¿A quién quieres más? ¿A ‘La madre’, a ‘El padre’ o a Florian Zeller?
Dos estrenos de uno de los dramaturgos de moda, Florian Zeller.
La cartelera madrileña se pone a la última con dos estrenos del autor de moda en París, Londres y Nueva York. El dramaturgo Florian Zeller. Del que se puede ver La madre en el Teatro Pavón que protagoniza Aitana Sánchez-Gijón. Y El padre en el Teatro Bellas Artes con José María Pou. Dos actores que atraen al público sí o sí.
Interpretes que están acompañados por dos soberbios elencos y dos directores de escena de éxito. En el primer caso por Juan Carlos Fisher, el del bombazo Prima Facie. En el segundo, Josep María Mestres, bien conocido y querido por los aficionados españoles.
Dos títulos que parecen estrenados para aprovechar los tirones del Día del Padre, que se celebra en marzo, y del Día de la Madre, que será en mayo. Y a más de uno se le ocurrirá que es un buen regalo. Pues esta actriz y este actor forman ya parte de la educación sentimental y ficcional de muchos padres y madres que lo han sido desde los ochenta del siglo pasado hasta ahora.
Aunque, antes de hacer el regalo, estaría bien que supieran qué van a regalar. Ya que La madre es la historia de una mujer que sucumbe al síndrome del nido vacío. Una mujer dedicada en cuerpo y alma a sus hijos y a su marido. Una mujer que no sabrá qué hacer con su vida una vez que los primeros se independizan y el marido sigue trabajando.
En el caso de El padre el tema es otro. Muy presente en la ficción últimamente. Sobre todo, en la cinematográfica. Se trata de la demencia y las posibilidades de cuidado de un padre afectado por dicha enfermedad, sin que los hijos, que lo quieren y quieren cuidar, pierdan la vida por ello.
Cualquiera que esperase dos dramones al uso para llorar a moco tendido, van dados. Lo que no es óbice para que se le encoja el corazón. Y, aunque las historias dan para pocas alegrías, no dejan de tener sus notas de humor. Momentos en el que la tensión de lo que se ve, se relaja, muchas veces de forma explosiva, con pequeños chistes.
Dos obras que están trabajadas para que el público no tenga todas las certezas consigo. Así, en La madre, se repiten diferentes versiones de distintas escenas. A veces completamente diferentes, aunque sea la misma situación. Otras veces variaciones, donde se omiten datos o se dan datos contradictorios con lo visto anteriormente. El objetivo no es otro que el público sienta la misma confusión en la que está instalada su protagonista. Y que está fomentada por las incertidumbres que se dan. ¿Tiene amantes el marido o son suposiciones suyas? ¿Tiene ella dos hijos, uno, ninguno?
Una confusión en la que también vive el protagonista de El padre. Aunque en este caso es más comprensible, porque su historia es la del deterioro que sufre una persona con demencia. El mundo alucinado en el que vive. Donde cualquiera puede ser confundido o convertido en la familia, real o inventada. Y el tiempo siempre es tiempo perdido. Bonita metáfora la del reloj.
Obras con estructura similares. Pues hay un planteamiento del problema. Un desarrollo. Y un final similar, que no se va a desvelar para no hacer spoiler. Y que, curiosamente, los dos directores de escena han decidido montar de manera similar.
Pocos elementos escenográficos. Una mesa y unas sillas en el caso de La madre. Y unas sillas en el caso de El padre. Un juego con los paneles del escenario. Ya sea acercándolos o separándolos condicionando el espacio, en el caso de Juan Carlos Fisher en La madre, que no puede por menos de buscar aparatosidad en escena con el final que ha montado, como ya hiciera en Prima Facie. Ya sea usándolos para abrir aberturas, como los huecos de memoria que tiene el protagonista de El padre. En este sentido, Josep María Mestres se muestra más comedido y sencillo, más sutil.
Como también se parecen en la iluminación. Que, aparte de variar de color, blanco casi de sanitario en el caso de La madre, y verde agua en el caso de El padre, dan un tono eléctrico a la función. Una iluminación que se vuelve oscura para hacer cambios entre escenas, un recurso que usan ambas obras.
Y, conscientes de que son obras hechas para lucimiento actoral, una dirección muy focalizada en la interpretación. En la energía que despliegan sus protagonistas y el elenco que le acompaña. En este sentido, Aitana Sánchez-Gijón apuesta fuerte y gana. Y hace una de esas interpretaciones que no se olvidan y que le deberían reportar muchos elogios y muchos premios. No hay duda que es Ana, la madre que se siente amortizada una vez que ha cumplido su papel social de reproducción y crianza, amortización contra la que se rebela.
No quiere decir esto que José María Pou esté mal. Es un actorazo. Pero se tiene la sensación de que tira de recursos interpretativos y, como tiene muchos, sale adelante sin el más mínimo problema. Tampoco el público le pide más. Ellos pagan para ver a la estrella en su hornacina y eso lo tienen. Y, además, es un papel que por edad y aspecto le encaja perfectamente.
Entonces ¿a quién querer más? ¿A mamá, a papá o al ayayay, perdón, a Florian Zeller? Difícil elección. En ambos casos lo planteado resulta inquietante y misterioso, más por cómo está escrito que por lo que cuenta. Dos temas que están al cabo de la calle en la sociedad occidental patriarcal en la que se vive todavía.
Donde ellas tienen la función del cuidado. Como la madre de La madre. O como la hija, la cuidadora y la enfermera de El padre. Mientras ellos, el papel de recibir esos cuidados. Que a veces viven como agobiantes y excesivos. Caso del padre de El padre, y el marido y el hijo de La madre.
Historias, pues, bastante sencillas y cotidianas. En el caso de El padre, más pegada a la realidad y al día a día de la demencia. En el caso de La madre, más llevada al extremo, al de la patología obsesiva. Al menos tal y como sus directores han decido ponerlas en escena, contar estas obras.
Directores que han sabido aprovechar ese juego con la atención y la curiosidad creado por el autor, Florian Zeller. Que, a pesar de la complejidad de estructura de sus tramas y reiteraciones de sus obras, se ven como teatro comercial o popular. Sin necesidad de bajarse los pantalones para simplemente agradar al público. Entre otras cosas porque ha elegido temas candentes. Temas que se debaten ahora mismo y conocidos. Sobre el que todo el mundo tiene una opinión, algo que decir.
Todo lo anterior lo han llevado al Olimpo de los autores teatrales contemporáneos, consagrándole tanto en el West End londinense y en el durísimo territorio de Broadway. Donde el público, los profesionales y la crítica se rindieron a sus pies. Y donde estas obras fueron representadas por intérpretes de fama internacional tan buenos y del nivel de Aitana Sánchez-Gijón y José María Pou. Por lo que es de esperar en que estas dos producciones españolas se conviertan en best-sellers y en long-sellers (siempre que las rápidamente cambiantes programaciones de los teatros lo permitan).
P.D.: Si piensa que a Zeller le falta la obra El hijo para completar la colección, ahórrese el chiste. Este autor también ha escrito una obra con este título. Incluso, ha llegado a rodarla en película, igual que El padre.