‘Lo siento, no era yo’, o ¿quién te dijo que tenías que ser la mejor versión de ti misma?

‘Lo siento, no era yo’, o ¿quién te dijo que tenías que ser la mejor versión de ti misma?

Esther Berzal, una de las actrices protagonistas, la escribió para disculparse del calvario que hizo pasar a sus padres por ese trastorno que la abdujo.

Lo siento, no era yoJOSÉ VICENTE

Lo que es bello para una sociedad o una cultura puede no serlo para otras. En la nuestra, la occidental, la delgadez se ha convertido en estándar de belleza. Cualquiera que viera el reality Alaska y Mario, de MTV, le llamaría la obsesión de este último por estar delgada. El problema es que pretendía hacerlo sin dejar la cerveza, y, es de suponer, que sin dejar la hamburguesa picante de McDonald’s que anuncia estos días.

Esa obsesión por el cuerpo (extremadamente) delgado, que se asocia no solo con lo bello sino con estar sano, se ha convertido en una enfermedad. La de los trastornos de la conducta alimentaria, lo que antes se llamaba anorexia nerviosa, a la que se fueron añadiendo otros como la bulimia. Por lo que a medida que crecían en número y se mezclaban dieron lugar a ese nombre tan genérico. De eso va la obra Lo siento, no era yo que se puede ver en Nave 73 los miércoles y los jueves del mes de abril. Obra que cuenta la historia real de Esther Berzal, una de las actrices protagonistas, quien la escribió para disculparse del calvario que hizo pasar a sus padres por ese trastorno que la abdujo. Una obra de teatro que fue escrita como un acto de amor hacia ellos y, en un inicio, solo para ellos. Para pedirles disculpas.

Pues así lo cuenta ella, como un calvario. Como si Agatha, su amiga invisible de la infancia, se hubiera hecho con el control de su vida y de sus relaciones con el mundo. Presentándose como la única que la quiere y la ayuda frente a una sociedad que no la acepta y la rechaza por poderse coger un michelín entre el ombligo y el pubis. Una amiga imaginaria que dice la anima y la dirige para ser la mejor versión de sí misma. Frase que circula por nuestra sociedad cada vez que nos quieren vender algo. Normalmente servicios de autoayuda y de estética que nos conducirán al éxito.

Y es en pos de esa versión en la que la protagonista se destroza la vida. Y se convierte en la peor versión de ella. Por lo que abandona a las amigas. Salir es una actividad de riesgo de engordar. Para estar guapa y delgada no puede comer cualquier cosa, todo suma y sigue calorías. Y de beber ni hablar. Ni siquiera una caña o una coca cola, aunque sea el tóxico producto light. Ella solo puede tomar agua del grifo. Cuanto más mejor para empapuzarse, distender el estómago, saciarse.

Con esta obsesión, la obra se llena de frases que no se olvidan. De equivalencias entre aceites y manzanas. De formas de ver el plato lleno, aunque no lo esté. De tardar en comer, usando cubiertos pequeños. De hacer una tortilla más grande, pero con menos calorías. Y mientras esta obsesión avanza, con ella lo hace la delgadez, el cansancio y el sueño sempiternos, que no la dejan, no la abandonan.

A la vez que los padres y las madres sufren en silencio el mal carácter de unas hijas que antes eran simplemente normales. Soportan a los familiares, amigos y vecinos que les señalan lo rara que se ha vuelto su hija, como si ellos no se hubieran dado cuenta, frente a lo que no saben qué hacer, cómo actuar.

Una hija que cada vez está más sola, pues ellos no ven esa amiga invisible que impone hábitos y comportamientos rígidos, a la que expulsarían de casa en cuanto que pudieran. Que se va quedando sin amigos. Que abandona las relaciones familiares. Que apenas sale. Lo que le dificulta la relación normal con la pandilla de siempre y encontrar una pareja, para la que se supone se está poniendo tan extremadamente delgada.

Todo eso va pasando delante de los ojos del espectador. Un espectador que se encontrará con una obra sencilla. Con apenas atrezzo ni por supuesto tramoya, es un teatro hecho con pocos recursos económicos. Por lo que se basa, sobre todo, en sus actrices.

Dos intérpretes jóvenes acompañada por otra más mayor, la que hará de madre. Actrices jóvenes quizás lastradas todavía por la formación y las enseñanzas que han recibido, sobre todo en el decir. Pero de las que tienen ganas de comerse el escenario y que son capaces de sostener el interés de lo que pasa sobre el mismo solas, hablando, interactuando. Contando la trágica historia de la protagonista.

Una obra que funciona como escenas, como cuadros vivientes. En los que la dirección de María Uruñuela, también joven y con muchas ganas y una idea clara de cómo hacer teatro, como se pudo ver en el encuentro con el público, ha sido hacer posible que dichas escenas sucedan y se sucedan unas tras otras. Llevar a buen puerto un tema para que la tragedia, que lo es, no oscureciese o no dejase ver el problema.

Una directora interesada en producir esa anagnórisis que el teatro busca desde los griegos. Es decir, de que el público se reconozca y reconozca su mundo en lo que ve. Y se libere gracias a ese conocimiento adquirido en comunidad, con otros.

Por eso, aunque es un teatro que va dirigido a todo tipo de público, llama con más fuerza a la puerta de los adolescentes y adultos jóvenes. Esos que van desde los quince a los treinta. Esos que están en riesgo de creerse el mensaje de que tienen que buscar la mejor versión de sí mismos que ven en los gimnasios, en los anuncios de zapatillas, en las series, y de ponerse a perseguirlo a pies juntillas. Cuando con buscarse y reconocerse en lo que son ya tienen bastante.

Algo que no se puede hacer solo, que se tiene que hacer en la relación con otros. Unos otros reales, no imaginarios. Con la familia, los amigos y, si es necesario, buenos terapeutas. Que tienen que hacerlo en un mundo donde la belleza es, antes que nada, diversidad de cuerpos, formas y colores y de cómo vivirlos. Ya que la vida no es una competición de misses o misters universos. Es otra cosa que merece la pena ir descubriendo, ir conociendo. Es en ese trayecto en el que las personas se convierten en bellas.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.