¿Estamos condenados al bipartidismo?
"La saturación y el hartazgo por la acumulación de escándalos deja paso a una desconexión de la ciudadanía. A la gente le acaban resbalando las noticias", sentencia uno de los escasos diputados con intelecto desarrollado .
La sobredosis de corrupción del Gürtel y Bárcenas, del PSOE en Ponferrada, del caso Campeón y Pepe Blanco, la guerra Génova-Moncloa... Esos asuntos que a muchos nos asquean, no son necesariamente perjudiciales para el PP y el PSOE: "La saturación y el hartazgo por la acumulación de escándalos deja paso a una desconexión de la ciudadanía. A la gente le acaban resbalando las noticias", sentencia uno de los escasos diputados con intelecto desarrollado a los que hemos buscado para dilucidar si estamos asistiendo en vivo y en directo al fin del bipartidismo. Vamos, que a los grandes partidos hasta les puede beneficiar la desmotivación ciudadana. El absentismo les sale rentable, por ahora.
Algo de razón tienen. Porque cada día resulta más complicado -al menos a estas dos periodistas- despertar el interés de los lectores sobre los políticos, aunque son ellos quienes deciden sobre nuestro presente y futuro. El CIS no deja de evidenciar el desgaste brutal de las dos grandes formaciones y el crecimiento de IU y UPyD, los otros partidos de ámbito estatal, porque tampoco existe otra formación nacional a la que agarrarse. Pero, ¿estas tendencias suponen el fin del sistema bipartidista, de la alternancia en el poder de PP y PSOE? Hemos charlado con cabezas amuebladas como las de Carlos Aragonés, el fontanero más reputado de la derecha, José Enrique Serrano, fontanero mayor del PSOE -con Felipe y con Zapatero-, Gabriel Elorriaga, cerebro del PP reconocido por amigos y enemigos, Olabarría, sabio de consenso del PNV y Joan Coscubiela, el último en llegar al Parlamento, capaz de armar un discurso alternativo que ya se verá si es descabellado o no, como le acusa el establishment.
Ante el desgaste de los partidos de siempre, la preocupación de la gente por a quién votar en las próximas elecciones es ya un hecho constatable en cualquier conversación. Hay interés en la calle por detectar otras fuerzas políticas en las que confíar, y en las redes sociales circulan nombres como Jordi Évole o el Gran Wyoming entre los que buscan al Beppe Grillo patrio. "El sistema electoral de este país no permite que ocurra lo que ha sucedido en Italia. El tema aquí es hasta dónde podría llegar a bajar la segunda fuerza, que es lo que fragmentaría más la cámara. Al final, funciona la conciencia de voto útil. El aumento del absentismo sirve para análisis sesudos, pero para poco más", comenta Elorriaga, quizá aclarando ideas a quienes piensan que el triunfo del absentismo es un castigo electoral. No lo es. En las últimas elecciones generales la abstención fue del 29%, dos puntos superior a los anteriores comicios y con el sistema electoral español, favorece a las fuerzas grandes de ámbito estatal. Pero ese 29% todavía deja margen para algunos. "EEUU lleva un siglo funcionando con un 50%, más o menos, de absentismo. Seguirá existiendo el bipartidismo, quizá no con los mismos partidos. Este es un país razonable, como ha demostrado desde el año 76 y superará el momento", advierte Aragonés, quien no duda de que el absentismo sea uno de los protagonistas de las próximas elecciones si no surgen nuevos partidos en estos tres años que faltan para las próximas generales.
