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'Los cuernos de don Friolera' y la excepción ibérica

'Los cuernos de don Friolera' y la excepción ibérica

La producción es brillante. Un brillo que deslumbra hasta la mirada más crítica.

'Los cuernos de don Friolera'© Pablo Lorente

Los cuernos de don Friolera de Valle-Inclán que se puede ver en los Teatros del Canal ha recibido las mejores críticas, el beneplácito del público y, al menos públicamente, la celebración de la profesión. Tres elementos que cuando coinciden son suficientes para que cualquier propuesta sea considerada un éxito.

Esto se produce porque la producción es brillante. Un brillo que deslumbra hasta la mirada más crítica. Comenzando por su lucido elenco. Un grupo de intérpretes que no son tan conocidos como se merecen. Y, aunque es cierto que hay momentos que no empastan bien en el conjunto, porque cada uno se muestra fiel a su escuela y su tradición, son maestros y maestras en lo suyo.

Pero no están solos en esa brillantez. El vestuario les acompaña, y ¡de qué manera! Como también el atrezo, aunque no se abusa del mismo. Y la escenografía. Una reja o una jaula, que se puede deconstruir para hacer puertas y ventanas por las que entrarán o se mostrarán los personajes. Y que se reconstruye para terminar la función, cerrando esas puertas y ventanas que se han abierto, quizás un final demasiado explícito. Una brillantez a la que no acompaña la música, motivo por el que pasa de estar muy presente en un inicio a casi desaparecer de la función.

Todo manejado por Ainhoa Amestoy, la directora, con maestría y las mejores referencias. Que como señala Javier Vallejo, el crítico de El País, la ha puesto en relación con un texto capital del teatro como es Woyzeck de Büchner. La historia de ese soldado al que su mujer se la pega con el Tambor Mayor, algo que el soldado podría soportar si no fuese por la presión social, de que unos cuernos no se deben tolerar.

  'Los cuernos de don Friolera'© Pablo Lorente

Porque de esto va Los cuernos de don Friolera. De un teniente que sospecha, porque así se lo informa un anónimo, que su mujer le pone los cuernos con el barbero y le convierte en un cabrón. Siempre se dice que hay dudas de que la mujer le ponga los cuernos. El periodismo y la crítica han recurrido a la palabra de moda y lo han descrito como que el teniente da crédito a un bulo o una fake news.

En esta versión, está claro que de bulo o mentira nada. Loreta, la tenienta o mujer del teniente, coquetea y, aunque dice resistirse a la manera que se hace en los guiñoles o las marionetas, decide seguir la tentación de la carne. Y se supone que esta producción es fiel al texto.

Así que el teniente don Friolera, reconcomido por los celos, por el peligro de que se mancille su honra y por mantener el buen nombre de su batallón, que un militar no puede permitir unos cuernos, mata a su esposa, a su hija y al amante.

Cosa que hace antes de irse a seguir matando moros (sí, moros que así se dice en la función, sin que nadie se sonroje). Y de recibir, por su ejemplar comportamiento en la vida y en el campo de batalla, todos los parabienes sociales y profesionales esperables de la época, hasta una cruz pensionada, y sería la tercera según lo que se oye en la función.

Se dice que la intención de Valle-Inclán es reírse, ridiculizar, hacerlo siguiendo ese género que creó llamado esperpento. ¿Tiene algo de graciosamente grotesco, por distorsionado, lo que se ve en escena? Para una gran parte del público, parece ser que sí, habitualmente lo que más le recuerda a la sitcom española y a las formas de comedias hechas por aficionados. Pero otra gran parte allí sigue, sentado, y no parece ni verle la gracia, ni compartir la risa. O sea que esa unanimidad de respuesta con la que se está vendiendo este espectáculo no es real.

  'Los cuernos de don Friolera'© Pablo Lorente

Para muestra de ese otro público un botón. A mi lado, una pareja de señoras que apenas han reído, sin embargo, han bostezado bastante a lo largo de la función, se han movido incómodas en el asiento y han mirado sus smartwatches durante la representación posiblemente para leer los whatsapps. Aunque al final aplauden como las que más. Y cuando sus amigas les preguntan si les ha gustado, responden afirmativamente mientras corren rápidas al cuarto de baño ¿para no seguir con la conversación?

Habrá quien diga que esa reacción se debe a que la función es larga, un punto en el coinciden muchas de las críticas. Y puede que lo sea ya que se mantienen muchas de las acotaciones del texto. Que, por cierto, no acaban de entenderse muy bien. Excepto que se mantengan para mostrar que Valle-Inclán es un buen escritor o literato con cierto hálito poético.

Es ahí donde está el meollo de la cuestión. Y donde debería estar la discusión. La tradición académica dice que Valle-Inclán es un buen dramaturgo y escritor. Y, a pesar de que ya van unos cuantos buenos directores y directoras que pinchan en hueso cuando lo quieren representar, se sigue manteniendo esta opinión. ¿No ha llegado el momento de preguntarse si realmente lo es?

Hay quien dice que el problema es que este autor es irrepresentable. De aceptarse esta máxima, la pregunta sería ¿entonces para qué ese empeño e inversión en subirlo a escena? Y si escribe textos irrepresentables ¿se puede seguir diciendo que es un buen dramaturgo? ¿No escriben los dramaturgos para que sus textos se representen?

Solo hay que pensar la cantidad de versiones diferentes y bien hechas del citado Woyzeck de Büchner. Tan bien escrita que hasta Alban Berg la convirtió en una ópera contemporánea que ya forma parte del repertorio de los grandes teatros de ópera, mal que les pese a muchos aficionados. Algo que Tomás Marcos no ha podido hacer con Divinas palabras de Valle.

  'Los cuernos de don Friolera'© Pablo Lorente

De aceptarse que Valle-Inclán es irrepresentable, y, por tanto, no hay que seguir intentando ponerlo en escena, se podría decir que escribe usando las formas dramáticas. Y que sino escribe para ser representado al menos escribirá para ser leído.

Por tanto, la siguiente pregunta es si es un buen escritor. A tenor de este texto, no lo parece. Es desequilibrado. Reiterativo sin necesidad. Hasta fatídico, en el sentido de que, sin conocer el texto previamente, lo que se va escuchando y diciendo es lo esperable. Por lo menos, en los tiempos que corren, aunque no lo fuera en los suyos.

Es cierto, que lo que cuenta se ajusta como un guante a esa imagen, también fatídica, que se promueve interesadamente sobre España entre los españoles y españolas de que no tienen remedio. Ese “es que somos así” en las que se educaba y se sigue educando a muchas personas. Que recibe refuerzos muy positivos a nivel académico y de formación superior, así como de los mass media. Una forma de pensar que se ha interiorizado de tal manera que la mínima crítica, incluso usando evidencias, recibe el varapalo de las izquierdas, las derechas y los centros.

Pero, ¿qué pasaría si a Valle-Inclán se lo bajase a la tierra, se le hiciera terrenal y se le empezará analizar como uno más? Como ocurre fuera de las fronteras españolas, incluso en lugares donde se habla español. ¿Resistiría ese escrutinio literario? No lo parece, porque ni se le lee ni se lo representa. A diferencia de lo que pasa, por ejemplo, con Calderón. Será pues, una excepción ibérica.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.