“Tío Vania”, Chejov hace reír a Juan Pastor y al público
Y solo durante diez días en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa.
Desde que el teatro Guindalera cerró hay un público huérfano. Un público que abarrota las salas en las que se anuncia una nueva producción de la compañía se formó el equipo artístico y dueño de dicho teatro. Espectadores siempre expectantes por lo que Juan Pastor, Teresa Valentín y María Pastor tengan que ofrecer con el apoyo de Manuel Benito. Más cuando la propuesta tiene que ver con un registro que dominan y que el público de teatro conoce de sobra, como es el clásico Tío Vania de Chejov que se programa por tan solo diez días en el Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa. Sí, muy pocos.
Cuando uno se sienta en la butaca, la primera sorpresa que se produce es que una producción tan pequeña, incluso han reducido personajes, llene el espacio en cinemascope de la sala grande del Fernán Gómez. Para ello Juan Pastor, que también la dirige, ha creado un cielo estrellado de verano. Una penumbra en la que en el centro del escenario se encuentra la sala de estar en el que sucede la obra. Recursos escenográficos muy sencillos, eficaces y económicos lo que habla siempre de su inteligencia y del tipo de teatro que propone.
Y, luego, sorprende la lectura tan personal que ha hecho de la obra. No se sale del tiesto teatral, pero sí de la perspectiva o puntos de vista habituales, gracias a su experiencia y conocimiento. Esta vez, hace pirueta y doble mortal, porque trabaja el humor en una obra como Tío Vania. Y va y lo encuentra.
Para entender porque asombra hay que contar que la obra original es un drama. El de una familia de pequeños terratenientes rusos. Fuerzas vivas de una zona rural, que se dejan las pestañas para que el yerno, cuñado y padre, todo a la vez, disfrute de las mieles del éxito académico en la metrópoli con su nueva, guapa y joven esposa. Con la que se ha casado en segundas nupcias, tras quedarse viudo.
Pero, a pesar de que la suegra, el cuñado y la hija no hacen más que “currar y currar”, no consiguen que las tierras rindan lo suficiente para mantener la vida de señoritos que llevan el profesor y su esposa en la ciudad. Por lo que estos tienen que irse a vivir al campo.
Su llegada es una bomba nuclear. Hacen estallar las rutinas. Las formas de relacionarse. Por un lado, el caprichoso profesor, reclama la atención de todos a la vez que no quiere ver a nadie. Por otro, su bellísima esposa convierte al cuñado y al médico del pueblo en dos adolescentes con las hormonas revolucionadas tratando de seducirla y conquistarla.
Por si fuera poco, la hija, que ha crecido en el pueblo y en la hacienda, y que hasta ese momento no había hecho nada más que trabajar y trabajar con su tío y beber, en silencio, los vientos por el industrioso y atractivo doctor, comienza a dar rienda suelta a sus sentimientos. Unos sentimientos que al no obtener respuesta del doctor pagado de sí mismo, le minan la autoestima.
¿Verdad que se masca la tragedia? Se masca y la forma habitual de presentarla es como un dramón o un melodrama. Hecho con esa tristeza infinita a la rusa. Esa melancolía con las que, recurriendo al lugar común sobre Rusia y sus habitantes, se les identifica. A ellos y, en general, a los de los países del este.
Entonces llega Juan Pastor y convierte a Vania y al doctor en una pareja cómica. En la versión que se acaba de estrenar, en un Vania más clown, más de los cómicos de cine mudo. Y el doctor, en el gracioso con guasa, con estilo, que cae bien. El primero, vestido y maquillado en las tonalidades grises del primer cine en blanco y negro. El segundo, de color, un color que remite a los de la tele y las comedias norteamericanas y ligeras de los sesenta. Y que en la obra funciona porque, a pesar de todo, parecen estar en la misma gama cromática gracias al trabajo de Teresa Valentín, la vestuarista y gerente de la compañía, que en compañías tan pequeñas como esta hay que hacer de todo.
Una buena idea, la de la pareja cómica, que en un principio cuesta aceptar porque entre ellos falta química. Aunque Luis Flor y Alejandro Tous, como Vania y el doctor respectivamente, no dejan de decir que son amigos. Tal vez, esa falta de química dificulta entrar en la propuesta, ya que son ellos los que introduzcan y comenten todo ese mundo a los espectadores, gracias a unos apartes que hacen.
Esa falta de química es más evidente para aquellas personas que vieron las muestras o previas de esta producción que se hicieron en el Teatro Pavón hace más de un año. En la que Vania, interpretado por Raúl Fernández, y el doctor, que también interpretaba Alejandro Tous, eran dos tipos más parecidos. Como dos versiones del mismo carácter o el mismo tipo. Una histriónica, más expresiva, y la otra más guasona, el simpático chuleta, malote, de “porque yo lo valgo” que triunfa entre las nenas, que dirían los Hombres G y los cayetanos actuales.
Por lo que posiblemente quien ve esta versión definitiva se resiste o se resiente al inicio. De tal manera, que cuando desaparecen como pareja, la cosa da un vuelco. Para el concierto de toses, propias de la pandemia actual de gripe. Y la escena de la hija con el doctor, tratando de cuidarle pues se ha pasado con el vodka, y la posterior de la hija con su madrasta, lo clavan. En intensidad, en velocidad, en temperatura. En las calles de Madrid hace frío, pero en el escenario se puede asegurar que es verano.
Si hasta entonces la cosa iba bien, en ese momento empieza a coger velocidad de crucero. Y es todo un viaje al que, hay que reconocerlo, Luis Flor como Vania no acaba de embarcarse, aunque cumple su función. Una función cómica y melancólica.
La cómica brilla en la escena en la que quiere matar a su cuñado, cuando este anuncia que va a vender la finca que Vania y la hija han cuidado y explotado para que el primero pueda darse la vida padre en la ciudad. De vodevil. Muy bien encajada.
Melancólica en la icónica escena final (cuidado, spoiler a continuación). En la que, de nuevo, la inteligencia escénica de Juan Pastor hace de las suyas y coloca a Vania de espaldas al espectador, de espaldas al mundo, sentado a la mesa, repasando libros de cuentas, poniendo al día lo que ha interrumpido las locuras del veraneo que diría Goldoni, otro gran dramaturgo clásico.
Y el público, visiblemente emocionado, se pone en pie y aplaude. Sabe que si tuviera que elegir preferiría ser el doctor o los exquisitos urbanitas del padre y la madrastra. Vidas llenas de experiencias, ideas, intenciones. De vida. Sin embargo, se reconocen más en Vania porque, aunque esta tarde hayan podido ir al teatro, ellos tienen también que trabajar y trabajar.