Así funciona la ley electoral o por qué el enemigo nº1 de Podemos y Sumar es la división
El reparto de escaños por provincias, regido por el método D'Hondt, condicionan la representación de las formaciones, especialmente las que tienen una ideología similar pero que concurren por separado.
Queda menos de un mes para el inicio de la campaña electoral de las elecciones generales convocadas por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y los partidos ya tienen su maquinaria a pleno rendimiento. Tras la victoria del Partido Popular y Vox en las autonómicas y municipales del 28 de mayo, el jefe del Ejecutivo apretó el acelerador.
Los populares de Alberto Núñez Feijóo apenas pudieron celebrar su triunfo, pero la convocatoria no solo pilló con el pie cambiado al PP, que tendrá que lidiar en plena campaña con la presión de Vox, que exige iniciar ya las negociaciones para formar los Gobiernos en aquellos territorios donde son fundamentales.
También pilló por sorpresa a una izquierda marcada por la debacle de Podemos, que se quedó fuera de los parlamentos autonómicos de Canarias, Comunidad de Madrid y Valencia. Mejor suerte, aunque con ligeros retrocesos, tuvieron Compromìs en la Comunidad Valenciana o Más Madrid en su región.
Según algunas encuestas y artículos de prensa, solo la unión de todas estas formaciones y otra decena de ellas entre las que están En Comú Podem, Equo, Alianza Verde, Izquierda Unida, Chunta, Més Mallorca o Iniciativa del Pueblo Andaluz bajo el paraguas de Sumar, la plataforma política de la actual ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, impediría que la suma de PP y Vox alcanzara la mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados.
Pero, ¿por qué? La respuesta se encuentra en la ley electoral española y su sistema de representación parlamentaria.
Las circunscripciones electorales
Ningún ciudadano votará el 23 de julio para hacer presidente a Pedro Sánchez... Ni a Alberto Núñez Feijóo. Literalmente. España no es una monarquía presidencialista, sino parlamentaria, no hay elección directa. En los comicios se dirime la formación del Parlamento y el Senado, y será la mayoría de diputados electos del primero la que determine quién será el próximo inquilino o inquilina de La Moncloa.
Sánchez y Feijóo podrán encabezar las listas de las candidaturas provinciales de Madrid, que es la que más diputados elige, y ahí radica la primera de las claves: las circunscripciones electorales. Cada provincia elige un número variable de diputados en función de su población. O lo que es lo mismo, un voto no vale lo mismo en Madrid que en Soria.
Los representantes que elige cada provincia pueden variar de una cita electoral a otra según su evolución demográfica, y quedan reflejados en la propia convocatoria electoral del Boletín Oficial del Estado.
Al mismo tiempo, en las elecciones generales existe un límite mínimo de porcentaje de voto que las candidaturas deben conseguir para ser tenidas en cuenta en el reparto de escaños. Si en las elecciones autonómicas esa cifra variaba según las diferentes comunidades, que iban entre el 3% de, por ejemplo, Aragón y el 5% de la Comunidad Valenciana, en el caso de los comicios parlamentarios se fija en el 3%, según el Ministerio del Interior.
El reparto de escaños y la división del voto
Si el "que gobierne la lista más votada" o los debates electorales y los cara a cara son los mantras típicos que saltan a la palestra cada vez que se acercan unas elecciones, la ley electoral no se queda atrás. La norma ha sido históricamente criticada por los partidos minoritarios de ámbito nacional en el Congreso, ya que a pesar de obtener un gran número de votos apenas se traducían en unos pocos representantes.
Uno de los ejemplos más palmarios fue Izquierda Unida. Cuando la marca de izquierdas se presentó a las elecciones liderada por Alberto Garzón en 2015 bajo la marca de Unidad Popular, con casi un millón de votos (963.105) apenas obtuvo dos diputados. Esto se debió, en buena medida a la ley electoral que rige en España, que se basa en el método D'Hondt.
¿Cómo funciona? Las candidaturas que superan el 3% de los votos en una circunscripción que reparte, por ejemplo, cinco diputados, deben dividir el número de papeletas que hayan recibido cinco veces, y de todas las cifras resultantes de las divisiones de cada candidatura, las cinco más altas se llevan representación. Se ejemplifica en la siguiente tabla.
Este sistema hace que en las circunscripciones pequeñas los diputados se concentren mayoritariamente entre aquellos partidos que más votos hayan obtenido, dejando poca posibilidad a los demás aun cuando hayan cosechado un buen número de papeletas. Por esa misma razón, la división entre formaciones penaliza. En este supuesto, los partidos A y B se llevarían tres y dos diputados respectivamente.
Tomando como referencia la tabla anterior, supongamos que los partidos C, D y E tuvieran una ideología similar y sus líderes optaran por llegar a un acuerdo de confluencia. De esa manera, y suponiendo que sus votantes abrazaran el pacto, pasarían de no tener representación a ser llave de la circunscripción. A y B se llevarían dos cada uno, pero el tercero recaería en la coalición de CDE.
Esta dificultad para conseguir representación debido al método D'Hondt se diluye conforme crece el número de diputados que se reparten en las provincias. De hecho, Unidad Popular obtuvo sus dos únicos escaños de 2015 en Madrid, donde cosechó 189.237 votos, apenas el 19,6% del total. El resto se perdieron como lágrimas en la lluvia.
Para entenderlo mejor, a continuación se presenta el ejemplo anterior con los mismos partidos pero en una circunscripción más grande, con más votantes y ocho diputados a repartir.
En este último ejemplo, la unión de los tres partidos no solamente lo convierte en decisivo a la hora de decidir el equilibrio de fuerzas de la circunscripción, sino que también lo catapulta a la segunda posición, lo que en política también se traduce en una posición reputacional de fuerza a la hora de negociar posibles pactos de Gobierno.
A pesar de todo esto, más allá de la ley electoral y de posibles confluencias entre distintas fuerzas, muchas veces se recuerda desde el campo de la demoscopia que en política 1+1 no siempre suman dos. La formación de alianzas no siempre se traduce en un aumento del voto y representatividad. Eso depende de la capacidad de los líderes para convencer a sus militantes y simpatizantes en la idoneidad de esa unión y que haya voluntad entre las partes.
Los resultados de 2015 no llegaron a ningún puerto, nadie consiguió resultar investido y hubo que repetir los comicios en junio del año siguiente. Unidad Popular finalmente llegó a un acuerdo con Podemos para confluir e ir juntos a las elecciones como Unidos Podemos. En 2015, los resultados de ambas sumaban 6.112.438 votos por separado, en 2016 fueron 5.049.734, más o menos los mismo que sacó Podemos el año anterior.
En aquel momento las negociaciones se alargaron durante meses y se especuló con que a la izquierda le podría haber afectado el hastío por haber tenido que llegar a repetir las elecciones. A Podemos y a Sumar les ha costado ponerse de acuerdo, aunque todavía podrían quedar días de negociaciones debido a las discrepancias en las listas. Por ahora deja vu, el 23J se verá si los votantes rompen el maleficio de 2016.