'Los bufos madrileños' y 'Ron Lalá 4x4', me gustan todas, me gustan todas
Porque ambas tienen mucha comedia, mucha música, 'y beben y beben y vuelven a beber' del inagotable Siglo de Oro español.
La actividad teatral navideña en Madrid es tan frenética que hay que hablar a pares. Y la unión en este post de Los bufos madrileños en el Teatro de la Comedia, producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y de Ron Lalá 4x4 en el Teatro Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa no es baladí. Porque ambas tienen mucha comedia, mucha música, y beben y beben y vuelven a beber del inagotable Siglo de Oro español.
Una mezcla con la que consiguen un fuerte y largo aplauso del público que sale feliz y divertido de los teatros. Una felicidad y diversión que vendrá muy bien en la cuesta de enero que acecha a la vuelta de la esquina.
Los bufos madrileños es una sorpresa. La recuperación de un género, el género bufo, que triunfó en el siglo XIX durante varias décadas en la capital. Alentado por un grupo de artistas que habían visto cómo la opereta triunfaba en París, la capital del teatro musical en aquella época. Y que no destacaban por la complejidad de sus tramas o de las tesis que defendían. Más bien trataban lo común, del día a día.
Mientras que Ron Lalá 4X4 es la confirmación de que el fenómeno ronlalalero, que ha animado las butacas de muchos teatros en las últimas décadas, viene de largo. Espectáculo que celebrarán todas aquellas personas que suscribirían el libro Yo fui a EGB. Pues los chistes se entienden y disfrutan más y mejor si uno se formó en ese sistema en el que no solo se adquirían conocimientos, sino una forma de entender y ver la vida y el mundo, y, por tanto, de reírse de ellos.
Si la primera cuenta la historia de un adinerado padre mostoleño con tres hijas casaderas a los que busca pretendientes para ver si se van de casa y le dejan tranquilo. La segunda recoge los momentos álgidos de los cuatro primeros espectáculos de Ron Lalá: Mi misterio del interior, Mundo final, Time al tiempo y, sin duda, la mejor de las cuatro, Siglo de oro, siglo de ahora.
Si Los bufos madrileños juega el juego vodevilesco de cada oveja con su pareja intercalando números musicales de unas canciones acompañadas por una pianista repetidora y, a veces, un acompañamiento orquestal grabado. Ron Lalá 4x4 juega el chiste y a retorcer el lenguaje, ya sea dicho o cantado. Canciones que acompañan de cajón, guitarra o el instrumento de cuerda que toque que se toque, teclados y una caja de ritmos. Y, de alguna manera, se puede pensar que recogen la bufonada del siglo XIX y la actualizan y revitalizan con las maneras y los medios del siglo XXI.
Nadie va a descubrir en ningún caso las Américas musicales con estos espectáculos. Sin embargo, recuperará la palabra musical o musicada con intenciones. Es decir, usada con un doble sentido y recurriendo al equívoco. Lo que hará reír al espectador que esté atento a lo que sucede en escena.
Todo esto se puede hacer porque en ambos espectáculos hay y sobra conocimiento del teatro musical o hecho con música. Y es que Rafa Castejón, el director de escena de Los bufos madrileños, es un excelente actor de clásico y ha practicado el musical, como el malísimo e interesado director de Los chicos del coro. Y del director musical de esta misma obra, Antonio Comas, ni hablemos. Con su dilatada carrera como cantante de ópera, sobre todo, contemporánea, con Carles Santos y de zarzuela.
Lo de Ron Lalá ya es otra cosa. No tienen ningún espectáculo que no esté pensado para que haya momentos cantados. Canciones que a veces suenan a chirigotas de Cádiz, por la gracia y el salero con el que están hechas, sin serlo ni parecerlo, y otras suenan a romances de ciego, algo con lo que bromean en esta obra.
Encima, son capaces de usar la polisemia del lenguaje en castellano con ese puntito cercano a caca, pedo, culo, pis, es decir, escatológico, sin sobrepasarlo. Un espíritu gamberro controlado que pretende la inclusión de la diversidad del público que se pueda sentar en las butacas. Público con el que establece una relación de colegueo.
Lo que también practican las dos obras con alevosía, pero sin ninguna nocturnidad, es el romance con versos octosílabos, sus formas de decir y sus rimas típicas. O los sonetos. Como los que se aprenden en el colegio, o al menos se aprendían en la Educación General Básica, la citada EGB. Tiempos en los que hasta se mandaba como deberes de clase que se escribiesen alguno. Referencias con las que entroncan y de las que se nutren ambos espectáculos.
En el caso de Los bufos, recurren hasta Don Juan Tenorio y sus muy ridiculizados ripios. Un Tenorio muy sui generis, cuya aparición va acompañada de la llamada que le hace el Comendador en Don Giovanni, la conocidísima ópera de Mozart.
Y en el de Ron Lalá llegan hasta a intercambiar a Shakespeare con Cervantes. De tal manera que el primero se escribe El Quijote en la Pérfida Albión y el segundo se escribe un Hamlet en un Imperio que no se ponía el sol. Autores unidos por la fecha de su muerte, un veintitrés de abril de diferentes años, y el Día del Libro que cuando están escribiendo estos libros se extrañan de estar tan interesados el primero en La Mancha, que le es tan ajena, y el segundo en Dinamarca, que le deja frío, frío.
No son los únicos autores clásicos a los que claramente se refiere Ron Lalá. También hay un homenaje a Lorca, un autor que siempre mostró su amor por el Siglo de Oro y escritor de romances. Cuyo teatro y poesía inspiran una escena de amor entre una margarita y un zángano, no solo divertida, también bellísima y emotiva.
Con todos estos elementos, tan bien jugados, pues de eso trata el teatro, de jugar, se entenderá que es difícil decidirse por una de las dos. Como a los niños les resulta difícil decir si quieren más a papá o mamá. Porque lo de querer más, depende del día y del momento, pero sobre todo de la necesidad. Lo que sí sabe es que los quiere.
Pero, concluyendo, que es gerundio, se puede afirmar que ambas demuestran que es posible divertir sin insultar a la inteligencia del común de los mortales. Más bien, apoyándose en ella, acompañándola. Tratándola de igual a igual, aunque desde la butaca se les reconozca a estos equipos artísticos su inteligencia tanto dramatúrgica como escénica. Una inteligencia que usa melodías o formas musicales populares, porque la letra con la música entra. Por eso, como dicen que respondía Valle-Inclán cuando le preguntaban por el género bufo de la capital, después de verlas, reírlas y disfrutarlas, lo que le sale a uno es cantar me gustan todas, me gustan todas