“Un intento valiente de representar 30 obras en 1 hora”, ya está aquí el cabaré contemporáneo

En esa estela de teatro de improvisación que tanto triunfa entre el público, sobre todo el que tiene el abono-teatro, y que poco o nada interesa a la crítica teatral, se encuentra Un intento valiente de representar 30 obras en 1 hora. Obra que se acaba de estrenar en el Teatro Alfil copiando modos y maneras de una obra similar que se representa en Londres.

Obra que por ubicación, la sala en la que se representa, y por maneras, tiene un carácter eminentemente comercial. Es decir, que busca complacer al público. ¿A qué público? Al que está acostumbrado a ir a los espectáculos de impro y, sobre todo, a un público joven, al menos los jóvenes que no se manifiestan ni rezan delante de Ferraz, que son mayoría aunque no sean noticia.

Lo del impro, es porque muestran la trampa y el cartón de estos espectáculos a la hora de proponer el juego. Como cuentan, las pequeñas obras ya están escritas, por ellos mismos, y han sido preparadas previamente a la función. Un trabajo hecho en el local de ensayos. Lo mismo que en la impro, pero mostrando el truco y el cartón al espectador. Con sinceridad y a cara descubierta. Se agradece.

En total, treinta obras cuya lista numerada se entrega a la entrada dentro del programa. Piezas que se representarán en el orden que decida el público que las seleccionará gritando un número de uno a treinta cuando oigan al elenco decir la palabra “¡Telón!”. Así que cuanto más vozarrón o más cerca del escenario se esté será más probable que se representen la obra que tú digas. Aspecto que fomenta la juerga y el pitorreo durante toda la función y la comunicación con los vecinos de mesa o de butaca.

Estas condiciones de número de obras y de tiempo, que desde el punto de vista de artes escénicas estaría dentro de lo que se llama performativo y conceptual, sin embargo, se vuelve una condición que contribuye al acercamiento del público. Ya que se le pide participar, ser una parte importante más de la función, sin la que la cosa no funciona.

Una vez elegido un número tal como se ha dicho, lo descuelgan de la cuerda estilo tendedero que cruza el escenario. Leen el título que corresponde a ese número. Se preparan y preparan mínimamente el escenario para representarla. Y, aunque saben que tienen un tiempo limitado, se toman el que necesiten para que la pequeña obrita elegida suceda en escena. Sin perder la compostura a pesar de que un reloj digital en una esquina muestre cómo va pasando el tiempo inexorablemente. Y es que hay que relajarse que se ha venido a pasarlo bien.

Entre las obras breves que se representan las hay de todo tipo. Desde la que pide la crítica de la obra anterior que acaban de representar hasta la imitación de Gary Oldman y su famoso video metiéndose con los deportistas que se pasan a actores. Desde el desmantelamiento del macho ibérico, contada en primera persona por uno de sus jóvenes actores que pensaba que la esterilidad era cosa de la parte femenina de la pareja, hasta historias de celebraciones navideñas. Desde cómo son los actores guais que ni siquiera pueden pagarse un zulo en Malasaña hasta la prueba palpable de que ser varón, hetero y blanco te facilita mucho la vida. Al menos la vida que consiste en tener un trabajo, una familia y un piso en propiedad o al menos poder hipotecarte con cierta seguridad.

Aunque nada resulta tan performativo y, a la vez, tan emotivo como cuando Zack Gómez, uno de los actores que es hombre trans, saca del público a su madre para que le dé su dosis de gel de testosterona en la espalda, hombros y brazos. Mientras él relata su historia con la normalidad con la que las historias se cuentan en el teatro contemporáneo. La historia de una niña que pronto se dio cuenta que quería ser niño y que encontró en su madre amor, comprensión, ayuda y apoyo. Y en su abuela, que venía desde Colombia a cuidarle, la confirmación de su tendencia cuando tras transformase le dijo lo mucho que se parecía a su padre.

Hay más episodios emotivos. Como el de ver al macho ibérico que se acaba de desmontar, desnudar, delante del espectador, enseñando la ecografía del bebé que espera. O como cuando una actriz, vestida de árbol de navidad, con un traje de fieltro que parece sacado de una obra de teatro de colegio sobre el que una compañera va pegando adornos navideños, cuenta lo mucho que le gustan y disfruta de estas fiestas, sobre todo, desde que es madre. Momento en el que la compañera le pega una foto de la niña en… Sí, ahí.

Obras cortas muy pegadas a la realidad del elenco, ya que las han escrito ellos con mejor o peor fortuna, todo hay que decirlo. Actores y actrices que viven precariamente en Madrid. Con una muy variada diversidad de tendencias sexuales. Y jóvenes, como ya se ha dicho. Por lo que hablan de lo que se habla a los de veintitantos y treintaitantos y a la manera hoy se hace. Desde sus referentes, como puede ser la serie Friends.

Obras que van cambiando y renovando de una representación a otra, ya que el elenco puede variar en función de sus circunstancias personales y profesionales siendo sustituidos por otros compañeros o compañeras de profesión.

También cambian las pequeñas treinta obras según la estación, las fechas o el contexto sociopolítico y mediático. De hecho, ya anuncian que tras las representaciones navideñas, todo lo que tenga que ver con la Feliz Navidad y el Happy New Year se caerá del cartel. Como la atrabiliaria recuperación de las burbujas de Freixenet, bastante divertida por cierto a base de hacerlo con el poco presupuesto que manejan. Y que habrá mucho cambio en el especial de esta propuesta que están preparando para San Calentín, más conocido como el Día de los Enamorados.

¿Parece mucho para sesenta minutos? Lo es. Un no parar. Pero aún hay más. Un bingo con premio para la primera persona que cante línea. Premio del que no se debe hacer spoiler pues es parte de las bromas inofensivas de esta propuesta y que nadie se asuste si le toca. Y un teatro que de la mitad hacia el escenario son mesitas donde tomar algo con la pareja, con los amigos y la familia. Lugares que se presta al juego entre los intérpretes y el público.

Sí, parece una tontá. Pero así debieron comenzar los ahora mitificados cabarés de la República de Weimar. Pequeños espacios de libertad y diversión en tiempos que comenzaban a oscurecerse. Y mirando las noticias… ¡Felices Fiestas!