El enamorado de la incertidumbre

El enamorado de la incertidumbre

La clave, como siempre, está en definir bien el problema: es la mitad de la solución. Para curar, arreglar, mejorar, crecer... tenemos que enfrentarnos a nuestros problemas, que es lo mismo que comprender nuestra realidad, que es lo mismo que abrazar la incertidumbre. Tanto en el ámbito empresarial como en el personal.

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© Clasemad Design

"Hay una teoría que afirma que si alguien descubriera lo que es exactamente el universo y el porqué de su existencia, desaparecería al instante y sería sustituido por algo aún más extraño e inexplicable. Hay otra teoría que afirma que eso ya ha ocurrido".

Douglas Adams, Guía del autoestopista galáctico (Ed. Anagrama).

Este San Valentín me dedicaré grabar con una navajita en la corteza de un buen árbol, con permiso: "yo-corazón-incertidumbre". Decir que las cosas han cambiado es quedarse corto. Cada vez nos cuesta más comprender el entorno, porque el entorno ya no es lo que era hace dos minutos.

Una teoría interesante explica por qué llega un momento en el que el niño deja de dibujar. Cuando somos pequeños (explica), dibujamos nuestro mundo, y es plano. Una casa es un cuadrado con triángulo, las personas son palotes..., y ese es el mundo en el que nos movemos con esa edad, un mundo que mentalmente simplificamos para poder vivir en él. Si con cuatro o cinco años comprendiésemos realmente el mundo, nos daría un síncope. El niño sigue dibujando su realidad, añade perspectivas muy básicas, colores, fondos, cada vez más matices.

Pero llega un momento en que se frustra; con once o doce años, su percepción de la realidad es cada vez más profunda, más rica y más confusa, todo a la vez. Es frustrante, porque no tiene las herramientas que necesita para representar su mundo. Grises, cada vez más grises, las cosas dejan de ser blancas o negras. Y colores, cada vez más colores, iluminan los ojos del niño. Los ojos de verlo todo como mágico, incomprensible y fabuloso. Si en ese momento te esforzaste en seguir dibujando aprenderías a dibujar semitonos, miradas, caras de verdad. Si no te esforzaste, seguramente sigues dibujando como un niño pequeño. A mí me pasa, sigo dibujando como cuando tenía diez años.

Pero he encontrado otras herramientas que me permiten dibujar la realidad. Y casi todas tienen en común que son transformadoras. A todos nos incomoda la incertidumbre. ¿Cómo podemos aprender a abrazarla? Cambiando conforme cambia la realidad, transformándonos constantemente (que no compulsivamente). Mira a tu alrededor, no te esfuerces tanto en prever lo que va a pasar, simplemente mira el mundo como realmente mágico, incomprensible y fabuloso. Esa mirada es, con permiso, la mirada del corazón. Esa mirada te produce una sonrisa mental. Emociona, aunque a veces produce respeto, da un poco de miedo infantil.

Los niños no tienen capacidad de prever; no entienden, sobre todo cuando son muy pequeños, la relación causa-efecto. Por eso piden ver la misma película cientos de veces: les tranquiliza saber qué es lo que va a ocurrir. Conforme nos hacemos mayores, aprendemos a prever; vemos la vida como una partida de ajedrez, desarrollamos nuestra capacidad estratégica, analítica, fría, ¿eficaz? Sólo hasta cierto punto. Comentaba en cierta ocasión Ferrán Adriá que sólo teniendo su agenda perfecta y milimétricamente organizada, podía permitirse alterarla. Creo que ese es un camino interesante, organizar pero con cariño, con amor. "Mirar y sonreir, esa es la clave de la transformación", nos propone Pablo d'Ors en su Biografía del Silencio (Ed. Siruela), un luminoso ensayo sobre la meditación. Mira la realidad, mira la incertidumbre, y sonríe. Aprende a amar la incertidumbre ,es lo que yo te propongo, a partir de mi propia experiencia personal y profesional.

He sido publicitario (hablando de entornos incomprensibles), diseñador gráfico, y ahora soy diseñador estratégico: ayudo a las empresas a crecer. Lo hago a través de procesos de co-creación con mis clientes, nos juntamos en una sala con post-its, donde se pueden pintar las paredes. Y nos ponemos a pensar con un objetivo en mente. Cuando entro en estos procesos, permito que entre también cierto grado de incertidumbre, el que potencia la creatividad, el hacer las cosas de forma diferente; la incertidumbre existe porque todo (personas, marcas, empresas, incluso departamentos) está vivo. Y al estar vivo, está en proceso de transformación, lo quieras o no. Poco a poco dibujamos la realidad del cliente a base de mapas, esquemas, bocetos, organigramas, ecosistemas; juntos comprendemos mejor la realidad (mercados, usuarios, clientes...), y la dibujamos. Y ese dibujo propicia la mirada transformadora.

Mi padre, Alberto Corazón, también es diseñador y una vez, siendo yo pequeño me contó una historia formidable. Eran los años 80 y él viajaba por Latinoamérica. Interesado, infatigable y curioso como es, se dedicó a bucear en las culturas que visitaba. Y así entabló amistad con un chamán. Un "chamán peculiar" (disculpa la redundancia) que curaba a través del dibujo. Hablaba con sus pacientes, le describían sus problemas, empatizaba con ellos, y les dibujaba su enfermedad. Mi padre se dedicó a recopilar estos dibujos, todavía los tiene encuadernados en papel apergaminado y me regaló la historia. La clave, como siempre, está en que definir bien el problema ya es la mitad de la solución. Para curar, arreglar, mejorar, crecer... tenemos que enfrentarnos a nuestros problemas, que es lo mismo que comprender nuestra realidad, que es lo mismo que abrazar la incertidumbre. Tanto en el ámbito empresarial como en el personal, tanto en el modelado de un negocio como en la meditación profunda.

Complicado como es, para explicarlo no encuentro mejores palabras que las de Pablo d´Ors en el mencionado libro. Gracias por la atención: "Casi nunca nos damos cuenta de que el problema que nos preocupa no suele ser nuestro problema real. (...) Es así como vamos de falsos problemas en falsos problemas, y de falsas soluciones en falsas soluciones. Destruimos la punta del iceberg y creemos que nos hemos liberado del iceberg entero. ¿Quieres conocer tu iceberg? Esa es la pregunta más interesante. No es difícil: basta dejar de revolverse entre las olas y ponerse a bucear. Basta tomar aire y meter la cabeza bajo el agua. Una vez ahí, basta abrir los ojos y mirar".