ponga Sánchez. "Soy falible, pero insobornable", fue la frase con la que se definió el independentista el día de su toma de posesión, parece que hace eones. "Que no se deja sobornar / Que es auténtico y arraigado y no se deja llevar por ninguna influencia ajena", define la RAE.
De periodista a alcalde
Pinta duro, pero así ha sido la manera de proceder de Puigdemont desde que accedió a lo más alto de la política de forma sorprendente, inesperada, haciendo añicos las encuestas sobre herederos y delfines y, al final, superando todas las metas volantes hasta proclamar (¿casi? ¿por unos segundos?) la independencia de Cataluña.
Nacido en el municipio gerundés de Amer, en la comarca de la Selva, el 29 de diciembre de 1962, Puigdemont es el segundo de ocho hermanos, está casado con la periodista Marcela Topor y tiene dos hijas. Sus padres poseen una de las confiterías más conocidas de la comarca, en la que trabajó de chaval. Tiene tres abuelos catalanes y una andaluza.
Su pasión era el periodismo, pero venía de saga convergente de toda la vida y la política lo llamó pronto, también. Como relata en su propio blog, su vocación por la información fue clara y temprana. Antes de pasar en noviembre de 2006 a la política activa -entonces fue elegido diputado por Girona en las listas de CiU-, estudio Filología Catalana en Girona, aunque no acabó la carrera porque empezó pronto a trabajar: se convirtió en redactor jefe del diario en catalán El Punt, para después ser uno de los fundadores y director, finalmente, de la Agencia Catalana de Noticias (ACN).
También trabajó como director del diario en inglés Catalonia Today (habla ese idioma, además de francés y rumano, la lengua de origen de su esposa) y fue autor del libro ¿Cata... qué? Cataluña vista por la prensa internacional, sobre la imagen de Cataluña en el exterior. Aún era el improbable escritor de Me explico: De la investidura al exilio o La crisis catalana: una oportunidad para Europa. Eso vendría mucho después, en otro mundo.
Sitúa su caída del caballo política en un mitin de 1980, en las elecciones catalanas, viendo a Jordi Pujol. Tres años más tarde, otro hecho muy distinto cambió también sus pasos, en lo vital: empotró su Seat Marbella contra un camión camino de su pueblo y sufrió graves heridas en el brazo y en el rostro. Es lo que oculta su flequillo beatle.
Enlazó tras su recuperación años de militancia, por ejemplo, como activista de la Crida a la Solidaritat en defensa de la llengua, cultura i Nació catalanes, una de sus banderas preferidas. Peleó primero en la oposición al PSC en Girona hasta que llegó a ser regidor tras ganar por mayoría absoluta las elecciones de 2011, una mayoría que revalidó en 2015 ya sin tanta ventaja.
El mérito de poner fin a 32 años de hegemonía socialista en la ciudad catalana, una conquista que los cronistas locales achacaron sobre todo a su férrea oposición, le abrió verdaderamente las puertas a los cuadros de mando de Convergencia. No tenía lazos con ellos por la burguesía catalana ni con el pujolismo, entró en sus Juventudes por convicción. Y escaló por eso mismo.
Los que lo conocen de entonces lo califican de "implacable" contra el PSC, "tozudo" a la hora de aprenderse bien la institución y "muy volcado" con la Cultura, cartera que se reservó incluso siendo alcalde. "Personalista" es otra de las palabras que lo definen desde entonces. Tuvo un par de polémicas por ello: su contundencia, que no rehuye la polémica, hizo que en 2013, al frente del Ayuntamiento de Gerona, fletase varios trenes junto al consistorio de Figueres para la gente que acudió a la manifestación por la Diada en Barcelona, cuando aquello parecía el no va más de las protestas.
Ese mismo año, ya reivindicó el derecho a decidir de los ciudadanos de Cataluña durante la inauguración en Girona del I Congreso Bienal sobre Seguridad Jurídica y Democracia en Iberoamérica. El picante estuvo en que lo hizo ante el aún príncipe Felipe, el actual rey de España.
