Locomía, o cómo la educación le importa un pimiento a la sociedad
Una de las unidades de medida más útiles para evidenciar la distancia que separa a nuestra clase política de los problemas de los ciudadanos es la del grado de barbaridad de sus declaraciones: a mayores barbaridades, mayor distancia.
Y es que proponer como solución al calor sofocante que estamos padeciendo en muchos centros educativos públicos la elaboración artesanal de abanicos de papel es una barbaridad. Bueno, una barbaridad y más cosas que no se deben escribir en un artículo.
El miércoles 14, de la quinta clase solo pudimos impartir media hora. El resto lo pasamos en un espacio de sombra que hay en el patio donde corre bastante aire (caliente, eso sí, pero más frescos que en la clase estábamos). Justo antes de bajar les comenté a los alumnos las declaraciones del consejero de Sanidad de Madrid, Jesús Sánchez: es increíble la riqueza léxica de improperios que poseen mis alumnos.
El jueves 15, un alumno ha llevado a clase un termómetro con el que pudimos comprobar que la temperatura en el aula a las 14:05 era de 31º, diez menos que en el exterior, que ya es algo. Y es que la provincia de Córdoba, en plena ola de calor, no perdona.
Pero allí estábamos con nuestros abanicos de papel, con las tapas de los cuadernos o con lo que cada uno pillase a mano porque, por desgracia, en nuestro centro el aire acondicionado no funciona. En cada clase tenemos, de adorno, la típica bomba de frío – calor que pueden tener ustedes en sus dormitorios, pero con la diferencia, ya les digo, de que no funcionan: o no enfrían, o emiten un aire de olor desagradable o, si los ponemos todas las aulas, saltan los automáticos y se va la luz.
La situación es divertida en ese momento: ¿qué aula, de aquellas en las que funciona, se queda sin aire? Les aseguro que no les gustaría ser el profesor de esa hora.
Pero, reconozcámoslo, esto les importa (a ustedes) más bien poco. La situación de los centros educativos solo la conocemos los que acudimos a ellos a diario, tanto para trabajar como para recibir clases. El resto no sabe ni explicar con mediano acierto el sistema de calificación que empleamos actualmente.
El tema educativo solo interesa durante una etapa de la vida muy concreta: cuando tienen hijos en edad escolar. Y eso con suerte de que sean de esas familias que van al centro a interesarse por la evolución académica de sus "criaturas", como diría la consejera de Sanidad valenciana (en serio, ¿no hay otras personas para elegir de consejeros?), porque la mayoría de ustedes solo acuden a los centros educativos a por las notas. Eso sí, saben perfectamente que los docentes vivimos como marajás.
Una muestra: la CEAPA, a estas alturas de la historia, no ha dedicado ni un mísero tuit al asunto de la ola de calor en los centros públicos. Eso sí, su campaña contra los deberes fue propagada a los cuatro vientos. En parte se entiende: pocos deberes podrá hacer un alumno con lipotimia.
Pero antes, ¿verdad?, cuando ustedes estudiaban, eran cuarenta en la clase, y no tenían aires acondicionados y, en invierno, hasta se llevaban en latas ascuas encendidas para calentarse y no pasaba nada. Pero sí pasa: pasa que eso era hace treinta años y que, desde entonces, hemos evolucionado (entiéndase: hemos ido a mejor) o, al menos, habríamos debido hacerlo. Si nos congratulamos de que hace tres décadas las cosas iban mejor que ahora es que vamos como los cangrejos. Y, además, antes existía un concepto que, actualmente, está en franco (sin mayúscula) retroceso: el respeto al profesorado.
Lo importante del asunto no es que un consejero de lo que sea de una comunidad autónoma cualquiera haya dicho que, si pasamos calor en las aulas, nos hagamos abanicos de papel; que se meta sus abanicos por donde le quepan. Lo importante es que los problemas de verdad del sistema educativo, ese que forma a los futuros ciudadanos de un país, les importan a nuestra sociedad lo mismo que un mísero trozo de papel doblado en franjas paralelas unas cuantas veces.