'Viaje de invierno', instante, ¡detente!

'Viaje de invierno', instante, ¡detente!

La obra de Magda Puyo tiene todo para conseguir la vuelta de Jelinek a la palestra literaria y ponerla en la escénica.

Escena de 'Viaje de Invierno'Carlota Serarols (Teatro de la Abadía)

La sorpresa puede, por sus propias características, saltar en cualquier sitio. Esta vez lo hace en el Teatro de la Abadía gracias al objetivo marcado por Juan Mayorga, su actual director artístico, de representar textos y/o dramaturgos poco o nada conocidos en España.

Gracias a eso, sube a escena Viaje de Invierno de la Nobel Elfriede Jelinek. Autora que se hizo famosa por el premio pero antes porque Haneke se basó en su libro La pianista para hacer una película con el mismo título. Y el libro, a pesar de su dureza y dificultad, acabó en las listas de best-sellers y entre los amantes de la literatura dio a su autora mucho prestigio como novelista, sin que nadie reparase que esa calidad literaria también pudiese estar en su faceta de dramaturga.

Viaje de invierno dirigida por Magda Puyo tiene todo para conseguir la vuelta de Jelinek a la palestra literaria y ponerla en la escénica. Por el texto, raro, pero poéticamente hermoso, como el Winterreise de Franz Schubert y Wilhelm Müller que lo inspira. Y que ella, actualiza en temáticas, hablando del tiempo, del aquí y ahora, de las víctimas que se aceptan y no se aceptan en la sociedad, del amor en los tiempos enredados, de los psiquiátricos, de la melancolía, del lugar en el que vivimos, en el que somos y en el que existimos.

Textos que el elenco interpreta en escena como actores, sí, pero también como si estuvieran cantando alguno de esos magníficos lieder. De hecho, Laila Alberch canta su texto. Aunque es importante informar que lo hace al estilo del buen teatro musical, según cuentan es en Barcelona donde están las mejores escuelas del género, y con micrófono, y no de recital de música clásica.

Sin embargo, sí hay piano en directo perfectamente tocado por Bru Ferri. Músico que se define como artista interdisciplinar que no solo recurre a la música romántica, sino que a este espectáculo sabe meterle unos keyboards electrónicos, a los que dota de la simplicidad de los primitivos video juegos. Así el texto adquiere algo de maquinal, aunque nunca suena a inteligencia artificial, sino a la inteligencia humana que tiene dudas de quién es, adónde va, cuál es su sentido de estar aquí, en este lugar, en este momento.

  Escena de 'Viaje de Invierno'Carlota Serarols (Teatro de la Abadía)

Músico integrado en esta producción como uno más. De hecho, en ciertos momentos, está en escena, bailando las mismas coreografías que el resto de los actores. Moviéndose entre esas grandes masas de espuma de jabón que llenan el escenario.

Masas por las que los actores, el pianista y la bailarina Encarni Sánchez se mueven como si estuvieran patinando. Una y otra vez, una y otra vez, viajando sobre el río o a través del río. Tratando de alcanzar el otro lado de su desconcierto que provoca ese tiempo que ya se ha pasado y ese tiempo que no ha sido.

Un tiempo que tampoco es ahora. Pues el ahora, como muy bien explica Jelinek a través de Rosa, también es inasible, y no nos pertenece desde el momento en el que se nombra. No se doblega a la petición de "Instante, ¡detente!" y hay muchos instantes de la obra que gustaría detenerlos para paladearlos.

Y es que en este montaje la palabra y la música son claves. Como lo son en los Winterreise citados. En el caso de la palabra está muy bien marcado desde el principio. Cuando se apagan las luces y solo se oye la voz de una mujer. Con la platea a oscuras. Y Rosa Cadafalch comienza a decir "¿Qué me llama, qué me arrastra, qué tira de mí?" Hasta que después de un largo rato se abre el telón, saca la cabeza, y la luz la apayasa, como si fuera a ser el payaso listo y serio, de cara blanca de los circos.

Tal vez la metáfora del circo sirva, también, para describir este espectáculo, que por dimensiones está muy bien programado en la sala José Luis Alonso del Teatro de la Abadía. Pero que también se podía imaginar en el espacio del Teatro Circo Price, como uno de esos espectáculos teatrales que programan de vez en cuando en ese teatro.

La metáfora es buena porque como en el circo es de números que se suceden. En los que los actores hacen el más difícil todavía. Una pirueta más. En este sentido, destaca el descenso de la bailarina Encarni Sánchez del piano, sobre el que descansa desnuda y rapada al principio de la función, desde que se abre el telón y se muestra todo ese mundo frío y helado que al mismo tiempo se sabe que es espuma de jabón.

Un descendimiento sorprendentemente musical. Con ese brazo y esa mano que caen bruscamente sobre el teclado y cortan el discurso y la acción. Como un susto, hace que se deje lo que se está haciendo. Acción de descender que acaba delicadamente tocando el piano con los pies, unas notas y acordes de la música clásica que se ha estado oyendo. Un momento delicado y bello.

Escena que refuerza la idea de que no se está ante un espectáculo común y corriente. O delante de un espectáculo de fuerte coartada cultural para llenar carteleras de prestigio banal. No. Esta obra juega del lado de la poesía y la música, y del arte de ponerlos en escena, no de simplemente decirla, interpretarla o recitarla.

El mejor ejemplo es ese largo parlamento de Pepo Blasco, en el que mientras se mueve en ese frío invernal de espuma de jabón, se va calentado con su texto. El texto de un enfermo psiquiátrico agresivo, por lo que cuenta, que ha sido ingresado por su mujer y su hija. Ha sido dejado allí, por esas que recuerda que fueron parte de él, pero ya no son él y ya no las tiene consigo. Viéndole, la pregunta es, desde dónde dice, desde dónde habla.

Y, sin embargo, como espectador, se tiene la conciencia que el actor sabe desde donde habla, un lugar y un decir que está royendo como un perro. Un roer que también es un mover y moverse. En el sentido de mover la acción dramática y en el sentido de conmover a quien en la butaca lo escucha y lo mira.

  Escena de 'Viaje de Invierno'Carlota Serarols (Teatro de la Abadía)

Serán estas características de clásico contemporáneo las que harán que los espectadores fieles de este teatro, que tiene y tiene muchos, lo disfruten. Siempre y cuando no pidan que les den otro José Luis Gómez. Porque esta obra, manteniendo el espíritu con el que este profesional creó el teatro de la Abadía, significa una evolución.

En la que hay palabra, hay acción, hay música. Pero no para crear belleza técnica en esa interpretación del decir, del hacer, del tocar y del cantar. Sino para que lo que sucede durante la función toque y acaricie el corazón de la audiencia y salga afectada por el arte teatral, sin saber muy bien porqué o qué.

Pero con la conciencia de que lo contado tiene que mucho que ver con el misterio que son ellos, incluso para sí mismos. Algo que fluye como la vida, en la que se quisiera detener algún instante, para disfrutarlo, sin poder hacerlo. Quien es consciente de la pérdida, de lo fugaz, que es todo, lo sabe.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.