Tampoco a que entren nuevos actores en juego le temen en los partidos mayoritarios, pues consideran que no tendrán tiempo para ganarse el voto. Aun poniéndose en el peor de los escenarios, siguen convencidos de que por muchos escaños que pierdan seguirán controlando el Congreso, pues los minoritarios y los nacionalistas no acaban de conectar con las demandas de los ciudadanos, ya que la falta de confianza también les afecta a ellos. Los casos de corrupción que tocan a CiU desgastan y mucho, por no hablar de Navarra y los consejos cobrados por la presidenta Bárcenas y su antecesor de la caja de ahorros. "Es evidente que aquí hay dos partidos que se alternan en el poder desde hace 35 años. Y ahora están pasando por una época de debilidad, por la gestión de la crisis económica y por problemas internos. Esto es un caldo de cultivo para partidos como UPyD o IU, pero las encuestas siempre están infladas. Luego, a la hora de la verdad esa intención de voto baja. Todavía quedan dos años y medio, y el PP no va a adelantar las elecciones", reflexiona Serrano.
Ni tan siquiera Coscubiela, siendo realista y a pesar de no ser parte interesada en su mantenimiento, ve factible el fin del bipartidismo: "El régimen generado en la transición, con todas sus grandes virtudes, está hoy agotado. Y eso hace que la democracia esté también agotada. Aquí funciona un bipartidismo con muleta, que es CiU. Está claro que es el momento de la regeneración, que habría que desarrollar en tres ejes: socioeconómico, político y social. El tema ya no se dilucida en el ámbito electoral, porque hay una situación de colapso del régimen de convivencia. Hay átomos sueltos, pero no existe un espacio en el que sea posible aglutinarlos. Ahora mismo no veo ninguna fuerza suficiente para hacer saltar esto. Sería necesario encontrar puntos comunes entre organizaciones y formaciones para poder promover un cambio".
Sobre los átomos sueltos a los que es imposible aglutinar piensa también Emilio Olabarría, sólo que él los enumera. Opina que "esas instituciones ciudadanas que están la calle, como la Plataforma Antidesahucios, los herederos del 15-M, el grupo dañado por las preferentes debían de estar imbricadas junto a los partidos políticos en la reforma de la Ley Electoral". Quizá es a Olabarría a quien menos cogemos por sorpresa al preguntarle sobre la condena nacional al bipartidismo. Entre otras cosas porque además de ser portavoz del PNV en la Comisión Constitucional es miembro -pero activo- de la subcomisión de la Comisión Constitucional encargada de revisar la Ley Orgánica del Régimen Electoral General. Juramos que este es el nombre oficial con el que se denomina al grupo de señorías que, en teoría, deberían pensar en cómo abordar ese cambio. Decimos en teoría porque no parece que los dos partidos mayoritarios tengan prisas.
Tengan o no apetencias de cambios, a Olabarría le da igual ante las circunstancias que enumera. "El descrédito de la clase política y el retraso -sorprendente, pero se retrasa- de la Ley de Transparencia, además de datos como que haya 720 políticos imputados -según la memoria de la Fiscalia General del Estado- y la retahíla de nombres de casos de corrupción -algunos, por cierto, hasta imaginativos- produce náusea y nos debería hacer abordar este asunto. Antes incluso de que nos venga impuesto desde la ciudadanía, desde fuera", comenta el político peneuvista. No niega que barre para casa cuando aboga por una Ley Electoral que no solamente permita aflorar a los nuevos partidos estatales emergentes -IU y UPyD de momento-, sino que no vaya en detrimento de los nacionalistas y deje crecer a los periféricos o regionalistas "además de lograr un consenso entre todos para llegar a esos grupos sociales de ciudadanos que se mueven. No son grupos homogéneos, y habría problemas para encontrar un interlocutor entre todos ellos, pero deberíamos buscar la fórmula para que tengan representación en la nueva ley", reflexiona el jurista, quien ante el comentario escéptico de que nunca los dos grandes partidos se van a prestar a esa reforma, responde contundente: "La situación nos está desbordando, hay otra realidad ahí afuera y tenemos que pensar en el Estado del siglo XXI o la desafección ciudadana puede llegar a transformarse en una desligitimación de las instituciones y dañar profundamente la democracia".