Fue un tiempo en el que ahondó en sus posicionamientos independentistas: en 2015, presidió la Asociación de Municipios por la Independencia (AMI), lo que le convirtió en el brazo fuerte del municipalismo en el proceso soberanista. Desde el púlpito local siempre estuvo implicado en el proceso independentista.
En ese año, escribía: "no se puede negar la evidencia de una victoria tan contundente como histórica del independentismo. Nunca la independencia había ganado unas elecciones: ahora lo ha hecho y por una amplia mayoría absoluta (...). Cataluña ha superado la era autonómica, sus ciudadanos ya no se sienten miembros de una comunidad autónoma más. Hemos entrado en la Cataluña posautonómica. Tampoco somos aún una nación independiente. Somos un país preindependiente que camina decidido a la plena normalización de su estatus político".
Y auguraba: "Harán falta grandes dosis de generosidad, paciencia, preparación, astucia e imaginación para garantizar que este lapso de tiempo no se prolongará más de la cuenta". Todo un vaticinio de lo que estaba por venir, y con él de protagonista.
'Puigdi' llega al Palau
El día que se supo que suplía a Mas en la Generalitat la pregunta, fuera de Cataluña, era generalizada: ¿quién es? El entonces president, que llevaba en el cargo desde 2010, venía de chocar con la CUP, que no le apoyó los presupuestos porque pedía más en lo social y en la ruta independentista. Se impuso su marcha y se pactó un nuevo nombre, el de Puigdemont, una suerte de mesías accidental de apariencia trivial fuera, pero una garantía de lucha por la independencia para los que sabían. Puigdi, como lo conocían sus próximos, sabía lo que quería y no era ni tan accidental ni tan circunstancial como decían los legos.
Llegó prometiendo 45 leyes en 15 meses, haciendo suyas las exigencias de la CUP de un plan de emergencia social para salir de la crisis que aún coleaba y poner en marcha el "mandato", en sus palabras, de las elecciones de cuatro meses antes, el 27 se septiembre de 2015, en las que ganó Junts pel Sí. El presidente 130º de Cataluña planteaba soluciones desde su compromiso ideológico soberanista y convergente; dice la prensa local que era un independentista "de piedra labrada", una expresión catalana que más o menos viene a decir que era su sino, que nació para eso.
Puigdemont odia el desorden, así que se planteó claro y ordenado lo que quería y a por ello fue, creciéndose en los discursos y en las actitudes, incluso cuando chocaba con la CUP, que no fueron pocas veces, complicando sensiblemente el mandato. Su "legislatura constituyente" debía durar 18 meses y su meta era desarrollar las estructuras del nuevo Estado por venir.
En paralelo, pilotaba la metamorfosis de su partido, necesaria si ya iban a por todas y, también, para dejar atrás tiempos como los de Pujol, que estaban arrojando más sombras que luces. En julio de 2016, Puigdemont asistió al último congreso de Convergència, en el que se acordó su refundación en un nuevo partido, el Partido Demócrata Europeo Catalán, más conocido por sus siglas PDeCAT, que ahora es una escisión de Junts que se ha quedado fuera del Congreso.
Vino, en pocos meses, esa odisea legitimista que supuso una de las crisis políticas más serias de la historia reciente de España. En diciembre de 2016, convocó el Pacto Nacional por el Referéndum y se avino a intentar pactar el referéndum con el Estado español, sin renunciar a convocarlo en caso de que fuera rechazado. Primer aviso. Finalmente, el 9 de junio de 2017 se presentó la fecha, 1 de octubre, y la pregunta del referéndum: "¿Quiere que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república?".
En septiembre de ese año, el entonces fiscal general del Estado, José Manuel Maza, evocó la posibilidad de detener a Puigdemont por malversación de fondos públicos.. El PP, en el Gobierno entonces, acusó al catalán de haberse "concentrado en un único objetivo: el proceso independentista, el referéndum del 1-O y la declaración de independencia»" mientras que la Generalidad contraía una deuda con sus proveedores de 2000 millones de euros. Son palabras de Enric Millo, que fue delegado del Ejecutivo central en Cataluña.
