Noventa y nueve globos rojos

Noventa y nueve globos rojos

"Como no me sientan bien las guerras, ni las recomiendo, no termino de creerme que Rusia está agotando sus recursos bélicos en el frente ucraniano".

99 globos rojosCarlos Alejándrez 'Otto'.

Pues va a resultar al final que ni fueron pájaros, ni aviones, ni Superman y varios de sus clones dedicados a poner un poco de emoción en los cielos, que de un tiempo a esta parte está todo muy tranquilo y el personal se aletarga. La última hipótesis que el gobierno estadounidense ha dado a conocer acerca de los globos que surcan sus cielos sin rumbo ni motivo es que son inofensivos aparatos de investigación o han sido elevados a las nubes con fines comerciales.

Algo hemos avanzado, porque hace escasos días, un portavoz del Pentágono reconoció que, puestos a no descartar, no descartaban ni visitas de alienígenas curiosos.

Que no digo yo que los globitos de marras no sean chinos, pero no me entra en el caletre (y no será porque falte espacio) que una potencia tecnológica de primera magnitud, que ha trufado el espacio de satélites, misiles, cohetes de toda índole y que ha enviado sondas a cometas y planetas más allá de Orión, fíe su espionaje a una cámara colgando de un plástico hinchado y a la deriva.

Aunque bien pudiera haber ocurrido que los estrategas orientales hubieran caído en su propia trampa, en la que nosotros picamos una y otra vez, y hubieran encargado los satélites de vigilancia a AliExpress.

Y ya sabemos cómo terminan estas cosas.

Porque el gobierno chino negar, lo que se dice negar, no ha negado nada de modo taxativo. Por el contrario, ha hecho honor al tópico del misterio oriental poniéndose de perfil mientras los yanquis se ponían de los nervios con la invasión de los globitos, mirando al cielo constantemente y acusando de alta traición y terrorismo a cualquier niño al que se le escapase la cometa en un día de viento.

La solución a la crisis ha consistido es llevar a cabo una demostración de fuerza, derribando los objetos no identificados y potencialmente agresivos con misiles disparados desde aviones de combate, lo que les ha valido a las Fuerzas Aéreas una felicitación del presidente.

Y yo pienso en ese pobre piloto que vio Top Gun en su adolescencia, que decidió ser aviador soñando con gloria, aventuras, riesgo y amor; ese joven que durante años dedicó todo su tiempo y energías en prepararse físicamente, estudiar, resistir los más duros programas de adiestramiento y hartarse de llevar disfraces apretados y gafas de sol ofensivas para el buen gusto. Todo para conseguir ese emblema con alas que lo identifica como uno de los soldados más preparados, avanzados y letales del mundo. Ese joven orgulloso que una mañana se sienta frente al tablero de mando de una de las máquinas más sofisticadas que existen, valorada en un montón de millones de dólares, artefacto futurista que solo él y unos cuantos privilegiados más pueden gobernar… para pinchar un globito.

Me dan ganas de recomendarle libros de Paulo Coelho al zagal, porque no le va a llegar el sueldo para tanta terapia.

Aunque también puedo imaginarme el secreto e inaccesible despacho desde el que un general chino dirige todas las operaciones de inteligencia militar, consciente de que la información obtenida hoy puede ser la victoria de mañana.

Permitan que lo suponga con coleta, largos y lacios bigotes y uñas afiladas. Sí, he pensado en Fu Manchu. Y es que se me sale la edad por las quemaduras.

La mayoría de ustedes, ay dolor, tendrá que buscar al personaje en Wikipedia.

Pues decía que puedo imaginarme al avieso general en su despacho contemplando las imágenes obtenidas por la última iniciativa de espionaje estratégico, comentadas por el coronel al que puso al mando del proyecto:

-En esta toma se aprecian nubes bajas; aquí vemos un río; esta otra recoge una aglomeración que hemos identificado como rebaño de ovejas; aquí, más nubes; esta podría ser un campo de base-ball a las afueras de un pueblo, aunque el camarada comandante cree que podría tratarse de una pista de despegue secreta; aquí, más nubes…

-Ya -gruñe el general con hastío mientras apaga su enésimo cigarrillo en el cenicero (esto no es un tópico racista; yo también me fumaría un paquete del tirón ante semejante sandez)- ¿Y hemos captado algo de sus sistemas de defensa?

-Pues… diez fotos más adelante se ve a un señor con algo que podría ser una escopeta… pero… como la foto está hecha entre nubes…

El asunto da para muchas coñas y resulta difícil tomárselo en serio, aunque el ruido de fondo deja bien a las claras que tanto unos como otros tienen ganas de pelea, y no sabemos si China planea represalias tales como atravesar con agujas todos los preservativos destinados al mercado estadounidense (ojo por ojo y globo por globo), o cambiar el contenido de los tubos de lubricante por salsa sriracha. Aunque mucho me temo que, dada la falta de imaginación que sufren ciertos estamentos, más pronto que tarde se pase de los globos a los aviones tripulados o a los buques de guerra, y de ahí a la invasión de Taiwán y todo lo que siga.

Y entonces veremos qué parte de la fiesta nos tocará pagar y de qué lado se pondrán los vecinos de Usera.

Como no me sientan bien las guerras, ni las recomiendo, no termino de creerme que Rusia está agotando sus recursos bélicos en el frente ucraniano. Tengo para mí que le queda metralla más que suficiente para reventar media Europa y que somos muy optimistas si pensamos que los tanques allí nos quitan el problema aquí. Así se lo comenté a Kateryna, la camarera ucraniana que derrocha belleza, profesionalidad y buen humor en la sala de Viridiana.

-Ucrania no se rendirá- me respondió con orgullo.

-Y hará muy bien -quise argumentar- pero yo me puedo pegar con alguien de mi edad y tamaño. Si me sale un karateca de dos metros y cien kilos no me queda otra que salir corriendo.

-Yo no corro; llamo a mis amigos para que peleen- me espetó dejándome con la palabra en la boca.

Y me da que ni Kateryna ni nadie en Ucrania se iba a conformar con que soltáramos unos cuantos globos.

MOSTRAR BIOGRAFíA

He repetido hasta la extremaunción que soy cocinero porque mi primera palabra fue “ajo”. Menos afortunado, un primo mío dijo “teta”, y hoy trabaja en Pascual. En sesenta años al pie del fogón (Viridiana ya ha soplado cuarenta velas) he presenciado los grandes cambios, no siempre a mejor, de la hoy imparable cocina española. Incluso malician que he propiciado alguno. En otros campos, he perpetrado cuatro libros de los que no me arrepiento (el improbable lector lo hará por mí). Fatigué también a los caballos de carreras retransmitiendo éstas durante varios años por el galopante mundo. He desperdigado una reata de artículos de variado pelaje y escasa fortuna. También he prestado mi careto para media docena de cameos, de Berlanga a Almodóvar, hasta que comprendí que mi máxima aspiración como actor podría ser suplantar al hombre invisible. En mi lejano ayer quise ser jockey, pero la impertinente báscula me disuadió. Y por mi parte basta que, como sentenciaba un colega, “es incómodo escribir sobre uno mismo. Mejor sobre la mesa.”