Los husos y los usos
El cambio de hora es el ejemplo perfecto de cómo en ocasiones las palabras se vuelven más importantes que la realidad que describen.
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El cambio de hora es el ejemplo perfecto de cómo en ocasiones las palabras se vuelven más importantes que la realidad que describen, y cómo los humanos caemos con frecuencia en la trampa de poner la realidad al servicio de las palabras y no al revés. Pensamos que cambiando la hora obramos el prodigio de cambiar la ubicación del sol en el cielo. Decimos "ayer anocheció a las siete, pero hoy anochecerá a las seis", y pensamos que el que ha cambiado es el atardecer, cuando en realidad deberíamos decir "ayer llamábamos 'las siete' al momento en el que anochece, y hoy vamos a llamar ‘las seis’ a ese mismo instante", y deberíamos pensar que lo único que ha cambiado son las palabras que usamos para referirnos a ese momento, sin afectar para nada a la relación entre el sol y el movimiento de la Tierra.
Decir que en Portugal se comen una hora antes que en España es como decir que en Portugal se comen ovos estrelados com batatas y en España se comen huevos fritos con patatas. En Portugal y en España se come lo mismo y en el mismo momento del día. Eso que se come se llama “ovos estrelados com batatas” en Portugal y “huevos fritos con patatas” en España. Y el lugar del cielo donde está el sol mientras se come se llama “a uma da tarde” en Portugal y “las dos de la tarde” en España. Podríamos colocar una mesa justo en la frontera, y los comensales de ambos lados charlarían animadamente comiendo a la vez, a pesar de que sus respectivos relojes de pulsera marcarían horas diferentes. Porque los nombres de las horas no son más que palabras.
Entre el Trópico de Cáncer y el Polo Norte se registra una gran variabilidad en las horas de luz a lo largo del año, mayor cuanto más al norte nos situemos. Eso hace que sea difícil encontrar un único horario óptimo para las actividades comunes —trabajo, escuela, comercio…—. Podríamos trabajar de siete a dos entre el equinoccio de primavera y el de otoño, y de ocho a tres entre el equinoccio de otoño y el de primavera. Pero se ha preferido cambiar el nombre de las horas entre un semestre y otro, para que la hora de entrada siempre se llame “las ocho” y la hora de salida siempre se llame “las tres”. Sólo es un juego del lenguaje. Si a alguien le produce irritabilidad, depresión, insomnio, ansiedad, falta de concentración, es únicamente porque el psiquismo humano está hecho de lenguaje.
Que anochezca a las seis es muy deprimente. Pero que llamemos “las seis” a la hora en la que anochece no lo es tanto. No está el ser humano al servicio del reloj, sino el reloj al servicio de un ser humano que, hasta donde el régimen capitalista se lo permita, puede disfrutar de la música, comer huevos fritos o abrazar a los que le rodean eligiendo dónde quiere que esté el sol en el cielo. No es verdad que durante esta pasada madrugada las tres se hayan convertido en las dos, como si las horas tuvieran una existencia por sí mismas y pudieran convertirse unas en otras. Lo que ha ocurrido es que, incapaces de cambiar la realidad, cambiamos las palabras que la describen a sabiendas de que los humanos nos dejamos guiar más por éstas que por aquélla. No confundamos los husos con los usos.