Hubo 1-O. Hubo consulta, no legal ni vinculante, no pactada con las autoridades nacionales. Según el escrutinio oficial, ese día votaron 2.286.217 personas (una participación del 43% del censo). El 'sí' obtuvo 2.044.038 votos (90,2% del voto válido), por 177.547 del 'no' (7,8%) y 44.913 en blanco (2%). También hubo 19.719 votos nulos. En la sesión plenaria el 10 de octubre, en un gesto para el que Puigdemont se había preparado toda la vida, el president hizo una declaración parcial de independencia, a la espera de una mediación internacional y tras haber tenido el día anterior una entrevista con enviados rusos que le ofrecieron apoyo militar y económico del Gobierno ruso.
El presidente anunció inmediatamente, sin embargo, que la declaración quedaba en suspenso temporal para abrir un periodo de negociación con el Gobierno español. El meme del antes y el después de la reacción de sus simpatizantes en las calles de Barcelona es un clásico desde entonces.
A raíz de estos hechos, el Gobierno central anunció el 21 de octubre su voluntad de aplicar el artículo 155 de la Constitución. El 27 de octubre de 2017, desde la tribuna del Parlament, se procedió a la Declaración unilateral de independencia de Cataluña de 2017 (DUI), al amparo de los resultados del referéndum ilegal del día 1 de octubre y en contra de lo dispuesto en la Constitución española de 1978 y en el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006. Sin embargo, dicho documento (DUI) no se registró en el Parlamento, por lo que carecía de validez jurídica, como así lo reconoció Puigdemont unos días más tarde.
Todo fue muy rápido ya: el Senado aprobó las medidas propuestas por el Ejecutivp de Mariano Rajoy al amparo del 155, entre ellas la destitución de Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat de Cataluña y de todo el Gobierno de Cataluña. Inmediatamente después fue publicado en el Boletín Oficial del Estado. Su suerte estaba echada. El 28 de octubre fue cesado y al día siguiente, cuando todo el mundo se preguntaba dónde estaría, se marchó a Marsella y, de allí, a Bruselas. Puso una foto desde el Palau en sus redes sociales, pero en realidad estaba burlando controles en la parte de atrás de un todoterreno como si fuera un fardo.
La madeja de esa marcha se ha enredado con los años. Puigdemont vive desde entonces en Waterloo, a media hora de Bruselas, con el cargo de eurodiputado desde que se presentó a las elecciones europeas de 2019. Ademas de la malversación, sobre él recaen los cargos de rebelión y sedición, mucho más serios. Los compañeros que estuvieron con él en su aventura independentista, desde su vicepresidente, Oriol Junqueras, a sus consejeros, acabaron en el Tribunal Supremo, sometidos a juicio, y luego en prisión hasta la llegada del indulto del Gobierno de Sánchez.
Puigdemont ha dedicado este tiempo a su labor parlamentaria y a sus conferencias y viajes, que le han traído hasta dos detenciones, una en Alemania en 2018 y otra en Cerdeña, en 2021, arrestos provisionales que se resolvieron a las pocas horas. Porque sobre él pesa una euroorden de arresto, como contra los consejeros que lo acompañaron en su escapada, Antoni Comín (Salud), Lluís Puig (Cultura), Meritxell Serret (Agricultura) y Clara Ponsatí (Educación). Este lunes, Ponsatí ha sido arrestada, tras su reaparición en Barcelona.
Su última batalla ha sido la de la inmunidad, para saber si está o no protegido de la acción de la justicia siendo parlamentario europeo, al menos, hasta las elecciones que se han de celebrar en la primavera que viene. A principios de este mes de julio, el Tribunal General de la Unión Europea tumbó el recurso del expresident y confirmó la decisión del Europarlamento de suspender su protección, despejando el camino a la reactivación de las euroórdenes.
Ahora, 23 días después de esa decisión, Puigdemont tiene otra urgencia sobre la mesa. Se llama elecciones, se llama Gobierno, se llama negociar. Su trayectoria y posicionamiento auguran un proceso desgastante. Sánchez va a por todas y no contempla ni el bloqueo ni la repetición electoral, pero tampoco pasarse la Constitución por los deseos de los independentistas. Queda ver cómo se resuelve la disyuntiva de Junts, que en gran parte dependerá de lo que diga su líder a cientos de kilómetros.