Contra el turismo: España se cansa del sol como reclamo y pide regular las visitas
Cada vez son más las movilizaciones contra la masificación turística en los principales destinos españoles, como Canarias, Baleares, Galicia, etc.
Pasó hace unos días en O Hío, en el municipio gallego de Cangas do Morrazo. Varios vecinos se organizaron para cruzar sin descanso los pasos de peatones de la parroquia para evitar el avance de más vehículos a sus playas. Es la forma que estos habitantes han encontrado para entonar una queja que se extiende por todos los pueblos, barrios y ciudades del país. España no puede más. Los efectos colaterales del turismo masivo son ya un exceso y los residentes se han cansado de ser la diana de un reclamo que apenas ha variado en décadas: ven, que aquí hay sol.
En un año en el que las movilizaciones no cesan, España se aproxima a un nuevo récord de visitantes. Ya lo hizo en 2023, con 85,1 millones de llegadas, un número que con toda probabilidad se supere en 2024, pudiendo alcanzar los 95 millones. Y no solo eso. Según un informe de Google y Deloitte que ha recogido El País, España será en 2040 el principal destino turístico del mundo, con 110 millones de llegadas, por delante de Francia y Estados Unidos.
Es lo que Eugenio Reyes, portavoz de Ben Magec – Ecologistas en Acción en Canarias, define como “la colonización de los territorios”. El turismo de hoy en día, explica, ya no está interesado por la cultura del lugar que se visita. En el caso de las Islas en las que habita, donde comenzaron las principales manifestaciones, no acuden por la cultura que ofrecen, sino “para tomarse la cerveza alemana pero aquí”.
Para Reyes, “el modelo turístico está en decadencia”, ha fracasado, saturando ya todos los recursos naturales. "El problema es que “la unidad del consumo es el propio consumidor por lo que cada vez se necesita más gente para obtener beneficio”, señala: “No hay diversificación económica”. Y esta problemática se ha complicado con el paso de los años. Según relata el portavoz de Ecologistas en Acción, “estamos en la era del turismo urbano, el turismo Airbnb, en el que hemos pasado del turismo hotelero al turismo de apartamento, que impacta de manera directa en las condiciones de vida de los barrios, de las ciudades, además de ser un fraude”. Un fraude porque los beneficios económicos que dejan en los municipios son cada vez más escasos.
El ciclo es enrevesado, pero fácil de entender. El turismo urbano hace que se multipliquen las viviendas en los centros de las ciudades destinados al alquiler temporal. Esto hace que cada vez haya menos pisos dirigidos a la vivienda habitual. Si hay menos pisos, los precios del alquiler se disparan, lo que imposibilita todavía más la residencia. Y si en las ciudades vive menos gente, los comercios de barrio comienzan a perder clientes y, al final, se ven abocados al cierre.
En YouGov han realizado recientemente una encuesta sobre el impacto del turismo en la población residente. Aunque el estudio recoge que la mayor parte de los españoles “tiene una actitud positiva hacia los turistas que pasean por sus ciudades o pueblos”, también atestigua que “hay un cierto segmento de población local que está saturada por el turismo, algo que viene a confirmar lo que está apareciendo en noticias en los últimos meses”. De hecho, si en general la actitud negativa hacia el turista es de un 6%, el dato se dispara en las grandes capitales hasta el 12%.
Sin embargo, que la actitud no sea negativa hacia el turista no significa que no se perciba el turismo como un problema. Según la encuesta, existe la sensación “de que la llegada de turistas es un problema creciente”. Un dilema que, de nuevo, “se hace más notorio en las grandes capitales”. “Casi la mitad de la población de las grandes metrópolis españolas (un 48%) ve al turismo como un problema creciente en su ciudad”, señala el informe. Los cambios que trae el turismo son, para estos habitantes, “en su mayoría negativos, sobre todo relacionados con el incremento del coste de vida”: aumento del coste de la vivienda, del ruido nocturno, de la suciedad, la gentrificación... Sí observan, no obstante, que gracias al turismo puede haber “más empleo y mejora de infraestructuras”. ¿Pero sirve?
Los vecinos de la parroquia de O Hío comentaron tras su protesta que no es que estén en contra del turismo, sino del incivismo. La saturación de vehículos en sus playas provoca que los turistas terminen aparcando fuera de las zonas destinadas para ello, llegando a bloquear las pequeñas vías de circulación e incluso las entradas a sus negocios y casas. Se obstaculiza hasta la entrada y salida de servicios de emergencia. La presidenta de la asociación de vecinos de Pinténs lo explicaba en La Voz de Galicia: “No es turismofobia, es el derecho de los vecinos a vivir en paz, es proteger el entorno natural de O Hío y nuestra seguridad e integridad física”.
Esto es justo lo que explica Eugenio Reyes cuando se le pregunta cuál es la alternativa a este modelo. El portavoz de Ben Magec, que anuncia movilizaciones a nivel mundial contra la masificación turística para otoño, habla de “limitar el riesgo”. “Decir que hay que limitar el riesgo ambiental, la ocupación territorial, entra dentro de la lógica”, comenta: “Lo único que debemos hacer es saber hasta dónde podemos llegar. No es ningún disparate. El disparate es pensar que podemos crecer hasta el infinito en un país finito. La consigna han de ser los límites, que son gestionables y además ofrecen una oportunidad. Si no se ponen límites, no se está definiendo el valor ambiental”.
Reyes pone como ejemplo un comercio de alimentación. “Si yo solo vendo yogures, un yogur por cliente, pues tendré que traer más y más clientes, pero si vendo yogures y helado, haré más caja, ¿no?”, pregunta para comparar con lo que sucede en Canarias y otros muchos lugares de España: “Si solo vendo sol por metro cuadrado...”.
Pero el remedio a este asunto no preocupa solo a las grandes ciudades o principales destinos de España. Todas las metas turísticas del mundo están en la misma situación, y hasta ahora, nadie sabe cómo poner límites. Ni siquiera las tasas turísticas parecen estar funcionando. ¡Hasta Nepal ha tenido que establecer restricciones! Tras hacerse famosas las fotos de colas de turistas esperando alcanzar la cima del Everest, que además cada verano terminaba convertido en una suerte de vertedero, el país ha tenido que tomar medidas. Y lo ha hecho porque se lo ha obligado su Tribunal Supremo, desde el que se pidió al Ejecutivo que limitara el número de permisos que concede para escalar el pico más alto del mundo. Permisos, por cierto, que cuestan 11.000 euros.
La respuesta a cómo frenar una masificación que ya agota los recursos sigue abierta y acude casi hasta la condición humana. El sociólogo francés Rodolphe Christin lleva años alertando de los inconvenientes de la masificación turística. Su último libro, Contra el turismo (Ed. El Salmón), trata de explicar qué ha pasado para que hayamos llegado a este punto y busca hacer reflexionar al lector para que imagine nuevos modos de desplazamiento que pongan fin al turismo tal y como lo conocemos. Un turismo que retome “el imaginario mochilero” y abandone la idea del “circuito banalizado y organizado”. Un volver a viajar como lo hizo Jack Kerouac.
Su libro En el camino, donde relató su evasión por Estados Unidos sin preocuparse no conocer demasiado bien el destino, se utiliza ahora como guía turística para imitar de manera exacta sus movimientos. Pobre Kerouac.