No llueve. ¡Maldita Colau!
No es perfecta, no, pero hay que recordar que está cosida a pleitos cargados de los más bajos instintos y las más altas rentas.
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Iba en autobús y, de repente se ha cruzado peligrosamente una camioneta y, ¡zas!, un frenazo tan brusco, que un pobre señor casi, casi, cae de bruces al suelo. Enseguida otro señor ha tenido una certeza luminosa y ha pontificado: "Si es cada día vamos peor, si es que desde que está la Colau...".
Se acercan las elecciones y merece la pena hacer balance por parcial que sea. Parece que hay mucho donde escoger, pero si dejamos a un lado la derecha, casi toda extrema, y los grupúsculos, hay poco donde elegir.
Está el partido (otros le acompañan en su desvarío) que se apunta a todos los anacronismos (contaminantes) posibles: la ampliación al precio que sea del aeropuerto, sin siquiera reclamar el cumplimiento de las compensaciones pactadas por las maldades que infligió al medio ambiente su última ampliación; el cuarto cinturón (¡viva los coches!); la erección de un casino que tritura un paisaje y que por definición es fuente de juego, prostitución y drogas; también es contrario a la renta mínima. ¿Qué proponen para Barcelona si no saben ni decir si quieren o no la unión de los dos tranvías?
Por la derecha de siempre, la que intenta la restauración convergente, el candidato, un exalcalde, se presenta curiosamente como si fuera la gran novedad, la gran renovación. En su programa converge todo: es, por ejemplo, amigo de los pisos turísticos y de la no inversión en transporte público —a su entender, los coches no contaminan—; de la privatización de las guarderías. Cuando fue alcalde, el Instituto Municipal de Informática empezó a externalizar servicios, despilfarro nunca visto antes en Barcelona.
Cuando era alcalde, por ejemplo, regaló un carril más a los coches en el paseo de Joan de Borbó, parece que tuvieron que ver en ello las «necesidades» del hotel-rascacielos Vela (las desgracias nunca vienen solas). Un detalle que no por pequeño es fácil de perdonar porque es muy significativo: sustituyó el amable banco que separaba un club náutico, ¡viva los yates!, de la zona de recreo del paseo de Joan de Borbó por una hostil y antipática reja, más alta que una persona, que imposibilita sentarse para leer o descansar, que las criaturas lo utilicen para adquirir equilibrio, y tantas otras cosas que antes hacían.
A trancas y barrancas, Ada Colau ha emprendido, y es un caso único, algunas políticas para dejar de favorecer a los coches y empezar a intentar reducir la contaminación.
¿Lo hace todo bien Colau? No. Se da el caso, por ejemplo, de que en una promoción municipal de viviendas con todos los requisitos medioambientales en su construcción, cada piso tiene un aparato de aire acondicionado, algo poco ecológico. La «razón» para decidirlo así fue porque "es lo que la gente quiere". Todavía me duele que cuando se admitió la querella contra Dolors Miquel por la lectura de su maravilloso poema Mare nostra durante la entrega de los Premios Ciutat de Barcelona de 2016, Colau abandonara a la poeta a su (mala) suerte porque cuando Alberto Fernández Díaz (¡vaya tipejo!) fue a su despacho a hablar con ella, viendo a "aquel pobre político" tan desmejorado, dolido y triste, Colau decidió pedir perdón públicamente por la lectura del poema. ¡Madre mía! Tiene que ver, cómo no, con la ley mordaza. Supongo que se arrepiente. La oposición naturalmente no le ha criticado ninguna de las dos cosas, ¡qué va!
No es perfecta, no, pero hay que recordar que está cosida a pleitos cargados de los más bajos instintos y las más altas rentas. Es insultada por ser mujer y vilipendiada por no pertenecer a ninguna de las trescientas familias, calumniada por los pisos que según la berrea (las noticias falsas) se compra en Sarrià o en Sant Gervasi, en los «mejores» barrios. ¿Cómo se atreve a presentarse a la alcaldía una mujer más bien pobre, según los criterios de la burguesía catalana, y además con toda la intención de ganar?
Se la critica mucho por la limpieza. Hay lugares del barrio Raval en que limpian dos veces al día, pero la limpieza debe lidiar con una parte de la población (de cualquier barrio) que tiene la peregrina idea de que si paga impuestos tiene "derecho", por ejemplo, a echar el recibo del cajero automático al suelo aunque haya una papelera a veinte metros o a tirar los restos del bocadillo o una bolsa de plástico que ya no necesitan, a dejar la botella vacía en la parada del autobús, etc.; como si fuera lo mismo que pagar un dinero para ir un rato en unos autos de choque, por ejemplo. ¿Qué tendrá que ver pagar impuestos con el desaseo?
Comprobemos si la polución ha bajado en Barcelona, si circulan menos coches (sí, circulan menos), si se han pacificado los entornos de las escuelas, si los pisos turísticos tienen menos facilidades (aunque todavía tienen demasiadas). Si se realizan actuaciones en barrios desfavorecidos y pobres. Comparemos los servicios y recursos sociales de Barcelona y el dinero que se emplea en ellos con los que dedicaba el último alcalde.
Pero no llueve... ¡Maldita Colau!