‘Uz: el pueblo’ o la gracia que tiene la fe
El autor ha creado una comedia que no deja títere con cabeza.
¿Qué haría usted si Dios le hablase? ¿Y si en esa conversación le pidiese el sacrificio de un hijo como antes hiciera a los profetas de la Biblia? De estos presupuestos parte Uz: el pueblo del dramaturgo de moda, el preferido de la crítica, Gabriel Calderón. Obra que se ha estrenado hace una semana en las Naves del Español en el Matadero de Madrid.
Partiendo de esos presupuestos el autor ha creado una comedia que no deja títere con cabeza. Por supuesto va de creer y de lo que se es capaz de hacer por esa creencia. Pero también, del amor conyugal, de la pareja, de la familia, de la relación con los hijos, de las relaciones con los otros, de pederastia, de la enfermedad mental.
Si en otros autores tantas cosas le hubieran desbordado, en este, sin embargo, le sirve para contar muy bien una historia. La historia de Grace, Gracia. Y este nombre que le ha puesto al personaje principal ya habla de la inteligencia del autor. Porque remite a la gracia de ser elegida por Dios, la agraciada, tanto como a la gracia que tiene el personaje. Y cómo con esa doble gracia se convierte en una terrible desgraciada. Aunque su desgracia haga reír, y mucho, al personal.
Natalia Menéndez, la directora, ha sabido sacar esa vis cómica del texto. Lo hace con la ayuda de la vis cómica de los dos actores protagonistas que la acompañan. Por un lado, Nuria Mencía, más Nuria Mencía que nunca. Para quien no la conozca, se la podría describir como una Verónica Forqué de nuestros días, en decir lo más enrevesado como si fuera algo cotidiano y con una prosodia tan particular como la de esta. En esta obra es la madre de familia tradicional, creyente, feliz y temerosa de Dios, que vive en Uz y recibe la llamada.
El otro en discordia es Pepe Viyuela. Con decir su nombre ya está todo dicho y no se ha dicho nada. En el sentido de que está desatado en su papel de marido antes que padre. Capaz de hacer lo que sea por recuperar a su esposa. A la que siguiendo lo que dice Dios quiere por encima de todas las cosas y en ese querer se pasa al lado oscuro según la Iglesia. Una mujer que a sus ojos tiene un proceder extraño, ya que Dios no le permite a la esposa decir a nadie que lo que hace es por orden divina. Lo que le hace pensar que ha sido poseída por el Diablo.
Ambos forman una pareja alrededor de la que se reúnen unas vecinas libidinosas y temerosas. Un cura, el padre Michael, que no solo es y se muestra atractivo, y que, si se da la ocasión, practica la pederastia. Y dos hijos. Tomás, que estudia para soldado, y Dorotea, que es autista. Que para enfadarlos solo hay que llamarlos por la versión anglosajona de sus nombres: Tommy Dorothy, ya que ambos rehúyen de que les norteamericanecen sus nombres.
Añádanle al carnicero del pueblo y su hija. Los que sin comerlo ni beberlo se ven involucrados en esta historia de locos. Porque contada ¿no parece en sí misma una locura? Pues sí, lo es. Y eso es lo que hace que uno no pare de reír. Y se hace con ritmo, pero sin pausa. A medida que la acción va dando una vuelta más a la trama. Y el espectador, que comienza a reír tímidamente, como si no tocase, se va desatando hasta que al final se afloja de la risa en la butaca.
Una comedia que tiene cierto aire de serie americana. Tanto por los nombres de muchos personajes, que son de allá. Como por la escenografía, que, por un lado, la hace parecer una casa del oeste. Y, por otro, es la típica de las sitcoms americanas. Casas en las que no deja de entrar y salir gente directamente de la calle a la cocina-comedor.
Una comedia que habla de a donde pueden llevar las creencias cuando son llevadas al límite. Cuando son ejecutadas por fe, antes que con pericia y habilidad. Porque la fe puede mover montañas, pero hay que tener cuidado de que no mueva la montaña equivocada o de que al moverla se te caiga encima y te aplaste. Aunque en el escenario la cosa de que se caiga y te aplaste, como en este caso, tiene mucha, muchísima gracia.