Trump y la unidad de la izquierda
Muchos pensamos que, a la vista de la situación real de los Estados Unidos y de la evolución política desde 2016 hasta hoy día, Kamala Harris obtendrá una holgada mayoría popular en votos pero podría no ser suficiente para auparla a la presidencia.
El próximo día cinco se celebran las elecciones americanas, en medio de un generalizado desconcierto global porque estamos a un paso de que el mundo cometa un error previsible: el de reponer en la Casa Blanca a un desequilibrado como Donald Trump, capaz de instigar la toma violenta del Capitolio y absolutamente incapaz de comportarse como un estadista era una situación mundial descompuesta, con dos grandes guerras regionales abiertas y con grandes incógnitas tecnológicas y económicas en el futuro cercano. Muchos pensamos que, a la vista de la situación real de los Estados Unidos y de la evolución política desde 2016, el año de la primera llegada de Trump, hasta hoy día, Kamala Harris obtendrá una holgada mayoría popular en votos, que sin embargo, por las peculiaridades del sistema electoral USA, podría no ser suficiente para auparla a la presidencia. Es, pues, lógico que nos preparemos todos para el eventual retorno del histrión que concurre a las elecciones con un programa inquietante.
La primera y principal consecuencia de este hipotético triunfo sería el cambio radical en la relaciones entre Washington y Moscú, del que Ucrania sería la principal víctima. Trump experimenta una inagotable simpatía hacia el sátrapa Putin y con toda seguridad forzaría un alto el fuego y un acuerdo de paz muy oneroso para los ucranianos, que perderían los territorios en disputa e incluso su capacidad de autodeterminación en aras de una perversa neutralidad impuesta. La mala cabeza de los 27 socios de la Unión Europea hace impensable que la UE pueda influir en este designio: Europa, desarmada y desintegrada, es simple comparsa de los Estados Unidos en la OTAN, y sin el sólido soporte de Washington, Kiev caerá del árbol como fruta madura.
Si las cosas suceden de este modo, la extrema derecha europea, que actúa al dictado de Viktor Orban, se sentirá justificadamente fortalecida, lo cual provocará un peligroso enrarecimiento del debate europeo. Aunque es lógico pensar que, ante este balón de oxígeno entregado por Moscú a los neofascistas europeos, el progresismo de todo el continente se organizará mejor para oponerse a semejante deriva, cuyo éxito supondría el final de la Europa que conocemos. En España, concretamente, cabe imaginar que la amenaza de Trump en el horizonte será un poderoso engrudo para mantener la alianza de investidura, que no es tanto una garantía para el gobierno de coalición cuanto la anhelada certeza de que en nuestro país no acabarán triunfando las actuales propuestas de Ayuso y de Aznar, que son las que realmente laten bajo la desorganizada estrategia política de Feijóo.
Es muy lógico que en una coalición como la que actualmente ostenta el poder en España los socios participantes se cuiden no solamente de hacer funcional la organización conjunta sino también de hacer valer electoralmente su propia opción. Sumar y Podemos, en concreto, tienen necesariamente que destacarse de algunos emprendimientos del PSOE por la sencilla razón de que si no hubiera a la izquierda del socialismo clásico un vasto terreno político por explorar, su propia presencia no tendría sentido. Sin embargo, todas las formaciones progresistas tienen la obligación de dar primacía al interés común, que debe centrarse en el estado social: en este momento, el problema de la vivienda y la evidencia de que se está extendiendo la pobreza laboral —este fenómeno terrible que consiste en que el trabajador no consigue con su esfuerzo un salario que le permita vivir dignamente— han de ser motivos suficientes para que los partidos ubicados en el centro y en el centro izquierda pongan limites a sus disputas internas a la alianza.
En la hora actual, no hay otra salida que la que proporciona esta unidad de la izquierda. Por desgracia, el PP no hace ascos a su alianza con Vox, aunque en Europa haya ejemplos meritorios de resistencia al neofascismo: el presidente de Austria acaba de encargar a los conservadores la formación de gobierno, aunque la extrema derecha de FPÖ ha ganado las elecciones; la derecha democrática y los socialdemócratas formarán seguramente gran coalición. Esta fórmula no parece de momento viable en nuestro país, por lo que, si no queremos padecer una gravísima regresión histórica, tendremos que mantener el tipo ante la dificultad.