Una tragedia griega en la escena española
Nueva Democracia y el PASOK pensaron que al tratar a SYRIZA como parias, negándoles su debido respeto como nuevo jugador del tablero, negándose incluso a reunirse con Alexis Tsipras, los deslegitimarían. Por el contrario, les ayudaron a asegurarse una victoria electoral. ¿Qué moraleja puede sacar Pedro Sánchez del desastre socialista griego?
Mientras navega por un mar revuelto tratando de formar gobierno, imagino que Pedro Sánchez de vez en cuando echa un vistazo al cuaderno de bitácora de sus camaradas socialistas griegos y su desafortunada expedición de hace unos años.
El partido socialista griego (PASOK) y el PSOE comparten una historia de semejanzas sorprendentes, casi idénticas. Ambos empezaron tras la restauración de la democracia como partidos radicales y se las arreglaron para garantizar la hegemonía de la izquierda, superando una fuerte tradición política comunista. Se convirtieron en los principales partidos de la oposición al mismo tiempo, en 1988, y llegaron al poder exactamente con el mismo resultado, el 48% de los votos, prácticamente a la vez: Papandreu en 1981 y González en 1982. Gobernaron su país durante 20 de los siguientes 30 años, ambos perdieron en 2011 y ambos tuvieron la mala suerte de estar en el Gobierno durante el cataclismo de la crisis económica. ¿Y qué pasó después?
En Grecia, el Gobierno de Papandreu perdió fuelle, afectado por el extendido malestar social, y luego perdió la mayoría parlamentaria en noviembre de 2011 tras acordar un segundo rescate. El PASOK formó luego un Gobierno transitorio de seis meses en una infeliz alianza con sus archienemigos, los conservadores de Nueva Democracia. Cuando los griegos volvieron a las urnas, en mayo de 2012, descubrimos que se había desplomado uno de los sistemas políticos bipartidistas más poderosos y estables de Europa. Los dos partidos que acumulaban el 78% de los votos en octubre de 2009 apenas lograron un 32% del apoyo tres años después; Nueva Democracia obtuvo un 19% y el PASOK, un 13%, cayendo desde el 44%. El PASOK acabó tercero, por detrás de SYRIZA, que pasó del 4,6% en 2009 al 16,8% en 2012.
Fue uno de los mayores desastres electorales jamás registrado. Y, por si fuera poco, no se manejaron bien los resultados electorales. El PASOK no pudo o no quiso pactar con SYRIZA para una mayoría parlamentaria. Las inevitables elecciones de junio ayudaron a Nueva Democracia a asegurarse un primer puesto, pero SYRIZA era el partido más favorecido. Si en mayo superaron al PASOK por un 3,8%, en junio la diferencia era de un 15%. Tocado y hundido.
El PASOK compartió el poder con Nueva Democracia durante otros 30 meses, como el compañero segundón e invisible en un Gobierno que estaba llevando a cabo una política de austeridad totalmente impopular bajo la humillante batuta de la troika. Cuando se convocaron de nuevo elecciones, en enero de 2015, el PASOK había perdido totalmente el contacto con su electorado tradicional. El que había sido durante más de 30 años el partido natural en el gobierno apenas alcanzaba un modesto 4,7% de los votos. Y nadie espera que remonte y vuelva a rozar la gloria.
Entonces, ¿qué se puede aprender de esta tragedia griega moderna?
Que en época de crisis, cuando a los gobernantes les resulta imposible ser populares, es muy arriesgado dar a una formación radical y populista (en el buen y el mal sentido del término) el lujo de una oposición irresponsable. Nueva Democracia y el PASOK pensaron que al tratar a SYRIZA como parias, negándoles su debido respeto como nuevo jugador del tablero, negándose incluso a reunirse con Alexis Tsipras, los deslegitimarían. Por el contrario, les ayudaron a asegurarse una victoria electoral y pospusieron lo que el número dos de SYRIZA, Yannis Dragasakis, llamó "el proceso de madurez política" durante seis desastrosos meses en el poder.
Que un sistema bipartidista, como el que Grecia y España tuvieron durante más de 40 años, no puede sobrevivir la experiencia -a veces quizá inevitable y otras incluso galante- de un pacto de gobierno entre partidos rivales.
Que los socialistas tienen que reinventarse para sobrevivir. Lograron el éxito con Mitterrand, González o Papandreu en los 80 a la hora de inventar una nueva marca política que inspiró al electorado. Remontaron en las siguientes décadas, con Simitis y Papandreu (hijo) en Grecia, y con Zapatero en España, como garante reformista y liberal de centro-izquierda del Estado social en una época de globalización liberal. La pregunta ahora es: ¿pueden volver a hacerlo? ¿O se verán superados por estas nuevas formaciones políticas que utilizan su propio viejo truco, el de una postura radical en la oposición que se vuelve realista al llegar al poder?
Traducción de Marina Velasco Serrano