‘El hospital de los locos”, o el auto sacramental ha resucitado
La idea es contar cómo al alma se la puede convencer para que peque y se pierda.
Aunque los autos sacramentales, alegorías de carácter filosófico o ético con sesgo religioso, se escribieron para ser representados el ocho de junio, el día del Corpus Christi o Cuerpo de Cristo no le van mal a una Semana Santa. Para aquellas personas que se queden en Madrid, o sean de esos miles de turistas que pasan por la capital, el remozado Corral Cervantes, a continuación del Matadero de Madrid, en el distrito de la Arganzuela ofrece uno más que notable: El hospital de los locos de José de Valdivieso al que se considera el precedente de los autos de Calderón de la Barca y, hay quien dice, que mejor que este.
Hay que reconocer la valentía de la Fundación Siglo de Oro de producirlo y mantenerlo en cartelera desde que lo estreno en diciembre de 2022 hasta finales del junio que viene. Por cierto, en horarios que poco tienen que ver con lo habitual para una obra de teatro. Las doce de la mañana, como si se fuera a misa. O las seis de la tarde. Horarios pensados, quizás más, para hacer campaña escolar.
La historia es sencilla y muy alegórica. Como en general suelen ser las de los autos que tenían el objetivo principal de educar a la masa, una masa que no sabía leer, antes que entretener. Aunque eran obras que se solían vestir, siempre que se podía, de espectáculo.
Esta vez, la idea es contar cómo al alma se la puede convencer para que peque y se pierda. Lo fácil que es que pierda la cordura y enloquezca. Y cómo el mundo, hecho de pecados y pecadores, se confabula para confundirla y ponérselo fácil a que abra la puerta a dicha locura. Una debilidad que va acompañada del talento para salir de ese pecado. Siempre que ese talento sea inspirado Cristo mediante. Un Cristo ensangrentado y doliente, que se hizo cuerpo humano, para, con su sacrificio, salvar las almas de hombres y mujeres pecadores y, como él, hijos de Dios.
Puede que haya gente que leyendo el resumen anterior le entren ganas de huir. Sobre todo, los más mayores, que tengan todavía presente lo que era crecer y formarse en una escuela católica de las que subvencionaba el franquismo. En las que había que aprenderse un catecismo y repetirlo de memoria. Y puede que al estilo de la educación que muchos niños de hoy en día reciben en los abundantes colegios religiosos subvencionados por cada Comunidad Autónoma. Y que se parece a lo que sería la inserción de un chip y un algoritmo que antes que pensar te hiciera dar siempre la misma respuesta.
Todas esas personas se lo pierden. ¿Qué el qué se pierden? Un texto realmente bello, con su sesgo católico del yo pecador que se redime, es cierto. Al que su director, el actor Ernesto Arias, que en breve estrenará La vida es sueño de Calderón en el Barbican de Londres de la mano de Cheek by Jowl, sabe sacarle brío.
¿Qué cómo lo hace? Apoyándose en los actores y su forma de decir el texto. Actores fundamentalmente jóvenes. Un elenco que son la compañía permanente de este Corral Cervantes. Que lo mismo hacen una comedia de Lope de Vega y en este corral tienen dos programadas La dama boba y El perro del hortelano, que son capaces de calzarse un auto sacramental como este.
Actores que doblan personajes para poder llevar a escena la obra. Pues no son un elenco excesivamente grande, aunque más grande lo habitual para un teatro comercial como del que se habla. En el que destaca Juan José Sevilla tanto como ángel del infierno como Cristo. Capaz de atraer todas las miradas y diferenciar sus personajes que cuesta ver que sea el mismo actor.
Se basa en ellos y en explotar las posibilidades de corrala. Es decir, el balcón y las puertas que tienen de forma permanente en el escenario. Puertas de las que en el Siglo de Oro y el Barroco se decía que eran malas de guardar, creando el vodevil antes de que se llamase así.
Puertas por las que el director mide bien las entradas y salidas. Consiguiendo dar dinamismo a la quietud de las escenas. Puertas de las que aprovecha su aspecto de hornacinas de un retablo o de altar de iglesia. Donde coloca a los actores como si fueran imágenes. Imágenes que representan a Adán, al diablo, a la gula, al mundo, a la envidia, a la culpa, y a otros grandes que temen los cristianos.
Actores que contorsionados o en posturas imposibles, recordarán las imágenes que se ven en las iglesias que se visitarán en estas fechas. Imágenes que saldrán en las procesiones. Imágenes de las que están llenas los cuadros que cubren las paredes y se acumulan en los almacenes del Museo del Prado o del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.
Pues algo de museístico tiene este montaje. De pieza de museo mostrada con gusto. Con sensibilidad por la época en la que fue escrita. Capaz de traer el eco de entonces a nuestros días, y hasta la música de entonces, con buen tino.
Pues sus actores no solo saben decir un texto clásico, quizás de forma demasiado clásica, sino que saben cantarlo y hasta bailarlo. Lo que hace que el momento de la chacona, posiblemente el más orgiástico de la obra, a pesar de su comedimiento, brille y alegre los corazones del espectador. Pero es que en aquella época la chacona era tan provocadora como la lambada lo fue en los ochenta, y el reguetón con su perreo es en esta época.
Obra que vuelve a demostrar una vez más que si bien Ernesto Arias es un gran actor, como director tampoco anda nada mal. Director de clásicos y de elencos jóvenes. Solo hay que recordar otras dos obras que ha dirigido con gran éxito: El animal de Hungría de Lope de Vega y Dos nuevos entremeses nunca antes representados de Cervantes.
Director que consigue servirlo a los espectadores actuales, sin traicionar al texto ni al aspecto clásico o de época con el que pretende montarlo. Permitirles escuchar esos versos dichos a la forma clásica del decir el verso. Versos que hablan con belleza de lo mundano y de asumir la responsabilidad de las propias (y malas) decisiones.
Así como de ser inspirados por Cristo que murió en la cruz para salvarnos. Aspectos todos estos que, si no tienen época para verlos y escucharlos, adquieren otro significado para aquellas personas que la vean en un ambiente Semana Santa. En un ambiente de muerte y resurrección de Cristo. Un tiempo en el que se celebra la vuelta a la vida, igual que lo hace este auto sacramental.