Un ataque de EEUU a Siria nos devuelve a la era del vaquero temerario
Si el objetivo es defender las normas internacionales, ¿cómo se puede justificar un ataque autorizado únicamente por Estados Unidos y dos aliados incondicionales? Si se trata de derecho internacional, ¿cómo puede uno adelantarse a que los inspectores de la ONU terminen su trabajo y emitan un informe?
Solo un cínico podría asimilar la imagen de un niño envuelto en una bolsa para cadáveres en las afueras de Damasco tras un aparente ataque con armas químicas y no sentir la necesidad de ver a los responsables de tanta maldad castigados.
Solo alguien muy inocente podría contemplar un mundo en el que un dictador tan brutal pueda usar este tipo de armas sin consecuencias y sentirse seguro.
Aún así, solo alguien que no haya aprendido de las trágicas lecciones de los últimos 12 años puede consentir que la Administración Obama emplee sus propias armas letales contra Siria sin la autoridad del Consejo de Seguridad de la ONU y sin la participación activa de una coalición internacional. (Y no, el apoyo de Francia y Australia no es suficiente.)
Solo aquellos que han olvidado cómo se metieron EEUU y sus aliados en una guerra catastrófica en Irak pueden estar a favor de una confrontación militar con Siria sin información clara y creíble que confirme el uso de armas químicas por parte del Gobierno de Bachar al-Assad, y sin un plan acordado previamente que prevea las posibles consecuencias.
Sí, el conflicto de Siria y la desventura iraquí de hace una década son circunstancias distintas, como han subrayado mucho expertos. Irak no estaba de ninguna forma involucrada en el incidente que -al menos públicamente- provocó la guerra, los ataques del 11 de septiembre de Osama Bin Laden y sus compañeros terroristas de Al Qaeda.
Mientras que el caso de las armas de destrucción masiva de Irak fue un invento desde el principio, la probabilidad de que el Gobierno de al-Assad sea responsable del ataque con armas químicas en los suburbios de Damasco parece bastante más plausible.
Y mientras que George W. Bush claramente se propuso poner en marcha una amplia campaña militar contra los enemigos tras el 11-S, el presidente Obama no podría ser más reacio a emprender la batalla que tiene delante. Se hizo un nombre como la persona que se oponía a la guerra de Irak desde el principio. Finalmente ha trazado un plan de retirada del desastre de Afganistán.
Pero en un aspecto crucial, el ataque a Siria hace pensar en la campaña malograda en Irak - se socavaría lo mismo que pretende defender: las leyes internacionales y un supuesto código de decencia.
Si dejamos de un lado todo aquello de difundir la libertad y la democracia que acompañaron los movimientos contra Irak y volvemos al relato que vendió la campaña - la falsa información que el entonces secretario de Estado, Colin Powell, compartió con las Naciones Unidas para obtener su bendición para la guerra: Irak era una amenaza para la comunidad internacional. Su misma existencia planteaba la posibilidad de nubes con forma de hongo, como la asesora de seguridad nacional de Bush, Condoleeza Rice, auguró.
Aquello fue una tontería, algo de lo que no merece más la pena volver a hablar. Sadam no tenía armas de destrucción masiva. Incluso si las hubiese tenido, si las hubiese empleado contra Estados Unidos o un aliado en la región eso habría sido un suicidio - el tipo de decisión de sentido común básico que había permitido a Sadam perdurar durante décadas.
Y aquí está ahora Obama, declarando en una entrevista televisiva con PBS que parte de la razón por la que los estadounidenses deben temer a Siria es porque: "Las armas químicas, que pueden tener efectos devastadores, podrían dirigirse hacia nosotros".
Asumamos generosamente que esto no es más que lamentable retórica, el alarmismo habitual empleado por un comandante en jefe que necesita preparar a una audiencia que duda de que un ataque militar es inevitable por el interés nacional. El conversación del realpolitik dice que el ataque tiene dos objetivos: dejar claro que los dictámenes americanos deben ser tomados en serio -en este caso, la delimitación de Obama de una línea roja sobre el uso de armas químicas- y reforzar un acuerdo internacional que no permita superar los límites de lo aceptable.
Ambos supuestos no serán cumplidos con un ataque contra Siria en ausencia de la aprobación y el apoyo activo de otros actores en todo el mundo, y no menos importante, de Naciones Unidas.
David Ignatius escribe sobre la primera de estas dos cuestiones en una columna en el Washington Post: "¿Cómo quedará el mundo cuando la gente empiece a dudar de la credibilidad del poder de EEUU? Lamentablemente, lo estamos viendo en Siria y en otras naciones donde los líderes han concluido que pueden desafiar a unos Estados Unidos cansados de la guerra sin tener que pagar por ello".
