¿Está en peligro nuestra democracia?
Uno de cada cuatro varones jóvenes considera que, “en algunas circunstancias”, el autoritarismo puede ser preferible al sistema democrático. La crispación política y la propagación de bulos suponen una amenaza para nuestro sistema.
Tras décadas de estabilidad democrática, fruto de un consenso político que parece haberse quebrado, el exagerado clima de crispación y la propagación de bulos que distorsionan la realidad comiezan a agrietar la robustez de nuestro sistema actual. ¿Está la democracia en peligro?
Una encuesta del pasado mes de septiembre en El País señalaba que uno de cada cuatro varones (25,9%) de entre 18 y 26 años, los bautizados como generación Z, considera que “en algunas circunstancias”, el autoritarismo puede ser preferible al sistema democrático, mientras que el 18,3% de ellas, casi ocho puntos menos, elegiría una dictadura.
Entre la población general, solo uno de cada ocho (12,6%) se decantaría por un régimen autoritario frente al democrático. Eso sí, el porcentaje es más elevado entre los votantes de formaciones de ultraderecha: un 24% en el electorado de Vox y un 21,3% en el de Se acabó la Fiesta, el partido de Alvise Pérez.
Lo más llamativo de este estudio, en todo caso, es que el 71,9% de la población considera malo o regular el funcionamiento de nuestra democracia. Un dato elevadísimo que evidencia la debilidad de nuestro sistema ante un ciclo de fuertes turbulencias.
Pero España no es una excepción en esta deriva autoritaria. Según una encuesta de Open Society Foundations, más de un tercio de los jóvenes de 18 a 35 años en el mundo están a favor de un régimen militar o de un líder autoritario. Por término medio, alrededor de un tercio de los encuestados no confía en que los políticos trabajen en su interés y aborden las cuestiones que les preocupan. Y buscan soluciones en las denominadas figuras de la antipolíticas, líderes mediáticos que cuestionan el sistema democrático y ofrecen soluciones sencillas a problemáticas muy complejas. Populismo puro y duro.
Pero, ¿por qué se ha disparado este auge de la antipolítica y, sobre todo, hay una mayor fascinación por la ideología de ultraderecha? Nicolás Sesma, profesor titular de Historia de España en la Universidad Grenoble Alpes, cree que se debe a la incertidumbre de la población ante el futuro. "Hay una cierta sensación de decadencia a nivel europeo, deslocalización de empleos industriales, falta de consenso a la hora de abordar el desafío climático y también cierta reacción adversa al avance del feminismo, especialmente entre una población joven masculina que se siente desatendida", resume el historiador.
Además, en el caso concreto de España, Sesma añade problemas como el aumento del coste de la vida, la inmigración y una cierta recuperación de un discurso nacionalista que está consiguiendo una fuerte vinculación emocional en algunos grupos de la sociedad. "Pero la situación actual tiene más que ver con la cuestión socieconómica del presente que con algo relativo a la memoria del pasado", aclara.
En una tragedia tan descomunal como la de la DANA, que dejó más de 220 fallecidos el pasado 29 de octubre, los estímulos de esa antipolítica se hicieron presentes en la popularización de un lema como "Sólo el pueblo salva al pueblo", que en este caso fue transversal - enarbolado tanto por la izquierda como por la derecha - y que denotó una profunda falta de confianza en las instituciones. "Yo confío más en las instituciones que en una supuesta espontaneidad popular, que tiene que ser organizada. Hay que confiar en la gente que sabe hacer estas gestiones y que consiguen que este país funcione de manera correcta", añade Sesma.
Pese a todo, el historiador advierte de que este reciente discurso de la desafección puede poner en riesgo las instituciones democráticas. "La memoria podría jugar un papel relevante a favor de la democracia ante estos peligros. El problema es que tenemos un profundo desconocimiento de nuestra propia historia", explica.
Una opinión que también comparte su 'colega' Eduardo Manzano, profesor de investigación en el Instituto de Historia del CSIC. "Pensamos que las democracias avanzadas han existido desde siempre, cuando son muy recientes. Yo creo que estamos en un momento en el que da la impresión en el que la distinción de poderes legislativo, judicial y ejecutivo empieza a diluirse. Por eso es tan peligroso el uso del poder judicial como herramienta política. Y es un tema que se nos puede a ir de las manos rápidamente", asegura Manzano. Para él, la preservación de la separación de poderes "debería ser uno de los dogmas democráticos" y "se está empezando a diluir".
Otro de los puntos que favorece ese auge de la antipolítica residiría en la crisis de los medios de comunicación, que favorecerían la "política-espectáculo". "Se pierden en cuestiones que no son las sustantivas, sólo buscan la repercusión fácil", explica Manzano. "La responsabilidad de los medios en este asunto es grande, ya que tienden a pensar que con un titular sensacionalista, ya sea por indignación o curiosidad, se atrae a más público lector. El problema es que una vez comienza a rodar esa bola ya es difícil de parar", añade Sesma.
Pese a la actual crisis, ambos historiadores confían en que las instituciones y los soportes democráticas resistan a esta corriente de la antipolítica. "El gran reto que tienen nuestras democracias es cómo pueden adaptarse a unas sociedad diversas. Siempre se dice que los inmigrantes tienen que integrarse, pero también la democracia debe ser capaz de cambiar y evolucionar. Es verdad que hay mucha gente que vota a la ultraderecha que no quiere que nadie cambie. Pero es un cambio necesario porque, si no, las diferencias entre la población cada vez serán mayores y eso supone un peligro evidente y claro para la democracia", concluye Manzano.