Uno de los nuestros
Nuestra capacidad de razonar, no digo ya de discernir, queda reducida a menos cero y vamos dando palos hacia todo lo que se mueva, todo lo que no lleve nuestra misma ropa, que no sea de nuestra misma piel, que no tenga el olor profundo de nuestro sudor. Nada, fuera de eso, existe, o debe existir.
No va sólo de cine, de películas de aquí o allá. No me digan que no saben a lo que me refiero. Sí, por favor, aquello de -por ejemplo- cuando su niño le ha dado por mandar a la mierda a la profesora, después de hacerle un gesto obsceno, y usted, con justa ira, va a increparla a la salida del colegio por haberle abierto un expediente y le da una bofetada, así, delante del resto de alumnos y padres en plena calle, para que tenga bien claro que usted defiende como debe ser a su hijo. Qué sensación del deber cumplido, ¿verdad?
Es esa misma cosa que les lleva a soltar a las criaturas durante la cena en un restaurante lleno de gente que no pertenece al personal del kindergarten, sino que son personas que van a pagar por una agradable cena entre los correteos, gritos y demás monerías de dichos tiernos retoños mientras usted eleva levemente su voz sólo para decirles que no molesten -en su mesa de usted, claro- mientras sigue riendo con el resto de matrimonios que les acompañan.
...Hasta una piedra. Foto Pedro Mari Sánchez
"¡Ay, qué poco comprensivos!" dirá usted. Este país está lleno de gente que no para de crisparlo todo, de acusar de manera injustificada a los demás. Los niños son niños y, salvo a sus padres, pueden fastidiar libremente al resto de la humanidad, faltaría más. Por eso les llenan de cachivaches y de dinero suficiente para que les dejen en paz. Por otro lado, no se puede "traumar" a los niños, término molto divertente de relativo nuevo cuño, de cuando empezamos a caminar por nosotros mismos tras la dictadura y empezamos a confundir el culo con las témporas queriendo convertirse los padres en los amigos de sus hijos en un ejercicio de lucidez que no tiene parangón.
El asunto es que, ya sea hablando de niños o de mayores, de militares o de paisanos, de políticos o partidos, de empresarios, de sindicatos, de jueces, o simples viandantes anónimos, la cosa radica en esta sencilla ecuación: que se trate, o no, de uno de los nuestros. Eso es lo único que somos capaces de distinguir, lo que condiciona nuestra indagación; aquello que estamos dispuestos a reprobar o defender.
La mano que... Foto Pedro Mari Sánchez
En siendo de los nuestros no hay conducta reprobable, abyecta, criminal, o injustificable, que mueva un ápice nuestra cerrazón. Nuestra capacidad de razonar, no digo ya de discernir, queda reducida a menos cero y vamos dando palos hacia todo lo que se mueva, todo lo que no lleve nuestra misma ropa, que no sea de nuestra misma piel, que no tenga el olor profundo de nuestro sudor. Nada, fuera de eso, existe, o debe existir.
No me digan que no estamos en eso, en mayor o menor grado, todos los que habitamos este curioso país que nunca lo fue. Veamos: ¿cómo puedo sostener que yo, por el sólo hecho de ser yo, garantizo un comportamiento moral superior al suyo? Pues sosteniéndolo, así de fácil.
¿Que resulta que sale a la luz un delito o delitos varios cometidos por mí? Los míos lo taparán, lo disfrazarán de Carnaval de Venecia, si fuere necesario, lo justificarán en diferido o en directo, impedirán que se tomen medidas para perseguirme y atacarán a quienes hayan osado denunciarme argumentando que nadie puede darnos lecciones de moral. Cuando yo robo -y eso no son más que infundios- no es lo mismo que cuando roba usted, que es de los otros; esos seres intrínsecamente peores, antinaturales, que nos asustan, acechan y son causa de todos nuestros males.
Tengo la impresión, y eso me deprime, de verdad, que todos andamos en esto, de alguna manera, y así malamente podemos sobrevivir. Sin ninguna responsabilidad sobre nuestro comportamiento diario, pequeño y humilde, la que tenemos sobre nuestras decisiones, si todo es culpa de los otros y nada -aunque sea una parte insignificante- de los nuestros, no podremos crear un espacio de posible.
La película que da título a este artículo, Uno de los nuestros, de Martin Scorsese, habla de monstruosidades que hacen de este mundo un lugar inhabitable y horroroso, que niegan e impiden la vida. Y viene al pelo para reflexionar, jugando con eso de susto/muerte, sobre lo que les hablo. Como también lo hace la película de Alejandro Amenabar, Los otros.
¡Si hablas...! Foto Pedro Mari Sánchez
Y a colación del cine y otras escrituras, estos días, hemos salido a llamar la atención sobre una ley, otra más, en contra de la cultura. La llamada Ley Lassalle. Y es cierto y comprobable que para los Gobiernos, así, en general -y para este muy en particular- somos gente sospechosa; somos los otros. Lo descorazonador es que, siguiendo la línea de comportamiento general en este país, frente a lo ya conocido, se puede leer en boca de algún representante de la renovación moral de la política las primeras advertencias, prevenciones y avisos de silencio a los artistas para que nos metamos en nuestras cosas y no hablemos de lo que no sabemos, manifestando explícitamente nuestra menor capacidad y altura de pensamiento frente a otros, esos sí, mas capacitados. No digo yo que no los haya más listos, que los hay, pero de ahí a introducir 'La ley del silencio', por recordar la película de Elia Kazan y seguir jugando al cine, hay un trecho infranqueable e insoportable.
Definitivamente, para el poder -y para quien aspira a tenerlo- este colectivo al que pertenezco, el de los artistas, no es considerado como algo propio y útil, sino como algo ajeno, prescindible y molesto. El que manda siempre pensará: "no es uno de los nuestros".
Instalación José María Guijarro en Torre de Juan Abad. Foto Pedro Mari Sánchez