Pero esa es una idea que necesita una actualización urgentemente.
En gran parte del mundo, los gobiernos y los pueblos fundamentalmente inclinados a retar a Estados Unidos han pasado gran parte de la última década asaltados por realidades que desafían esas inclinaciones. Y esto no es de ayuda para los intereses de Estados Unidos o de las empresas multinacionales. Un país que se autoproclama policía mundial percibido como moralmente depravado, hipócrita y desdeñoso con las leyes que se supone debe cumplir no le hace ningún favor a la estabilidad o la seguridad, por no hablar de aspiraciones mucho más nobles como la justicia y el progreso en asuntos como el cambio climático.
Comencemos con la mal concebida y mal ejecutada ocupación durante la posguerra de Irak y la tortura de los combatientes en prisiones militares estadounidenses. Consideremos el secuestro por las autoridades estadounidenses de presuntos militantes en las calles de varias ciudades, y la detención de personas en las celdas de Guantánamo, una herida abierta en la imagen de América como autoridad moral. Contemplemos los ataques aéreos con drones emprendidos por una superpotencia contra aldeanos atrapados en lugares que constituyen una guerra global nominal contra el terror.
No se trata de realidades que se olvidan simplemente con los ataques militares en Siria. No puedes tener prisiones donde se tortura un día y al día siguiente ordenar ataques con misiles como una lección moral sin ser visto como deshonesto ante las naciones en cuyo nombre actúas. Necesitas una coalición, el apoyo de la ONU. Y si no consigues eso, pasar a la acción puede ser peor que no hacer nada.
Barack Obama seguramente debe entender esto mejor que nadie. En casa, su presidencia basa su existencia en la repulsa de América sobre las acciones parroquiales, basadas en la fe y no en los hechos, de su predecesor. En el resto del mundo, su postura como autoridad moral -¡el premio Nobel de la Paz!- trajo una profunda sensación de alivio tras el vaquero temerario que ocupó la Casa Blanca antes que él, y que por fin había sido reemplazado por una persona sofisticada, reflexiva, con experiencia y respeto por otras culturas y con valores internacionales.
El estándar para la legitimidad del ataque a Siria debe ser muy alto -lo suficientemente alto como para requerir un motivo claro y objetivo, y un plan de acción compartido y demostrable entre una multitud de actores globales. Pero la ONU está perdida. La Liga Árabe ha desaparecido. Incluso Gran Bretaña está ahora en el banquillo. Es justo tratar de presionar a estos poderes para ir junto a ellos. Puede ser imprescindible. Pero no conseguir ese apoyo no constituye una justificación para ir casi solo.
Si el objetivo es defender las normas internacionales, ¿cómo se puede justificar un ataque autorizado únicamente por Estados Unidos y dos aliados incondicionales?
Si se trata de derecho internacional, ¿cómo puede uno adelantarse a que los inspectores de la ONU terminen su trabajo y emitan un informe?
Si esto es sobre la justicia, ¿no hay lugar para un proceso correcto y para el análisis crítico de la información antes de emplear un poder letal?
Y no nos dejemos engañar con el esfuerzo concertado de la retórica de la Administración Obama que trata de rebajar lo que realmente está haciendo. Oímos hablar de ataques limitados, procedimientos quirúrgicos específicos, y es como fuesen a llegar a Siria robots que vayan a evitar a todas las personas, y atacar únicamente las instalaciones militares del régimen de Assad.
Lo que se está preparando - según la mayoría de las informaciones- son dos días de bombardeo de instalaciones sirias con misiles de crucero lanzados desde destructores estadounidenses, y esto es un acto de guerra. Podría llegar a ser un acto justificado de guerra, siempre que se cuente con el apoyo de una comunidad internacional y se base en información creíble. Pero esto es una guerra.
La guerra, debería ser evidente, es un ejercicio arriesgado impredecible. Disparas misiles a otro país y la gente se muere. Si hemos aprendido algo en la última década es que las campañas militares tienen consecuencias no deseadas. Podríamos provocar un ataque contra Israel desde Irán. Podríamos incitar a la violencia imprevista del régimen de Assad. Y cuando una de esas cosas suceda y un nuevo infierno se desate, más valdría que el liderazgo moral capaz de apelar a las normas internacionales cuente con el apoyo de más de un par de aliados.
Para Barack Obama este mal vendida y peor definida intervención en otro conflicto en Oriente Próximo presenta graves riesgos: podría terminar representando el tipo de poder de Estados Unidos definido por su predecesor, el dispara primero y piensa después que para lo único que ha servido es para recrutar a más militantes islamistas.