Ruido o diálogo, he ahí la cuestión

Ruido o diálogo, he ahí la cuestión

Sinceramente, no confío en los partidos monolíticos y férreamente adheridos al líder, ante quien nadie osa disentir u opinar. No confío en las organizaciones que amenazan con la expulsión a quien se mueva en la foto. Recelo de esos modelos piramidales en los que no se oye una palabra más alta que otra, en los que todos parecen demasiado sumisos o donde se desfila ordenadamente ante los medios a golpe de argumentario.

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Foto: EFE

Pensar es la gran capacidad que nos distingue de los animales. Y hacerlo libremente nos puede hacer llegar a conclusiones distintas y a alcanzar puntos de vista diferentes. Lo que cuesta digerir es el hecho de que pensar diferente te convierta en enemigo de quien no piensa como tú.

Hay una semilla cainita instalada en nuestra convivencia que nos divide constantemente en bandos y contrabandos, y que parece empujar-nos a destruir la escucha y el consenso. Y esta es precisamente la ceremonia a la que estamos asistiendo estos días previos al congreso de Po-demos, en el que la diferencia de criterios se interpreta más como arma de guerra que como herramienta de construcción de un discurso nuevo.

Pensar distinto no debería convertirnos automáticamente en personas non gratas. La diferencia y la diversidad ideológica enriquece a los partidos y éstos deben estar abiertos a que en su seno se produzcan diferencias, sin que ello suponga concluir que su fin se acerca o que se estén autofagocitando en medio de una ceremonia caníbal.

¿Alguien cree de verdad que es posible la unanimidad permanente en lo que toca a un proyecto político? ¿Alguien cree de verdad que es posible construir un partido sin que se produzcan movimientos internos, discusiones y debates? Un partido sin ningún tipo de convulsión ni controversia a mí me despertaría recelos y mucha desconfianza.

Cuando la discusión sosegada deriva en acritud malencarada, se dificulta el avance, a la vez que se proporciona material al adversario para ponerte en evidencia.

Sinceramente, no confío en los partidos monolíticos y férreamente adheridos al líder, ante quien nadie osa disentir u opinar. No confío en las organizaciones que amenazan con la expulsión a quien se mueva en la foto. Recelo de esos modelos piramidales en los que no se oye una palabra más alta que otra, en los que todos parecen demasiado sumisos o donde se desfila ordenadamente ante los medios a golpe de argumentario.

Los partidos y sus militantes necesitan fraguarse e ir avanzando sostenidamente, escuchando las distintas voces, dando pasos y afianzándose sin recurrir a la censura previa.

Podemos es un partido joven, con una trayectoria fulgurante que ha conseguido convertirse en la gran esperanza de los desfavorecidos y los más perjudicados por la dureza de esta crisis interminable. En muy poco tiempo se ha ido haciendo y construyendo a salto de mata, y donde digo mata léase elecciones, y quizá haya llegado el momento de pararse y re-flexionar, de tomarse un respiro y dejar espacio para el debate necesario. Hay que cimentarse, discutir lo que haga falta, tomar aire y seguir andan-do.

Cuando la discusión sosegada deriva en acritud malencarada, se dificulta el avance, a la vez que se proporciona material al adversario para ponerte en evidencia y plantear dudas sobre tus capacidades para el diálogo.

Quienes ocupan los puestos de mayor responsabilidad y visibilidad en Podemos deben ser conscientes de la importancia de transmitir una imagen de unidad y aprovechar la riqueza ideológica que atesora la organización en su diversidad, para conjurar los fantasmas de la guerra abierta.

Deben ser también conscientes de la responsabilidad histórica que se ha alcanzado al ser un partido respaldado en las últimas elecciones por más de cinco millones de votos. Y del mismo modo, cada militante, cada simpatizante debe colaborar en la creación de ese clima de responsabilidad y respeto.

Prescindiendo del ruido mediático que se ha levantado estos días alrededor de la polémica, acudamos a Vistalegre con la mirada puesta en el futuro y alejémosla de nuestro ombligo.

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