Lo de la corrupción del PP son buenas noticias
Deseamos que caiga la cúpula, pero tememos que nos caiga encima. Derrocar al Gobierno corrupto (presuntamente, claro) de Rajoy está muy bien, pero y después, ¿qué? ¿El PSOE? ¿Otra vez el PP (no lo descartemos)? ¿Los eurotecnócratas? ¿Un dictador? ¿Anarquía?
La noticia de que los políticos son corruptos no ha resultado tan bombazo informativo a nivel de calle como parece al ver los medios. Para lo gordo que es el asunto, la gente no está especialmente sorprendida ni indignada. En el fondo todas sabíamos la cantidad de porquería que hay. La Historia ha probado sobradamente que el PPSOE es un instrumento del capital dirigido por personas estafadoras y mentirosas, y secundado por peones sin voluntad.
Lamentablemente, la memoria colectiva tiene una retentiva de no más de seis meses. En la práctica, si algo ha ocurrido hace más tiempo, es como si no hubiera ocurrido. Pero quien eche la vista atrás verá que ya no quedaban dudas de su culpabilidad y de su mórbida intención.
Si hay algo que nos sorprende es, si acaso, que la porquería salga a la luz. No es habitual verle el esqueleto al régimen. Buenas noticias, y que siga la racha.
Otro de los motivos de la tibia respuesta ciudadana es el mismo que llevó al 15M a desperdiciar su inmenso potencial transformador inicial: somos unánimes al señalar el problema, pero no nos ponemos de acuerdo en cuál es la solución, o en si la hay.
La posición de mucha gente parece ser, tal vez emulando al carismático líder, no hacer nada y esperar a ver qué pasa. En algún momento se aclarará el entuerto y todo volverá a su cauce, con las correspondientes dimisiones, condenas e indultos de por medio. Así, llegaremos (de algún modo) a 2015, y decidiremos libremente, en las urnas, quién queremos que nos robe hasta 2019.
Otro nutrido grupo de población está convencido de que el actual Gobierno debe caer, pero también espera con gran sigilo antes de pronunciarse.
Esta estrategia felina en momentos de tensión política es algo muy español.
Por último, hay una minoría que quiere precipitar las cosas y sale a la calle a protestar día tras día; gente que acampa, o algo parecido, y dice que no se mueve hasta que el Gobierno dimita. En parte por el frío, pero el apoyo no es tan multitudinario como otras veces. ¿Por qué?
Deseamos que caiga la cúpula, pero tememos que nos caiga encima. Nos da miedo lo que haya después, y sobre todo, tememos que nos decepcione. Derrocar al Gobierno corrupto (presuntamente, claro) de Rajoy está muy bien, pero y después, ¿qué? ¿El PSOE? ¿Otra vez el PP (no lo descartemos)? ¿Los eurotecnócratas? ¿Un dictador? ¿Anarquía?
La solución aparecerá ante nuestros ojos en cuanto perdamos ese miedo a lo desconocido. Simplemente necesitamos terminar esa transición a la democracia que empezamos hace cuatro décadas. La dimisión del Gobierno será una noticia espléndida, pero sólo si se trata del primer paso de un proceso constituyente.
Necesitamos una Constitución, o varias, escrita a la islandesa, es decir, de manera democrática, y a la que nadie objete. Una Constitución que dé más poder al pueblo y que anteponga las necesidades de las personas a los intereses económicos y políticos.
Ahora que la conciencia de lo público y de lo común está bien alta en las plazas, es un momento perfecto para iniciar este proceso. Eso sí, no será fácil. Tendremos que ponernos de acuerdo, nada menos, y sobre todo necesitaremos afrontar, a pecho descubierto, ciertas preguntas incómodas, como qué forma de Gobierno queremos, qué distribución territorial, o si seguimos o no en el euro.
¿Vale la pena el calvario? ¡Por supuesto! Hazme caso, los perroflautas a veces tenemos razón. Si conseguimos atravesarlo y terminamos todo el papeleo, podríamos convertirnos en una de las democracias más avanzadas del mundo, posiblemente contagiando a algún país vecino. En cambio, si no hacemos nada y esperamos a 2015, ya sabemos cuáles son las buenas noticias a las que podemos aspirar.