Escuela neurótica
La escuela no está entendiendo que los sistemas educativos necesitan enfoque psicoanalíticos y no consultores. No necesitamos gente que nos diga qué deberíamos hacer y no hacemos. No lo hacemos no porque no sepamos que lo deberíamos hacer. No lo hacemos porque no podemos.
Alonso González de Gregorio, de la consultora de educación The Gregorian Manor House, dice: "La educación actualmente responde a las necesidades de la anterior revolución industrial: lo necesario es hacer el trabajo a tiempo, bien, memorizar. Pero la del futuro es distinta. Los alumnos deben ser emprendedores, saber gestionar su tiempo. Y los profesores se convierten en guías. Una educación muy personalizada. Y aunque los colegios más famosos siguen teniendo muy buenos programas, son antiguos y les está costando renovar su sistema educativo".
Esto lo explica el experto en un artículo de título presuntuoso y que me generó interés: Aquí fabricamos líderes (El País, 22 de julio de 2014).
La nota habla sobre las escuelas de élite mundial, las poquísimas escuelas de élite mundial que a sus alumnos "les llevarán a ser líderes en el mundo de la política, la empresa, la banca y la cultura".
Es -como debí prever- una nota pobrísima. No por la nota, que también, sino porque en esas escuelas, como en todas, no hay nada. O si no, lo que en ellas hay, no proviene de la escuela. Estirpe, networks, dineros, élite en general... La escuela es apenas el alojamiento.
No hay nada porque al paradigma vigente no le escapa ni la élite. Es un condicionante demasiado potente que todo lo atraviesa. Las élites griegas también eran ptolemaicas. La escuela que no sirve es todas las escuelas.
Y los consultores de siempre, por más reputación que ellos tengan, nos dicen otra vez las mismas obvias cosas. Como Alfonso González de Gregorio. Básicamente, nos dicen que estamos equivocados y que la escuela no hace lo que debería hacer.
¿Qué pasa? ¿Tan tontos somos todos? ¿O tan difícil es todo esto?
¿Incluso yo, desde acá, estoy diciendo acaso algo diferente? No. Pero sí estoy seguro de que el proceso de cambio escolar no pasa porque escriba para mis lectores que "la educación actualmente responde a las necesidades de la anterior revolución industrial: lo necesario es hacer el trabajo a tiempo, bien, memorizar".
Nuestro problema es que no tenemos bien identificado el problema. Y nos vamos con la finta de los falsos problemas. Nuestro problema (el de los sistemas educativos, quiero decir) no es cómo debería ser la otra escuela, la del futuro. Eso lo sabemos; al menos, lo sabemos decir: "Los alumnos deben ser emprendedores, saber gestionar su tiempo. Y los profesores se convierten en guías. Una educación muy personalizada", como nos dice el preclaro consultor. O "Cuanto una persona más reflexiona sobre un asunto, cuanto más profundamente procesa una información, más fácil le resulta recordarla, porque la reflexión va a desencadenar asociaciones mentales entre aquel asunto y lo que ya está almacenado en su memoria" (...) "El profesor no puede ser más apenas un transmisor de conocimiento" (...) " tiene que dar clases de aprendizaje activo, involucrando a los alumnos." (...) "Las clases tradicionales son expositivas, lo que es una excelente manera de enseñar, porque el profesor alcanza al mismo tiempo muchos oyentes, pero es una manera horrible de aprender", como nos dice otro consultor, Stephen Kosslyn. Y podríamos seguir citando.
El problema es que dada la configuración simbólica actual de la institución escolar, ese paso de cambio que nos parece obvio y tiene consenso, es en realidad imposible. Imposibilidad estructural. No lo daremos, por más clarividentes que nos bombardeen desde los medios de comunicación.
O sea, nuestro problema no es de orden conceptual, sino simbólico. Para poder ver lo que no vemos (ser lo que no somos), deberíamos cambiar de encuadre simbólico. Ser otros, constitutivamente hablando. Y eso sí que es difícil.
La escuela no está entendiendo (ni los consultores, claro) que los sistemas educativos necesitan enfoque psicoanalíticos y no consultores. No necesitamos gente que nos diga qué deberíamos hacer y no hacemos. No lo hacemos no porque no sepamos que lo deberíamos hacer. Nada más obvio para un maestro de cualquier escuela de cualquier ciudad del mundo, que "los alumnos deben ser emprendedores, saber gestionar su tiempo. Y los profesores se convierten en guías". No lo hacemos porque no podemos, porque en el marco en el que nos movemos es imposible hacerlo.
Recordemos que una buena definición de la posición del neurótico -que le aplica a la escuela- es que es quien sabe perfectamente bien, mejor que nadie, por qué no es feliz. Es decir, por qué no hace lo que debería hacer para serlo.
La única manera es transformarnos de cuajo. Y todos a la vez. Pasar al otro lado y tragarnos la llave. Girar. Reconfigurarnos. Dar un salto simbólico. Ser otros, como definición institucional. Dejar esta escuela y hacer otra. Mudarnos, en lo simbólico.
Ese proceso depende de otras variables; se mueve sobre otras guías; tiene otros roles para el tiempo y la escala; pasa por otras cosas. En ese tipo de procesos, casi todo lo que hacemos como corporación educativa (hablar, discutir, publicar, hacer experimentos, probar, aplaudir, justificarnos) no sirve; o peor aún, atenta contra él. En esos procesos no hay progresividad ni planificación. Allí las cosas deben simplemente suceder. Allí los actos se imponen a las reflexiones y los silencios tienen más significado que las palabras.
La escuela necesita un alto, un silencio que le devuelva su propia estructural desesperación de ya no ser; de ya no servir. Un sinceramiento esencial. Un corte. Un acto fuerte y masivo que la ponga de lleno ante lo que no es y debe ser.
Estamos cansados de que nos hablen y estoy cansándome de que nos hablemos. Estoy preocupado por la saturación de discurso justificativo que nos tiene presos. Y de tanta obviedad no realizada. ¿Cuánto más soportaremos que sea Gallup, tras una investigación, quien nos venga a contar ahora que "publicó una encuesta que revelaba que haber pasado por estos colegios (los de la élite mundial) o por las mejores universidades no es sinónimo de éxito y felicidad".
Ya es hora. O no lo será nunca.